Tres generaciones de conciencia femenina
La saga Távora Correa Armas ilustra el papel de tres mujeres en diferentes épocas de Lanzarote
“Mi historia no difiere absolutamente nada de la de cualquier otra mujer de mi edad”, advierte una y otra vez Tharais Armas, reticente a poner rostro a su generación. Sin embargo, la joven lanzaroteña representa perfectamente a la mujer de su época, con formación universitaria y artística, madre de un pequeño de cuatro años y con una forma de ver el mundo en la que han tenido mucho que ver sus antecesoras, su abuela Hiniesta y su madre Chari; y, por la rama paterna, su abuela Magdalena y sus tías, auténticas valedoras del hoy llamado empoderamiento. “Para mí son referentes en el plano laboral y personal porque, viniendo de una estirpe bastante machista, han criado a hijas feministas”, asegura.
El feminismo está muy presente en el discurso de Tharais. “Mi generación ha tenido la suerte y a la vez la desgracia de heredar un legado de lucha vital y de apertura de puertas que nos toca conservar e inculcar a nuestros hijos e hijas. Un estilo feminista, porque no hay otro camino”, sentencia.
Licenciada en pedagogía, psicopedagogía y artes escénicas, reconoce que ha tenido más oportunidades que sus antecesoras familiares, pero reitera que el legado “a veces nos hace sentirnos incapaces y también un poco culpables. Esa creo que es nuestra lucha, rebatir la culpa de ser mujer y querer ser trabajadora, buena madre, buena compañera de vida y aceptar que no puedes ser excelente, que es lo que te pide la sociedad”, explica, aludiendo al “bajón” existencial que supone comprender esta realidad, al cabo de los años.
Puede decirse que Tharais es, a pesar de todo, una triunfadora y cumple a la perfección los deseos de su madre, Chari Correa: “Que sea abierta a todo tipo de personas, de historias, que no tenga una mente cerrada ni prejuiciosa”. Y, sin embargo, ella nota el peso social “que solo llevamos las mujeres”, reitera “sobre todo tras la maternidad”, insiste, aludiendo a la cultura patriarcal.
“Crecí en una de estas familias que entendían de igualdad, que se consideraban más abiertas y modernas, pero que, al final, también eran parte del sistema patriarcal. Me educaron para estudiar, para ser independiente y, sin embargo, en cuanto fui madre, todo eso quedó relegado y resultó que era la maternidad en lo que me tenía que volcar”, cuenta Tharais sobre su experiencia personal que, asegura, le resultó “sorprendente y un palo general” que le costó remontar. “Reconozco que era una inconsciente y me creí de verdad que podría compatibilizar todas las facetas de mi vida, pero me di cuenta de que en realidad estaba sola. Me agarré al teatro para canalizar esa ira que provocó en mí la injusticia implícita a mi condición de mujer y de la que la sociedad ha exonerado a los hombres. Mi hijo me ha convertido en una feminista radical”, sentencia. “El teatro, y lo agradezco cada día, al contrario de lo que se piensa, te da una rigurosidad en tu hacer que se puede trasladar a la vida”, reflexiona.
Por otra parte, la experiencia la ha llevado a otro nivel de percepción: “Ahora soy mucho más consciente, lo cual es maravilloso”.
THARAIS: “La lucha feminista empieza en una misma. Me refiero a la lucha permanente contra la culpabilidad de querer ser profesional, madre y compañera”
Tharais no ha tenido una vida convencional. “Mis padres se separaron cuando era muy pequeña, lo que es algo destacable porque era la única niña de Los Valles (Teguise) en esta situación. Y además, vivía con mi padre”. Con respecto a la ausencia materna durante algunos años en su infancia, Tharais dice admirar esa actitud de libertad “pero desde un punto de vista intelectual”. “Me cuesta más como hija”, asegura, sintiéndose en cualquier caso muy afortunada: “Dentro de lo malo que todos vivimos, he estado rodeada de mujeres muy potentes que me han enseñado con sus propias trayectorias tanto lo que debiera ser como lo que no. Me han tocado el corazón, por ejemplo, las parejas que ha tenido mi padre, mis amigas, a lo largo de la vida y, por supuesto, mis dos abuelas, tan distintas y de las que siempre puedo rescatar cosas porque son extraordinarias”.
Como militante en la lucha por la igualdad, Tharais cree que las mujeres no han alcanzado aún la “histórica camaradería” que, asegura, hay entre los hombres: “Es algo cultural o antropológico: predicamos la sororidad, pero en realidad no la tenemos, quizá porque nuestra historia es de supervivencia y la de ellos la de mirarnos desde arriba con condescendencia”.
