Artesana joven, técnica milenaria
Hirahi Rodríguez es, con 19 años, la alfarera más joven de Lanzarote y probablemente de Canarias: “Soy un poco bicho raro, pero me gusta”
La primera pieza tenía dos asas y unas líneas en rojo y negro. “Tuve que bruñirla, porque hay que sacarle brillo, se me rompió una de las asas y lo que hice fue pegarla con pegamento y luego ponerle una especie de polvo de oro y repararla”. Lo cuenta Hirahi Rodríguez (Punta Mujeres, 2005), que mientras habla está puliendo una pieza con un callao.
Hirahi es la alfarera más joven de la Isla y probablemente también de más allá. Solo tiene 19 años y con 17 ya solicitó que la examinaran para conseguir el carnet de alfarería tradicional. Le viene de familia, porque es hija de Aquilino Rodríguez, maestro alfarero, pero ella, por una parte, mantiene lo que le ha enseñado su padre y por otra, va incorporando su propia visión. Por ejemplo, a algunas piezas les incorpora unos mandalas, que empezó dibujándose en la mano en el colegio y ha acabado trasladando a la cerámica: “Es una forma de atraer al ojo”.
De niña, a Hirahi le gustaba más ir al taller de su padre que al colegio. Allí jugaba, correteaba, se manchaba de barro, hacía formas, “animalitos y esas cosas”. Y fue aprendiendo. Era pronto aún para pensar que se iba a dedicar a eso. “Cuando era pequeñita yo no pensaba que pudiera trabajar de algo que me gustase”, dice Hirahi. Pero acabó pasando: “Con 16 añitos, pues no me iban bien los estudios y le dije a mi padre que necesitaba dinero para mis cosas y mi padre me dijo: ¿a ti no se te está pasado por la cabeza la idea de venir a ayudar a tu padre? Y claro, ahí ya fue cuando lo vi como un trabajo”.
La alfarera es joven, pero la técnica es milenaria. Lo explica Aquilino, su padre y su maestro: se trata de la técnica del urdido, que llegó a Canarias hace unos tres mil años y que apenas ha variado. “Cuando llegan los castellanos, hay un proceso de aculturación y lo lítico desaparece, pero las nativas continúan con la misma técnica”. “Nuestro barro es diferente, no tiene nada que ver con el barro continental”. Así se ha conservado esta técnica, que incorpora después formas europeas y el horno: “El resto es exactamente igual, lo esencial de la técnica sobrevivido”, señala Aquilino.
De niña, a Hirai le gustaba más ir al taller de su padre que al colegio
Cogen la arcilla de las montañas, “de los volcanes más antiguos de la Isla”, después meten el barro en agua, luego lo pisan y hacen una masa con los pies que se mezcla con arena. Eso lo hacen en el antiguo lagar en el que trabajan. En lugar de pisar uvas, pisan barro: “Mi padre pone como una lona grande, ponemos rock y nos ponemos a pisar y a bailar”, cuenta Hirahi.
Para la elaboración de la pieza se hace una especie de churro, una pequeña base, y se va aplastando y dándole forma con la mano. Después se seca, se recorta y se pule. “A lo mejor hoy levantas cinco, luego mañana levantas otras cinco, pero claro, las que has levantado el día anterior tienes que recortarlas o meterlas en bolsas y luego ir recortándolas y terminándolas muy poco a poco para que no se vayan secando demasiado”, explica Hirahi. Y para acabar, a veces utilizan un horno, sobre todo para las piezas más grandes, y otra veces hacen una hoguera.
Para comer
Las piezas que hacen pueden ser decorativas o tener uso, como vernegales, braseros o pilas, pero sobre todo para la cocina. “En general toda nuestra producción de cerámica se puede utilizar para comer”, señalan. Hacen piezas tradicionales y también hacen loza pintada de El Mojón. A Hirahi le gusta hacer las piezas tradicionales, pero también le gusta innovar: “Estoy intentando hacer unas tacitas, como las tazas que vendía el periódico con frases canarias, pero yo las quiero hacer ahora tradicionales y dibujarle con pincel la frase esa canaria, porque es que se está perdiendo todo lo nuestro...” No quedan muchos alfareros, y menos aún tan jóvenes. En Lanzarote ahora hay alguno más porque han sido alumnos de Aquilino.
