MEMORIA DEL MAR

Enrique Martín Hormiga, la “enciclopedia” de la historia marinera de Lanzarote

El marinero, dedicado ahora a las réplicas de los balandros en los que navegó, rememora los entresijos de un Arrecife que miraba al mar

María José Lahora 0 COMENTARIOS 22/01/2024 - 07:18

A sus 81 años, Enrique Martín Hormiga cuenta con una memoria prodigiosa y una fluidez verbal que muchos desearían. Dedicado a la mar desde niño, cualquier curioso de la historia marinera puede acudir a la pastelería Jonay de la Avenida de la Marina a entablar una amena y larga charla con esta “enciclopedia” de la historia marinera, como bien le define Felipe Hernández Fuentes, al que ha dedicado la última de sus recreaciones de navegación, el San Luis.

En la estantería del establecimiento, para el que también ha confeccionado algunas maquetas con el sello comercial, puede contemplarse uno de los balandros en los que estuvo enrolado durante más tiempo, el Juana Hernández. Desde su habitual mesa en la terraza de la cafetería contempla el bar y el kiosko del parque Ramírez Cerdá, del que tristemente lamenta que solo sirva como almacén mientras los mayores de la zona tienen que pasar sus mañanas “al solajero”.

En este punto, rememora el antiguo kiosko de la avenida, cuando todo el paseo se encontraba amurallado y servía de refugio a los marineros veteranos mientras disfrutaban los días de asueto tras abandonar temporalmente el trabajo en alta mar. Explica que la anterior edificación se encontraba en el mismo parque, pero a la altura del Muelle de las Cebollas.  En su templete se realizaban actuaciones para amenizar lo que se conocía como “el día de los enamorados”. Eran bailes los jueves y sábados para que la juventud pudiera “ir a enamorar”. En estos eventos actuaba la banda de música municipal. Recuerda una ocasión en la que disfrutó del espectáculo de una agrupación alemana desembarcada en un crucero de la armada alemana amarrado en el muelle de Arrecife.

Sobre la vida en tierra y la oferta de ocio para los marineros tras más de un mes en alta mar, Martín Hormiga cuenta que podían ir a las cantinas, como la de Joaquina. Una de los más frecuentadas era El Alicantino, cerca de donde hoy está la pastelería Jonay. Allí solía actuar un dúo de cantantes rubias que eran la atracción de la flota arrecifeña con sus canciones populares como la de “yo tengo una ovejita lucera/ que de campanilla/ le he puesto un collar...” que el propio Enrique canturrea o boleros como: Reloj no marques las horas. También rememora a doña Trini con su piano en el Bar Janubio que frecuentaba a la edad de 17 años.

Eran sus años de adolescencia y juventud. “Los domingos algunos se vestían para ir a misa, pero yo no iba”, dice con sorna. El bar de más lujo era el de Antonio Bonilla en el que su mujer, Margarita Toledo, despachaba. También había momento para endulzarse el paladar con los “pirulines y criaturas” que vendía la hija del matrimonio en su puesto, en la esquina de lo que hoy es la calle Ramón Manchón, que da a la avenida.

Enrique posa con una de sus maquetas.

Herencia marinera

Enrique nació en Santa Cruz de Tenerife mientras su padre era contramaestre del Ginés Cerdá, propiedad del armador Eduardo Coll. Le trajeron a los tres años a Lanzarote. Se enroló junto a su padre a la temprana edad de nueve años en el balandro Juan García, del armador de mismo nombre, que también era el práctico del puerto. Por esta embarcación, al padre de Enrique le ofrecieron asociarse y repartir ganancias. Sin embargo, no llegó a tiempo de firmar la documentación necesaria y, al fallecimiento del armador, el balandro pasó a manos de su hijo, Matías García, con una actitud muy diferente a la de su padre, teniendo que abandonar definitivamente la familia Martín el proyecto empresarial.

