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Timanfaya: 50 años de un Parque Nacional que cambió Lanzarote

La creación del área protegida marcó la transformación en la visión insular de los volcanes, el inicio del turismo de masas y el despertar de la mentalidad ecologista

Mario Ferrer 0 COMENTARIOS 09/08/2024 - 11:26

El 9 de agosto de 1974 se nombró oficialmente a Timanfaya como parque nacional, aunque su origen más puro habría que buscarlo en los seis dramáticos años de erupciones que cambiaron para siempre la historia de Lanzarote en el siglo XVIII. No obstante, desde en aquel famoso 1 de septiembre de 1730 (cuando “entre las nueve y diez de la noche la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya a dos leguas de Yaiza”, según el relato del cura Andrés Lorenzo), muchas cosas fueron cambiando en torno a las petrificadas lavas que se comieron más de 20 por ciento de la superficie de la Isla, para que hace medio siglo se aprobara la creación del parque nacional.

El destacado escritor lanzaroteño Benito Pérez Armas (1871-1937) describía de esta manera la zona de los volcanes a principios del siglo XX: “Quien no haya visto aquel inmenso páramo de lava salvaje, feroz, truculenta, no puede tener idea de los horrores de un paisaje donde todo es de color de ala de cuervo y jamás ha nacido una flor. Al encontrarse frente a tal panorama se crispan los nervios como ante los bordes de un abismo. Aquello es la Naturaleza muerta y vestida de luto. El que tenga corazón de artista pasa por aquellos lugares silencioso, triste (...)”.

Pero en 1974 la labor pionera de artistas como Pancho Lasso o Agustín Espinosa ya habían ayudado a cambiar esa negra imagen tradicional de las Montañas del Fuego, aunque sería realmente César Manrique quien dirigió con éxito la reconversión simbólica que vivieron los terrenos volcánicos: de espacios malditos a paisajes únicos y valiosos.

La metamorfosis no fue solo estética, sino sobre todo económica. En un mundo arcaico donde la riqueza se basaba en la primitiva economía agropecuaria, las erupciones de Timanfaya solo fueron buenas en las zonas donde las arenas y cenizas volcánicas permitieron el éxito agrícola de los enarenados naturales y artificiales, como con los célebres cultivos de viñas de La Geria. Pero desde el mismo siglo XIX se empezó a ver una progresiva corriente de científicos, escritores o viajeras que pasaban por la Isla atraídos por esos kilómetros y kilómetros de lajiales y “lavas piquientas” que a los locales tan poco gustaban.

Ya adentrándonos en el siglo XX, el tímido flujo de turistas que empezaba a venir en los años sesenta también mostraba un gran interés por recorrer esos terrenos marcianos tan poco transitados. De hecho, poco a poco se fue estableciendo un servicio de paseo con camellos y el Cabildo también se animó a crear un pequeño merendero. Aunque las dependencias eran muy básicas, el éxito fue tan claro que la propia creación del Parque Nacional de Timanfaya surgió como un intento de poner límites efectivos a la creciente y descontrolada visita que se hacía a unos espacios geológicos de tanto valor como fragilidad. En ese sentido, la nueva figura de protección que se creó en 1974 también promovió el despertar de la incipiente mentalidad ecologista y conservacionista que ha ido en aumento en estas últimas décadas.

En pleno franquismo y mucho antes de que se hablara de cambio climático, la declaración de Timanfaya ayudó sobre todo a consolidar ese idea de Manrique y compañía de que el volcán era bello, por lo que sirvió para plantar la semilla de una nueva valoración del hasta entonces poco estimado paisaje de Lanzarote, que siempre había estado bajo la etiqueta negativa de la aridez extrema.

En 1974 estaba claro que Lanzarote se dirigía hacia el nuevo mundo del turismo internacional, de manera que Timanfaya se convirtió en una magnífica y muy singular postal que brindar al nuevo rey de nuestra economía: el turista europeo. Muchos destinos ya ofrecían playas exuberantes pero además de eso, Lanzarote también prometía paisajes que parecían sacados de la Luna o de Marte.

