Volver a vivir: la historia de tres personas de Lanzarote que han recibido un trasplante
Ricardo, Gyrid y Ramón cuentan la experiencia que les ha cambiado la vida y que les ha ofrecido una segunda oportunidad
Ricardo Morales vive desde 2019 con dos pulmones nuevos. Habla de la importancia de fomentar la donación y de contar con una plataforma en la que otros trasplantados y sus familiares puedan apoyarse. Pertenece a una asociación de A Coruña, donde cuentan con uno de los mejores centros especializado en trasplantes de órganos de España, el Hospital Universitario.
Dos años después y acostumbrado a llevar la mascarilla desde que salió del hospital en mayo de 2019, Ricardo sigue haciendo vida normal en su terreno de Tinajo dedicado a la viña y el cereal, acompañado de sus dos burros, María Jesús y Perico.
En su nueva pauta de vida incorporó la práctica de ejercicio y llegó a caminar hasta 14 kilómetros diarios. Sin embargo, una lesión de cadera le ha restringido las caminatas a distancias más cortas, a la espera de una nueva operación para que le coloquen una prótesis.
“No pensaba cruzarme con una pandemia después de pasar por todo esto”, comenta Ricardo, quien asegura que ya lleva dos años manteniendo un estricto protocolo anti-COVID antes de la aparición del coronavirus. No en vano, cualquier pequeño virus puede devolverle al hospital: “No me ha dado tiempo de disfrutar todo lo que quería tras regresar”. El 15 de abril hará dos años que le trasplantaron en el Hospital Universitario de A Coruña. El camino hasta llegar ahí ha sido largo y tortuoso.
La pesadilla de Ricardo comenzó en 2003, cuando le detectan un enfisema pulmonar. En 2010 le comunicaron que la solución era un trasplante. En 2016 entró en lista de espera de trasplantes. Un año después logró que lo sometieran ya a las pruebas previas en el Hospital Universitario para conocer si era compatible. En las vísperas de las navidades le comunicaron que era apto para la operación: “El mejor regalo de Navidad que podía esperar”. Tras disfrutar de las fiestas con la familia lanzaroteña, en enero de 2018 marchó a Galicia junto a su mujer Margot a esperar la llegada de sus nuevos pulmones.
Aunque una nueva piedra en el camino le hacía dudar de la rapidez de la operación: “Mi grupo sanguíneo es de los raritos”, dice. Las compatibilidades de los órganos que pudieran llegar se reducían aún más. Pero, a pesar de todas estas vicisitudes, se siente afortunado porque sabe de otros compañeros que ni siquiera han podido atravesar las puertas del quirófano. Para poder entrar en la sala de operaciones es requisito indispensable estar en un excelente estado de salud: unas simples décimas de fiebre y todas las esperanzas pueden verse frustradas.
La noticia de la llegada de sus pulmones dejó sin aire a Ricardo. Recuerda que estaba viendo en la televisión una película del oeste el domingo 14 de abril. Difícil olvidar el título: La ciudad de los malditos cobardes. “Me habían advertido de que me llamarían de un número oculto. Cuando la coordinadora de trasplantes, Lupe, me comentó que contaban con unos pulmones que podrían ser válidos, me empezó a faltar el aire. Margot tuvo que abrir las ventanas. Era mejor no pensarlo mucho”. Se le hizo larga la espera. La operación no se realizaría hasta el día siguiente.
Una vez en quirófano, conoció a su cirujano. Entre carcajadas relata la presentación: “Hola, me llamo Ricardo y soy quien te va a hacer el transplante”, le dijo el médico. A lo que el paciente respondió: “Hola, me llamo Ricardo y voy a ser el trasplantado. Mira bien lo que vas a hacer”. La operación duró más de siete horas. “A los 26 días estaba arrastrando mi cadáver por la Península”, dice entre risas un agradecido Ricardo.