Con este criterio, Tharais considera que la lucha empieza en una misma: “Me refiero a la lucha permanente contra la culpabilidad de querer ser. Para vencer la injusticia contra las mujeres hay que resetear lo que se ha mamado, lo que la sociedad espera de nosotras y crear nuestro propio camino, libres ya de esa presión. Y como madres, o no, hay que encontrar la manera de inculcar a esta generación de niños y niñas que el feminismo es el camino. Pero para ello hay que estar muy alerta, mantener siempre tu idiosincrasia frente al patriarcado y, sobre todo, aun siendo crítica y consciente de la lucha, ser tierna. Si el mundo va a peor, nos salvará la ternura”.
Madre hippie y contestataria
La madre de Tharais, Chari, es la mayor de los hijos que tuvieron Antonio Correa e Hiniesta, Nena, Távora. Llegó desde Sevilla a Lanzarote con 7 años, en 1960, por barco (“no había ni vuelos”) y desde el primer momento se supo diferente. “Desde niña fui observadora, impresionable y disfrutadora”, recuerda. Su pasión era el cante y el baile, salía al escenario durante las varietés del circo Toti, que solía venir de gira a la Isla. Fue a clase con doña Ana Cabrera y con Ana María de Páiz. “Fui muy feliz en aquellos primeros años. Mi madre era muy divertida, pero es verdad que no encajábamos en la sociedad de la época, en una isla tan pequeña”, reconoce Chari, proveniente de una familia de artistas, entre los que se encuentra su tío, el dramaturgo Salvador Távora, uno de los nombres claves de la renovación del teatro en España.
El desembarco de los Correa Távora tuvo algo de traumático: “Por cómo éramos, dábamos que hablar. Recuerdo que mis padres se fueron al cine Atlántida a ver La gata sobre el tejado de zinc (1958) que estaba clasificada por la Iglesia con el número 4, o sea, pecado mortal”, cuenta. Ella misma fue señalada por algo tan inocente como ir al instituto de la mano de su novio.
CHARI: “Las jóvenes deben conocer lo que hay fuera de la Isla, no caer en el clasismo que aún se da ni en la identificación social”
El caso es que la joven sentía opresivo el ambiente del Arrecife de los años 60, ajeno a las corrientes sociales internacionales de la década prodigiosa, que cada vez la interesaban más. “En mi casa se leía Antena -el histórico semanario de Guillermo Topham- y la revista Triunfo, donde supe de las protestas del Mayo del 68 francés o el movimiento civil contra la Guerra de Vietnam, en Estados Unidos. No sé si fue por la edad, pero me sentía identificada con aquellas reivindicaciones, quizá porque yo misma ansiaba libertad”, reflexiona.
Su círculo de amistades tampoco era demasiado ortodoxo: “Tenía un grandísimo amigo, Juan Cabrera, poeta y pintor, que supuso un detonante para la época, enamorándose y casándose con su profesora del instituto, una mujer que era madre soltera”. Chari tardó en acabar el bachillerato, “por ser negada para las matemáticas”, pero, superó el escollo de la asignatura y se marchó a Madrid a estudiar COU, “con la mala suerte de que las matemáticas eran obligatorias”, lo que la echó para atrás en sus planes de estudiar periodismo, o más bien en los planes de Nena Távora: “Ella no quería que estudiara lo que todas las chicas en Lanzarote, magisterio, ya que había más facilidades. Venían aquí los examinadores”, cuenta Chari.
Madrid bullía en 1972, en las postrimerías del franquismo: “Acudía a reuniones clandestinas donde se prestaban libros prohibidos o se decidían las protestas. A mí me llamaban folclórica porque proponía eslóganes imaginativos, más en la tendencia francesa”, recuerda. En este tiempo, coincidió con la que ha sido su mejor amiga, Mercedes Cabrera, otra lanzaroteña “soñadora como yo”, con la que formaban el trío perfecto junto al pintor y decorador Paco Fuentes: “Nos fuimos a Cataluña, conocimos Sitges, un símbolo del movimiento gay, y después seguimos viajando, conociendo el mundo, Holanda, Inglaterra...”. Sus ojos asombrados de 20 años “casi sin haber salido de la Isla” asistieron a escenas cotidianas propias de un país donde ya se había regularizado el consumo de drogas en los años 70 o a conciertos en el Londres que estaba creando el movimiento punk. “Sobre todo éramos conscientes de la libertad y la creatividad del momento, algo que por desgracia no existía en nuestro país”.
Con aquel bagaje vital, la joven regresó a Lanzarote donde comenzó a trabajar en el bar Picasso de El Almacén, recién abierto y donde hizo buenas migas con Pepe Dámaso: “Desde luego era mucho más divertido que César, dejando a un lado la genialidad de éste. Estuvimos ensayando Salomé (Oscar Wilde), aunque al final no la representamos”.
Chari tuvo a sus hijos, Tharais e Iru, y comenzó a trabajar como guía. “Viéndolo desde la distancia de mis 66 años, aquellos de la juventud parecen muchísimo tiempo. Veo álbumes de fotos y me sorprende la cantidad de cosas que pude hacer en unos meses”, asegura.