En sus primeros meses enrolado, Enrique recibía de su padre cinco duros al mes. Los menores de 14 años tenían que esconderse para que las autoridades de marina no les pillaran en la embarcación. Estaba prohibido enrolar a tripulantes menores. Trabajaba en la cocina del barco, cuando el combustible se insuflaba con un fuelle (e imita el gesto de abrir y cerrar este utensilio). Entre risas, el veterano marinero dice que su mayor alegría fue cuando le llevaron el fogón de mecha que amarraba con un hilo de un lado al otro del barco para que no se moviera demasiado durante la navegación. “El menú de los marineros consistía en fideos con ‘pescao’ para almuerzo y arroz con ‘pescao’ para la cena y al otro día cambiaba. Por la mañana, tomábamos un agua como la manzanilla, el pasote que era una hierba amarrada con un cacho hilo a una verga en un manojo y cuando estaba el agua hirviendo se echaba dentro. Cuando cambiada de color se sacaba el manojo y lo colgabamos en la gavia para que se secase. Aguantaba días y días”.

Algunos patrones, junto a sus maquinistas, se reservaban la carne con papas para sus dietas. Una de las anécdotas sobre la alimentación es esa en la que de chinijo se encargaba de “cernir” el gofio en una despensa donde también se guardaba el pan bizcochado. Para comprobar que los niños no se lo comían les obligaban a silbar mientras “cernían” el millo. Pero como se las sabían todas aprendieron que podían engañar al vigilante si mientras uno comía el otro silbaba y viceversa.

A los 14 años, ya podían sacarse la matrícula y pasar a ser marineros. Hasta cumplir esa edad, Enrique estuvo navegando con la matrícula de su hermano en el balandro La Joven Felisa de Luis Suárez, que describe como “el más bonito del muelle de Arrecife”. Estuvo varado durante años en el Charco de San Ginés hasta que un francés la compró para acabar embarrancado en Villa Cisneros. Tras conseguir la acreditación necesaria estuvo enrolado, entre otros, con Nicolás Arbelo, el padre de la cantante Rosana. Fue motorista de una falúa con el nombre de Manuela Suárez, en honor a la mujer de Tomás Toledo, armador del barco. La describe como una lancha de vela con motores de 20 caballos de potencia. Salían a la zafra “pasados” Los Dolores para pescar a cien millas de Cabo Blanco, en el Cabo San Luis.

El “canalista” era el marinero que escuchaba a ras del mar para detectar la pesca

La flota de Arrecife se dedicaba principalmente, en la época de Enrique Martín Hormiga (años 50 y 60), a la “pesca chica” y en “viaje redondo”, consistente en realizar las capturas, principalmente en Cabo Blanco, en balandro con una pequeña tripulación de seis trabajadores durante un periodo de 30 o 40 días. Al regreso paraban en Las Palmas de Gran Canaria o Tenerife para vender la pesca y si los marineros estaban contentos con el armador continuaban con él hasta Lanzarote, mientras que si por el contrario se había portado mal optaban por quedarse en los puertos de las islas capitalinas a la espera de una oportunidad mejor.

En esta época era frecuente que los marineros trabajasen a “caraportal”, que el Diccionario histórico del español de Canarias define como: “Captura realizada por los costeros fuera de las horas de jornada laboral, y que se reparte sólo entre los pescadores del barco, sin que entre en el reparto el armador del mismo”. Así la tripulación repartía las ganancias de los sobrantes de la pesca que ellos mismos se encargaban de vender en los mercados, aunque había armadores o patrones que no lo admitían.

Otro vocablo de la historia marinera de Arrecife es “canalista”, que según recuerda Enrique Martín era el marinero que se encargaba de escuchar, a ras del mar, el sonido del fondo marino para detectar la presencia de pesca, principalmente, de corvinas mientras navegaban en chalana. En este punto, asegura que estos peces emiten un sonido muy característico y que los machos son fácilmente identificables para estos especialistas, relato que apoya con una demostración sonora.

Para conocer la profundidad y dónde se encontraban las capturas disponían de un método de sondeo rudimentario conocido como “escandallo”, consistente en un cabo con una plomada cónica con una cavidad en uno de sus extremos donde se ponía el sebo. De forma manual lo hacían descender hasta que topaba con algo y si se impregnaba de coral es que efectivamente abundaba la pesca. Se solían difundir los hallazgos de los bancos pesqueros entre los barcos amigos y para ello se expresaban las distancias desde las costa en brazas.

Antiguas imágenes de la bahía de Arrecife. 