El buen humor que siempre le ha caracterizado se entrelazaba entonces con las emociones vividas tras recibir tan generosa donación y la fortuna de que su cuerpo reaccionara positivamente a los nuevos órganos. Solo tiene palabras de agradecimiento para la familia del donante por su “gran generosidad” y el equipo de sanitarios que lo acompañó durante todo el proceso y lo llevó a poder seguir respirando.
Bromea también sobre la elección del centro de trasplantes. Dice que eligió el Hospital Universitario de A Coruña porque “Galicia era un sitio magnífico para morirse. Había madera de sobra para incinerarme”.
Tuvo miedo al rechazo, aunque “hoy día raramente pasa. De ocurrir sería en los seis primeros meses. Ahora sería más difícil”, comenta con el ánimo tranquilo. Le preocupan ahora otras enfermedades, como las que les surgieron a otros compañeros trasplantados que ya han fallecido.
“Al final salió bien”
Para Gyrid N. Eilertsen, el proceso del trasplante no fue precisamente un camino de rosas. Afectada de fibrosis quística, Manuel García, su neumólogo de cabecera, al igual que el de Ricardo, le recomendó un trasplante bipulmonar.
Fue el 24 de julio de 2012, también en el Hospital Universitario de A Coruña, donde había sido trasplantada la primera paciente de Lanzarote. A las 48 horas de una operación de nueve horas y media, en su tercer intento, por cierto, una trombosis la devolvía al quirófano para extirparle el pulmón izquierdo. Dice que no recuerda nada previo a esa segunda intervención, sólo que justo antes de perder el conocimiento sentía algo caliente que salía de su boca: Era sangre. Se despertó ya intubada.
Así permaneció durante seis semanas. El médico le explicó que habían tenido que extirparle uno de los órganos trasplantados para evitar que se infectara. En ese momento fue una decepción, pero hoy sonríe al decir que “al final salió bien”. Ahora vive solo con el pulmón derecho, “el más grande, y así hay más sitio para el corazón”, comenta esta paciente de nacionalidad noruega desde su casa de Puerto del Carmen.
Gyrid confirma que su calidad de vida ha mejorado mucho desde el trasplante: “Antes de la intervención estuve con oxígeno las 24 horas durante un año y medio”. Tardaba hasta 25 minutos para poder llegar al coche aparcado frente al complejo donde reside. Dice que a veces le preguntan si está de acuerdo en que una persona muera para salvar a otra. A lo que responde que el planteamiento es totalmente erróneo. “La inevitable muerte de una persona puede devolverle la vida a otra”.
Para poder someterse a la operación permaneció un año en A Coruña en la lista de espera. Decidió pasar ese tiempo sola, aunque las recomendaciones médicas son que los pacientes permanezcan durante ese periodo acompañados. Asegura que tiene una gran fortaleza psíquica y que no necesitaba a nadie. “Me encontré con amigos también en lista de espera que me ayudaron”. Su hermana viajó desde Noruega para acompañarla en las pruebas previas a la intervención y regresó con su familia para acompañarla tras el trasplante. También una hijastra había reservado las vacaciones de más de un año para estar con ella cuando llegara el momento de la operación.
Hasta tres veces llamaron a Gyrid para trasplantarla. La primera, una infección la devolvía a casa sin pasar por el quirófano. Toda una decepción. Coincidió que era la víspera del Día Nacional de Noruega, que se conmemora el 17 de mayo. Esa mañana comenzó a recibir llamadas de felicitación. “¿Por qué?”, decía con enfado, “si no me han trasplantado”. Ni siquiera había caído en el festejo.
La segunda vez que la llamaron iba ya prevenida, sabía que tenía un herpes que muy probablemente impediría nuevamente cruzar la puerta de la sala de operaciones. Así fue. A la tercera ocasión fue la definitiva, aunque con un posoperatorio complicado. Engordó hasta 50 kilos a causa de la medicación, aunque ha perdido ya bastantes en estos últimos años. Ni corta ni perezosa, en cuanto pudo practicar ejercicio se inscribió en CrossFit, aunque adaptado a sus posibilidades.