A las jóvenes de Lanzarote, Chari aconseja “que salgan fuera, que no se dejen cortar las alas, renunciando a desarrollarse fuera, quizá por asegurarse un puesto de trabajo. Que no se anclen aquí, que no caigan en el clasismo que aún se da, que sean libres de la posible identificación social, a pesar de que estamos en el mundo de la globalización, que primero experimenten fuera y luego vuelvan a esta Isla que es la mía, de la que amo su luz y sus volcanes”, concluye.
Abuela ‘marquesa’ y activista
Nena Távora, abuela de Tharais, tiene 89 años pero “mentalmente” no asimila su edad, según sus propias palabras. De hecho participa activamente en las asociaciones que fundó, primero Afacoda, tras la muerte de tres de sus hijos durante los terribles años de la heroína en la Isla, y luego Derecho y Justicia, pero no se siente particularmente activista. “Si no hubiera sufrido en mi propia carne el drama de la droga, no hubiera emprendido la lucha”, dice. Sin embargo, también se ha implicado directamente por los derechos de las personas privadas de libertad. “Es que me daban pena los presos”, dice, recordando, primero, los de su Sevilla natal “asomados entre los barrotes” y, después, los de la cárcel de la calle Ramón Franco de Arrecife. “Les llevaba la comida del bar (Bar Andalucía, que su esposo y ella regentaron durante décadas)”.
NENA: “La educación es la base de todo. He conocido a mujeres de Lanzarote inteligentísimas, que no sabían leer ni escribir porque trabajaban desde los diez años en régimen de semiesclavitud”
Poca gente sabe que esta histórica activista es la actual heredera del Marquesado de Távora, concedido en el siglo XVIII al entonces privado del Rey del Portugal, el antepasado de Nena. Aunque el título nobiliario no tiene vigencia en la República lusa, la familia está inmersa en el proceso de reclamación de las tierras del Marquesado, de su propiedad, que están actualmente en poder del Estado portugués.
Nena llegó a Lanzarote con 29 años, tres hijos y la tristeza de haber perdido a dos gemelos de pocos meses. Su esposo, Antonio, y ella, eran conocidos de la familia propietaria del cine Díaz Pérez, que había contratado al hermano de Nena, José Antonio, como operador. “Vinimos porque yo me empeñé, mi marido no opinó”, cuenta, aunque se arrepintió “mucho tiempo” de abandonar su trepidante ciudad por la sencilla vida isleña.
Hija de un empresario de obras públicas que había construido “casi todos los puentes del Guadalquivir”, había cursado bachillerato y hubiese querido hacer magisterio. “Pero me casé con mi novio desde los 14 años, el único hombre que he conocido en el amplio sentido de la palabra” y el matrimonio supuso quedarse “en casa con la pata quebrada”, es decir, criando niños y atendiendo el hogar. Su hija Chari se rebeló muchas veces contra esto. “Mi padre jamás participó en casa. Ni siquiera comía en el bar, mi madre le tenía que hacer la comida todos los días”, cuenta, aunque reconoce que Antonio “la idolatraba, la admiraba”.
“Soy muy contradictoria”, admite Nena. Tras casarse y tener tres hijos en tres años, protagonizó algunos episodios claramente feministas, como el uso de preservativos, “que se compraban de estraperlo”. Lo comentó en confesión y el sacerdote la instó a seguir la reciente encíclica de Pio XII en la que se ordenaba aceptar todos los hijos que Dios enviara: “Yo le repliqué que el Papa decía eso porque nunca había estado embarazado, a lo que me contestó: ¡Ni lo permita Dios!”.
Ya en Lanzarote, Nena recuerda el choque cultural con algunas tradiciones. “En La Graciosa, en las reuniones sociales primero comían los hombres y, lo que sobraba, se dejaba para las mujeres. Me resultaba incomprensible. Antonio y yo fuimos a llevar un cochino, las mujeres lo preparamos, pusimos una mesa larga con toda la comida y yo me senté. Todo el mundo me explicó que no era así, pero yo tenía hambre. Comí con ellos en el primer turno”, recuerda.
Tampoco olvida la vestimenta de los años 60, cuando “era un escándalo ponerse un vestido de asillas”. Aunque, sin saberlo, ha sido toda la vida un ejemplo de empoderamiento femenino, Nena no se identifica exactamente con la lucha feminista por la igualdad, “sino con la igualdad en todos los ámbitos, en el acceso a la educación de hombres, mujeres, ricos y pobres. Esa es la base de todo. He conocido a mujeres de Lanzarote inteligentísimas, que no sabían leer ni escribir porque llevaban trabajando desde los 10 años, en régimen de semiesclavitud que se imponía, no ya caciquil, sino simplemente clasista”, dice esta mujer, que enseñó a leer y escribir “y las cuatro reglas” a alguno de sus empleados y que decidió cerrar el negocio los domingos, para enojo de los parroquianos y sin que su marido, al que todos los días le hacía la comida, pudiera hacer nada por evitarlo.
Comentarios
1 P.ico Sáb, 07/03/2020 - 18:47
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