Un síntoma inequívoco del cambio fue el propio nombre de Timanfaya, ya que tradicionalmente la zona había sido denominada como Montañas del Fuego, pero finalmente se impuso un término que proviene de una de las más de 20 aldeas sepultadas en las erupciones de 1730-36. La transformación fue rápida, los camellos dejaron de arar en el campo para dedicarse a pasear turistas, al tiempo que los isleños dejaban los sufridos trabajos de la mar o la tierra para buscarse mejores salarios en el sector turístico.

Cambios institucionales

Timanfaya fue el octavo parque nacional de una red que ahora tiene 16, pero que tardó en construirse y consolidarse. En 1974 la administración nacional y la regional apenas tenían herramientas y recursos para salvaguardar y gestionar el patrimonio natural y cultural. En nuestro caso además, se trataba de un parque de carácter eminentemente geológico, lejos de los estándares de verdor y fecundidad del estereotipo.

Retrato colectivo de una familia en el antiguo merendero de Montañas del Fuego, en el Parque Nacional de Timanfaya en 1965. Imagen cedida por Miguel Ángel Martín a www.memoriadelanzarote.com.

La imagen del volcán pasó de espacio maldito a paisaje único y valioso

Con los años, el Estado y Canarias se han dotado de leyes e instituciones más efectivas para esa misión, por lo que hay que valorar el esfuerzo que se hizo en los setenta por proteger los terrenos volcánicos semivírgenes de las Montañas del Fuego y en un momento de gran vorágine constructiva por el boom del turismo. La labor del Cabildo de ese primer momento también fue muy interesante porque, con Manrique a la cabeza, ayudado por Jesús Soto, se realizaron grandes intervenciones, como el restaurante El Diablo o la Ruta de los Volcanes.

En los primeros años del parque, se tuvo que hacer frente a toda la nueva gestión de un espacio de grandes dimensiones que albergaba usos tradicionales (higueras, islotes, zonas de pesquería), además de poner en marcha el Patronato y planes de conservación de paisajes, flora y fauna en medio de un gran aumento de visitantes. En 1981 se aprobó la reclasificación del Parque Nacional de Timanfaya y en 1990 el Plan Rector de Uso y Gestión. Otro paso decisivo se dio en 2010, con el traspaso de las principales competencias en parques nacionales del Ministerio a las comunidades autónomas, en este caso a Canarias. En 2016 se aprobó otro documento básico en su ordenación: el Plan Director de la Red de Parques Nacionales.

Además, en 1993 Lanzarote recibió el reconocimiento de Reserva de la Biosfera, al tiempo que Timanfaya específicamente fue nombrada Zona Especial de Protección de Aves (ZEPA) en 1994. En 2015 Lanzarote y el Archipiélago Chinijo lograron el título de Geoparque Mundial, de la Unesco también. Junto a los galardones, el parque nacional ha tenido que gestionar también problemas, como los derivados de la enorme afluencia a puntos concretos, como el islote del Hilario, o la aparición de especies invasoras.

Administrativamente, Timanfaya es un ejemplo complejo, porque además del Gobierno de Canarias, también el Ministerio conserva algunos aspectos de la gestión de un espacio que, a su vez, afecta a áreas del Cabildo y de los Centros de Arte, Cultura y Turismo, además de los municipios de Tinajo y Yaiza.

Para conocer más sobre la evolución de las últimas décadas, se puede leer Parque Nacional de Timanfaya. La tierra que acaba de nacer. También existe abundante literatura científica sobre los aspectos geológicos y naturales del parque, mientras que para la parte social e histórica son especialmente recomendables las investigaciones de Carmen Romero y de José de León Hernández, quien tiene previsto publicar en breve un libro titulado La cultura del volcán. El patrimonio cultural del Parque Nacional de Timanfaya.

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