Hasta la llegada de la COVID, Gyrid era una viajera incansable. Echa de menos esas salidas y ver a su familia noruega. Precisamente este mes de marzo estaba invitada a la boda de su sobrina, pero duda de que pueda acudir. Gyrid elogia la sanidad pública española. Y asegura que “vale la pena” apostar por el trasplante, a pesar de la difícil recuperación. “Te cambia la vida”, enfatiza esta noruega que en julio celebrará los nueve años desde que se practicó una intervención que le ha devuelto la “calidad de vida”, convirtiéndose en la trasplantada de Lanzarote que más tiempo ha sobrevivido.
De corazón
“Cada vez que subo a una montaña doy gracias a Dios por esta segunda oportunidad”. Son las palabras de Ramón Machín, que a sus 51 años ha vivido dos trasplantes, uno de corazón y otro de médula a consecuencia de una enfermedad: amiloidosis cardiaca.
El primer paso fue trasplantar el corazón para proseguir más tarde con el trasplante de médula. Órganos trasplantados que le han permitido retomar la práctica deportiva. Aficionado a las carreras de larga distancia y ultras, un año después de ser operado de la médula participaba ya en la Transgrancanaria. “A otro ritmo, controlando las pulsaciones”, dice. Y con unas nuevas pautas, pero que no le impidieron completar el recorrido de la prueba de 17 kilómetros.
Ramón fue trasplantado en el Clínic de Barcelona, después de que en su primera opción en Madrid le descartaran como paciente. El diagnóstico de su enfermedad le llegó de la mano del doctor Martín, del Hospital Molina Orosa, a quien agradece su dedicación. Le remitió al Hospital Doctor Negrín de Gran Canaria para que el equipo de cardiología y hematología concretase el tratamiento. El proceso comenzó en 2017, aunque un año antes sabía que algo fallaba en su organismo. “Practicaba deporte y veía que mi cuerpo no me respondía. Era como si me faltase combustible”.
La primera mala noticia que le llegó fue saber que se trataba de una amiloidosis y que requería tiempo para su curación. La incertidumbre fue la primera sensación, incluso entre el personal médico. No era habitual que una persona de su edad desarrollase la enfermedad. Su cardiólogo del Hospital Negrín fue el que comenzó a moverse para estudiar las posibilidades de trasplante en el Clínic de Barcelona tras ser rechazado el informe de Ramón en Madrid.
Ramón permaneció un mes y medio en el hospital mientras su familia tenía que “buscarse la vida” en una gran ciudad como Barcelona, cuando apenas habían salido de la Isla. Comenzó entonces un periplo de pruebas médicas que garantizase las posibilidades de que el trasplante fuese exitoso: “Lo entiendo, porque no puedes donar órganos a alguien que no tiene posibilidades de sobrevivir”. Fue decepcionante en un primer momento, porque creían que iban directos al trasplante.
Tras contar con el visto bueno del centro trasplantador para entrar en el programa de trasplantes, a Ramón le insertaron un aparato para controlar el “antiguo corazón”, a fin de que pudiera abandonar el hospital y reunirse con su familia a la espera del nuevo órgano. A los tres meses, el día de San Juan, le llamaron para el trasplante. Tras recibir la noticia respiró hondo e intentó calmarse para evitar la ansiedad. Tras descartar complicaciones que impidiese su paso al quirófano le practicaron el trasplante, cree que en una operación que duró ocho horas, según le contó su mujer. Recuerda que cuando salió del Hospital con su nuevo corazón miraba ansioso todo alrededor como si estuviera descubriendo un mundo nuevo.
Asegura que ganó en calidad de vida, aunque aún quedaba la segunda parte de su tratamiento: el trasplante de médula. Para afrontarlo debía ganar fuerza. “Mi objetivo era estar mental y físicamente lo mejor posible para la siguiente intervención”, dice. Contactó con otros trasplantados que le ofrecieron consejos y esperanzas.