Enrique recuerda una de sus muchas anécdotas en el mar durante una temporada de pesca en la que pasó 13 meses sin pisar la Isla, mientras faenaba en Cabo Blanco haciendo el relevo de los casados que regresaban a Lanzarote tras la zafra para estar con sus familias. Recibió por ese tiempo más de 11.000 pesetas de golpe, cuando lo habitual era que cada campaña se abonasen 700 pesetas por marinero, y además él nunca pedía “adelanto”. El entonces armador del buque le comentó a su regreso que iba cobrar más que toda la tripulación junta. A su regreso también se encontró con que tenía una nueva casa en Titerroy, tras haber residido en Luis Morote desde los tres años, y un nuevo hermano, Tito.

Los colchones eran de paja, que tiraban tras el “viaje redondo” o de camisa de millo, que sí debían conservar para un siguiente uso. “Era muy apreciado en la época”, señala. También rememora el fatídico “rabo ciclón”, una catástrofe meteorológica en el mar que provocó el fallecimiento de muchas personas y en la que se perdieron muchos barcos.

Asegura que durante su etapa dedicada a la pesca, la ciudad de Arrecife experimentó pocos cambios. La Casa de Baños, “solo para los ricos”, estaba al fondo de la pasarela de la Avenida Marítima. Allí dijo que vio a César Manrique con un bañador de mujer, “de esos atados al cuello, azul con rayas blancas” refrescándose en el muelle. Los chicos solían mofarse del artista por sus usos y costumbres. 

Los “pistoleros”

Cuando se le pregunta por los “pistoleros”, ríe e intenta esquivar el tema porque este apelativo se decía como insulto. Luego fluyen nombres como el de Emilio -padre de Mariano el de la Notaría y de Emilín Tavío- , su hermano Quino de Máguez, el Chicharrero o el Charney. Explica el origen de la fama de este grupo: navegaban en “cachuchos”, palabra procedente del francés, se trataba de barcos pequeños o balandrillos. “Con ellos iban hasta la balandra francesa dedicada a la pesca de langosta. Era común que los galos entregasen todo el ‘pescao’ que sacaban a los cachuchos. Solían ir dos en el barco, uno para acceder a la langostera y seguir cogiendo pescao mientras ayudaba a desmallar la langosta a los tripulantes franceses, mientras el otro venía a vender las capturas entregadas”. Una vez que tenía las ganancias de la venta compraba un “garrafón” de vino y “allí se quedaba, templao los cinco días que estaba en tierra”. Luego regresaba a la balandra y se intercambiaban los papeles. “No les mandaban dinero a las mujeres, ni ná”, reprocha.

“Los ‘pistoleros’ se gastaban todo lo que vendían en vino y estaban días templaos”

Recuerda el nombre de la mujer de Emilio, uno de los “pistoleros”, Nieves Cabrera, porque protagonizó una de las anécdotas más rememoradas entre los marineros de la época. Al no llegarle dinero de su marido, Nieves decidió viajar con sus dos hijas y el pequeño Emilín, en un barco de pesca de Leandro San Ginés, El José Cosma, a cargo del patrón Tomás Camacho, rumbo a Cabo Blanco. Antes puso un telegrama a su marido: “Recibe en el José Cosma tres paquetes y un velillo”. Enrique explica sonriente: “El velillo era la mujer y los tres paquetes, los hijos”. Emilio, quien creía que el envío consistía en comida acudió feliz al puerto de Cabo Blanco. “Cuál sería su sorpresa al ver a la familia. Se le cayó el pomo”, relata entre carcajadas.

“Los pistoleros eran la clase más baja de marineros por eso tenía tan mala fama, pero vivían como espíritus libres sin recibir órdenes de nadie” en una sociedad donde el patrón y el armador eran venerados y estaban rodeados de aduladores, una actitud que estos marineros no admitían y por eso eran “rebeldes sin patria ni leyes que respetar”.

Para terminar, Enrique habla con tristeza de la reciente pérdida de su mujer y con orgullo de sus nietos, dos de ellos se han convertido en relevantes deportistas, uno juega en la sección de balonmano del FC Barcelona y otro en la UD Lanzarote. También se confiesa como lector de Diario de Lanzarote desde el número uno.

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