Bodegas Timanfaya, de la mano del enólogo Alberto González, busca servir de refugio para la divulgación de la cultura del vino

Una experiencia enoturística entre un manto de lava
Bodegas Timanfaya, de la mano del enólogo Alberto González, busca servir de refugio para la divulgación de la cultura del vino
Ubicada en el interior de un manto de lava y cenizas de las erupciones del Timanfaya, en la localidad de Mácher, se encuentra la bodega propiedad del enólogo Alberto González. Acogida a la Denominación de Origen Vinos de Lanzarote en el año 1999, el espacio erigido en torno a una cueva volcánica, cuna de vinos artesanales, pretende servir de refugio para todos los amantes al vino que desean conocer el origen y desarrollo de la viticultura lanzaroteña de la que es buen conocer su propietario. “Un espacio para aquellos que buscan un momento de aprendizaje y tranquilidad”, matiza.
Para la elaboración de sus vinos, la bodega mantiene los métodos tradicionales, sin someterlos a ningún tipo de tratamientos, estabilizaciones o clarificaciones, respetando en todo momento las características de las uvas. “Sin intervenciones”, apostilla Alberto González. La apuesta de Timanfaya se centra en elaborar caldos de gran calidad, “vinos diferenciados”, de ahí que se tienda a pequeñas producciones. Cuenta con viñedos propios situados en el corazón de La Geria, con cepas de pie franco que superan los 250 años de edad.
Entre sus hitos, se encuentra haber sacado al mercado el primer tinto de Lanzarote, a pesar de todas esas voces que decían que en la Isla no se podía elaborar esta variedad de caldo. Una producción que le valió el reconocimiento en el mundo de la viticultura y que le animó a seguir adelante con el proyecto. Una iniciativa que ahora retoma tras su paso asesorando a otras bodegas locales y foráneas.
En sus elaboraciones, Alberto González quería rendir un homenaje a los volcanes. Esta idea se refleja no solo en el nombre con el que bautizó su bodega, sino en el diseño y elementos de las etiquetas que decoran sus producciones, realizadas en relieve donde se palpa la propia ceniza volcánica. La pasión por el trabajo artesano se refleja en los cestos de Eulogio Concepción que decoran una de las paredes de la tienda. En otra, se exponen antiguas herramientas de labranza.
Entre sus hitos, se encuentra sacar al mercado el primer tinto de Lanzarote
Bodegas Timanfaya también busca servir de escenario para compartir experiencias enogastronómicas. Durante el recorrido por la bodega, las hierbas aromáticas y olores de los árboles frutales, donde anidan curiosas aves, transmiten los primeros aromas que ensalzan la posterior cata. Un huerto propio y un horno de piedra permiten completar la oferta para maridar sus vinos. En el horno de Sebastián, en homenaje a su tío hornero que le mostró las técnicas tradicionales para su construcción, se hornean bollos y panes en las “tardes dulces”, iniciativa finalista de los Premios Verema a mejor proyecto enoturístico del año 2024.
La visita continúa a través de un sendero que permite contemplar en detalle el manto de lava y la evolución de los líquenes y plantas en la roca volcánica. “La naturaleza es capaz de generar vida de una piedra inerte”, señala Alberto González. El camino desemboca en un refugio decorado con cómodos sillones en los que el enólogo propone degustar el vino tinto que en su momento se denominó Ceniza del Timanfaya, dado que la uva empleada era la tinta común de Lanzarote, que “da un toque a humo y tabaco” al caldo.
El recorrido propuesto lleva al visitante hasta la bodega construida dentro de la roca volcánica. La escasa luz que se filtra a través de la piedra permite contemplar en lo alto unas vidrieras que ilustran una imagen de la familia en los viñedos de Montañas de Fuego e insertada en los ventanales a través de la técnica de impresión de vidrio.
Primer tinto denominado Cenizas del Timanfaya.
En la Cueva de Lorenzo, se encuentra el mayor tesoro, vinos dulces reserva de 1999
Bajo el frescor de las lavas, en la Cueva de Lorenzo, se encuentra el mayor tesoro de la bodega, vinos dulces reserva de 1999. Grandes vinos dulces que recorrieron el mundo y trajeron para Lanzarote muchos de los premios nacionales e internacionales más codiciados y de mayor prestigio. Vinos excepcionales que se han forjado con el tiempo, ensamblando aromas primarios de la uva con los matices que aporta la madera de las barricas donde duermen, a resguardo en un rincón separado por unas rejas fruto del trabajo artesano.
Una imagen de Alberto González a la edad de 16 años junto a su padre en el campo preside una de las paredes de la Cueva de Lorenzo. En las estanterías reposan una muestra de las distintas elaboraciones del enólogo en su recorrido por las distintas bodegas para las que ha trabajado. Frente al enrejado artesanal, una mesa se reserva para entablar conversaciones en torno a la cultura del vino.
“Ciencia, experiencia y conocimiento son nuestra base. La pasión es nuestro motor y el vino es nuestra forma de expresar el arte”.
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