Todo fue según lo planeado y en febrero de 2019 procedieron a realizarle el trasplante de médula e incluso aprovechó su estancia en Barcelona para operarse de una hernia. En septiembre ya regresaba a Lanzarote. Desde entonces, a Ramón solo le frena la COVID. “No me permite hacer todo lo que quisiera hacer. Nos frena a todos”, se lamenta.
Tampoco ha podido regresar a las revisiones en Barcelona como debería. Sin embargo, se siente muy afortunado de haber sobrevivido, muchos han perecido en el intento. Agradece “esta segunda e incluso tercera” oportunidad que le brinda la vida. Ha retomado sus circuitos de senderismo y continúa entrenando para las próximas competiciones, aunque sean de menor recorrido que las maratones y ultras a las que sometía su cuerpo.
Lanzarote es uno de los centros extractores de órganos para su trasplante del Archipiélago. La labor del equipo de Coordinación de Trasplantes del Hospital Doctor José Molina Orosa ha hecho posible también que personas como Ricardo, Gyrid y Ramón puedan gozar de una segunda oportunidad.
El equipo coordinador de trasplantes asegura que realizan una labor “muy gratificante” y hablan de la “generosidad” de las familias porque “en el peor momento de sus vidas dan vida a otras personas”.
Al frente del mismo se encuentran las doctoras Priscila Carcelen y Tamara Cantera y la enfermera Penélope Gómez, “las caras visibles”, según señalan desde el equipo, pero “en el proceso de donación participa mucha más gente: intensivistas que realizan las pruebas y cuidado del paciente, así como las entrevistas a las familias. Las enfermeras May Marrero, Yazmina Machin, Yolanda Niz, Suhaylah Omar y Paulina Galiano colaboran en quirófano, conservación de órganos y coordinación de transporte. La enfermería de UCI interviene en el cuidado del paciente y la familia.
El equipo alude a la “generosidad” del donante
El equipo de quirófano colabora con los médicos en la extracción de órganos. “Somos un gran equipo. Sin la colaboración de todos esto sería imposible”, resaltan. La función del equipo es informar a la población a través de charlas en las que resuelven dudas sobre la donación y comunican cómo hacerse donante, así como qué características deben tener las personas fallecidas para donar sus órganos.
En el Hospital Doctor Molina Orosa, el trabajo del equipo de Coordinación de Trasplantes consiste en captar posibles donantes, acompañar a las familias y ofrecerles la posibilidad de ejercer este derecho. “No todas las personas pueden ser donantes, su muerte debe tener unas determinadas características. Es la familia la que decide si se donarán los órganos. Por esta razón, es importante manifestar en vida si se desea donar y hablarlo con la familia. Algunas personas han expresado su deseo de hacerlo y otras no, hay que respetar la decisión del paciente y de la familia. También se puede ser donante a través de las voluntades anticipadas”, explican.
El siguiente paso es contactar con los distintos hospitales para conocer dónde puede haber un receptor de esos órganos a través de la Organización Nacional de Trasplantes, encargada de coordinar este proceso. En el quirófano del Hospital Molina Orosa se extraen los órganos, en la mayoría de los casos por parte de un equipo extractor expreso que se encarga también del transporte de los mismos mediante un estricto protocolo de conservación.
Canarias ya cuenta con sus propios equipos trasplantadores en el Hospital Nuestra Señora de la Candelaria de Santa Cruz de Tenerife, donde se trasplanta el hígado, así como el Doctor Negrín de Las Palmas de Gran Canaria, donde existen programas para el trasplante de riñones, córneas y, recientemente, corazón. En el Hospital Insular de Gran Canaria se trasplantan también riñones, mientras que en el Hospital Universitario de Canarias de Tenerife se trasplantan páncreas y riñones. Centros trasplantadores hacia los que se dirigen los órganos extraídos en Lanzarote, a no ser que haya otra urgencia en el resto de España.
Comentarios
1 Anónimo Sáb, 13/03/2021 - 21:45
2 María Lun, 15/03/2021 - 21:00
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