En 1993, el investigador Jaime Gil empezó a recolectar antiguas simientes de las islas y a conservarlas en su archivo particular de Conil, antes de que se creasen los bancos de semillas de Gran Canaria, Tenerife y La Palma. El próximo mes de marzo publicará las cien primeras referencias del ‘Atlas Digital de Semillas de Canarias’, un trabajo financiado por el Cabildo de La Palma y que exhibirá la gran biodiversidad agrícola de Lanzarote.

En su casa de Los Valles, Hortensia Pérez ha custodiado el trigo como si fuera una piedra preciosa. Con su paja ha tejido resistentes y flexibles empleitas para fabricar sombreras y esteras. La gente de Tao fue la última que cultivó el lino textil, cuya semilla servía para limpiarse los ojos de los picos que de vez en vez caían al recoger tunos. Humedecido el mucílago al contacto con el ojo, la semilla genera una mucosidad que arrastra los pinchos.

Muy pronto, Jaime Gil se dio cuenta de que existía un importante material vegetal en peligro de extinción. Así se lo hicieron ver los agricultores a los que entrevistó durante su estudio sobre los sistema agrícolas tradicionales de Canarias, encargado por el Instituto de Productos Naturales y Agrobiología del CSIC. “Me hablaban de semillas que ya se habían perdido o que estaban en manos de muy poca gente y muy mayor”, cuenta el ingeniero agrícola.

Empezó a recolectar las semillas antiguas que las mujeres guardaban en botellas de vino selladas, en pajeros o en cajas de tea (“esta fue la última que trilló mi marido”, le solían decir). El material reunido lo depositó en dos neveras, en la casa de su suegra, en Conil. Por aquel entonces, todavía no existían los bancos de semillas de Gran Canaria, Tenerife y La Palma. “Recogía lo que veía que estaba a punto de desaparecer”, lo secaba en una urna con gel de sílice y lo guardaba en frío. Así ha conseguido conservar una parte fundamental de la biodiversidad lanzaroteña. Dentro de poco, Jaime tendrá que comprobar la viabilidad de las semillas almacenadas y afrontar su regeneración enviándolas al Centro de Agrodiversidad de La Palma con el que mantiene una estrecha colaboración.

El segundo atlas de Europa

En el ‘Atlas Digital de Semillas Canarias’ veremos fotografías microscópicas de semillas antiguas(cultivadas y silvestres), leeremos su descripción y usos, consultaremos su mapa de localización y su pliego de herbario. El objetivo es triple: ser una herramienta didáctica, aportar una colección de referencia para arqueólogos y ecólogos que investigan el pasado y ofrecer un espléndido catálogo de diseño biónico (no hay más que ver la trama de la ‘Silene berthelotiana’ para asumir la belleza geométrica de las semillas).

El científico estima que harán falta 15 años para terminar la publicación, a razón de 100 fichas por año y 100 € por ficha. Este será el segundo atlas de semillas de Europa, después del ‘Digital Seed Atlas of the Netherlands’. “He querido dar prioridad a las más desconocidas porque la iconografía de las semillas y plantas de Lanzarote es muy reducida”, explica. El tajinaste del Teide sale veinte veces más que el chabusquillo en Google. También ha investigado las semillas traídas por la comunidad saharaui y que suelen cumplir funciones medicinales como el emplasto que elaboran con la ‘Peganum harmala’ (tóxica) para fortalecer el pelo.

Los inventarios, investigaciones y campañas de recolección que ha desarrollado Jaime Gil han sido financiados por diversas instituciones (la del año 2000-01 fue sufragada por el Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo de Lanzarote) y por su propio bolsillo. Algunos cultivos, como la papa de la tierra y algunas variedades tradicionales de batata, se están trabajando para que recuperen su productividad y puedan volver a ser sembradas en Lanzarote.

Otras no podrán sembrarse si el clima continúa cambiando. Este es el tercer año que en la isla se registra una única lluvia temprana y fuerte (restos del monzón africano) que preludia una ausencia total de precipitaciones el resto del año. “Cada vez tenemos un tiempo más parecido al del Sahel”, advierte Jaime.

Los investigadores tendrán que concluir qué variedades deben plantarse en una isla, que a día de hoy tiene una gran dependencia alimentaria del exterior. Cada semilla conservada cuenta la historia de un pueblo, un territorio y una forma de vida. Sólo hay que saberlas leer.

Yerba diabla (Romerillo)

“Nos la nombraban mucho, pero no la encontrábamos”, relata Jaime, hasta que un pastor de Femés —Marcial Caraballo— halló un ejemplar y lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Son escasas pero aún se puede encontrar en algún lomo de Lanzarote. Es una planta asociada al cultivo de cereales y conocida popularmente como yerba diabla. “Es hemiparásita, tóxica, pero sabían cuándo y cómo dársela al ganado”, dice Jaime. “Había pleitos por conseguirla”.

Millo enano

En los años 50 del pasado siglo, National Geographic se fijó en una singularidad agrícola de ‘la isla de los volcanes’: aquí se cultivaba un millo extremadamente pequeño, que apenas crecía en altura. Era el resultado de la selección realizada por los agricultores, que necesitaban unas plantas que diesen buenas piñas de millo y aguantasen los empellones de los alisios.

Batata

En 1999 un complejo viral arrasó con la producción de batata en Lanzarote. A las cuatro variedades existentes entonces (colorada, blanca, la de seis meses y la de año), se sumó una cubana, de peor calidad pero ciclo más corto, cuya producción se extendió. A día de hoy, La Palma y la comarca de Anaga albergan la mayor diversidad de batata de Canarias (más de 25 variedades). Una de las más apreciadas para elaborar truchas y bollos de boniato “es la que en Tenerife llaman palmera; en La Palma, saucera; en Los Sauces, lanzarotera y en Lanzarote, de ningún modo porque ya casi que desapareció”. Era la sabrosa batata amarilla: la auténtica yema de huevo.