Tilona Fuentes tenía la cara tapada cuando conoció a su marido en un baile de carnaval. “Ella me echó el ojo”, concreta el implicado, Julián Martín. Hasta hace no mucho, el pantalón viejo de un hermano o una simple sábana eran disfraces más que suficientes para disfrutar de la fiesta más popular del año.

“En casa de mis padres siempre han sido muy carnavaleros y hemos seguido la tradición”, dice Tilona, que cada año diseña dos juegos de disfraces. Una pequeña parte de su colección se exhibe estos días en la Sociedad Democracia. Jirafas, marineros, vikingos, hindúes, soldados, Michael Jacksons, espantapájaros, la Bella y la Bestia… Los disfraces están como el primer día.

El secreto, dicen, es usar buenas telas y no prestarlos nunca. Antes cosía ella misma (“he pasado muchas noches durmiendo poco”) y ahora se encarga de supervisar el trabajo de una de las costureras que trabaja en su taller.

Las hombreras y las sisas tienen que estar donde tienen que estar porque “el traje es para disfrutarlo y para lucirlo”, insiste la perfeccionista Tilona. Sea cual sea la alegoría, procuran ir “tapaditos”, apunta Julián, e ir abrigados para no sentir los fríos de febrero. Este año, su disfraz lleva blusa bombacha de satén con corpiño brocado (ella) y traje de raso estampado con chaleco de terciopelo rojo (él).

Las pelucas están cardándose en la peluquería y los tocados, en manos de sus hijos Jonás y Ayoze. Ellos, junto a las nueras de Tilona, se encargan del calzado y han sido los artífices del escaparate ‘El ángel endemoniado’, ganador del concurso de maniquíes del carnaval de este año. Mientras quede energía, los carnavaleros seguirán sintiendo y viviendo el carnaval a lo grande, “eso, tenlo claro”.