Lagar
Hirahi habla desde el taller, que en realidad es un antiguo lagar de su tatarabuelo en la Hoya de la Pila, junto a Ye, pero la mayor parte del tiempo trabaja sola en su casa. Se ha independizado y está arreglando la casa en la que vive, que era una casa antigua. “Lo de trabajar sola es una ventaja y un inconveniente porque al tener que cocinar, limpiar y hacerte todo tú, pues quieras o no, me pongo a limpiar y luego pienso: no, que tengo que hacer cerámica. Y si me pongo a hacer cerámica, digo: no, que tengo que limpiar. Entonces a veces se me divide un poco la cabeza, pero lo llevo bastante bien”. Reconoce que “tienes que tener cierta disciplina porque si no, no puedes comer”.
Dice que dejó de ir los sábados al mercadillo de Haría, donde su padre vende las piezas que hace, porque tiene mucho trabajo en casa y muchas cosas que hacer, y porque la casa la está arreglando ella misma. “Soy muy chapada a la antigua, y lo mismo te hago una pieza que te encalo la pared, soy multitarea”, asegura.
En serio
Cuando Hirahi empezó con la alfarería, sus amigas no se lo tomaron muy en serio: “No sabía sus opiniones porque no me las daban, pero sí notaba como que me han tomado un poco por loca”, dice: “No soy igual, soy como un poco bicho raro, pero me gusta”. Pero ahora, que ven que va en serio, ya es otra cosa. “Siento que mi personalidad y mi manera de ver las cosas, de madurez no van con mi edad”, confiesa.
“Soy muy chapada a la antigua, y lo mismo te hago una pieza que te encalo la pared”
La joven estuvo un mes trabajando como camarera y eso le sirvió para valorar mejor la alfarería y decir: “Realmente este es mi camino”. “Eso no era vida, y a mí me han criado con una frase que siempre dice mi padre, que es ‘búscate algo que te guste y nunca tendrás que trabajar’”. Y lo está comprobando día a día.
Ahora está sacándose el carné de conducir y acaba de solicitar un puesto en el mercadillo para ella. Dice que además de la alfarería, tiene la vertiente de los tatuajes. Ha aprendido a tatuar por su cuenta y ve esa faceta como otra posibilidad de ganar dinero, mientras que en la alfarería ve más una pasión, pero le gustaría poder dedicarse a ambas cosas: “El arte siempre me ha llamado mucho la atención”.
Dice Hirahi que su padre “se lo ha trabajado para que le conozcan en todas partes”. A Aquilino le llaman para que imparta cursos o talleres en varios puntos de Canarias o de la Península. Ella quiere acompañarle este año a Astorga (León) para poder ver la cerámica que se hace allí y poder difundir la que hace ella aquí.
Aquilino explica que, en Canarias, Panchito fue el primer hombre en dedicarse a este tipo de cerámica. Panchito se llamaba Francisco Rodríguez Santana, los mismos apellidos que Aquilino, pero no eran familia. En La Atalaya (Santa Brígida) tuvo dos alumnos: Domingo Díaz Barrios y Blasi Jaime, que era profesora de la Escuela de Artes y Oficios de Gran Canaria.
Aquilino aprendió en un curso que organizó el Gobierno de Canarias hace 41 años en Santa María de Guía. Se acercó por casualidad, pero conectó. “Cuando lo vi, flipé”, explica, por dos motivos: primero porque descubrió parte del patrimonio cultural, no solo de Canarias, sino de la humanidad, y segundo porque él comenzó a modelar plastilina cuando tenía siete años. “Era mi juego favorito, no me gustaba el fútbol, pero después, en la adolescencia, lo dejé porque era un juego de niños y empecé a usar arcilla industrial. Pero me frustraba porque mi obra era muy endeble, si se mojaba se volvía barro otra vez, y entonces no tenía dinero para comprar un horno”.
Ahora, cuatro décadas después, el maestro es él. Dice que su producción es escasa, pero que la vende toda en el mercadillo, además de lo que hace por encargo. “Ahora hay un interés mayor porque es un oficio en peligro de desaparición y quizás se le da más valor porque es algo que no va a poder sustituir una máquina, precisamente”. “Lo que pasa es que en la cultura es en donde último se invierte”, destaca Aquilino Rodríguez.
Señala que esta técnica primero fue una tarea doméstica femenina, después del siglo XV se convierte en oficio, “un oficio sucio que era comparado con las helecheras que cogían helecho y se embarraban”. “En la familia aprendían las mujeres y era una herencia matrilineal”. En el siglo XX aparecen otros materiales como el cristal, el aluminio o “los plásticos de colorines” y la cerámica retrocedió un poco hasta que apareció una nueva fuente de ingresos, que es el turismo, “que gusta de esto y paga por estas piezas únicas”.
Comentarios
1 PH Jue, 23/01/2025 - 09:21
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