CULTURA

Palabra de carne y hueso: Leandro Perdomo

Este 11 de mayo se cumplen 100 años del nacimiento del escritor lanzaroteño Leandro Perdomo

Fernando Gómez Aguilera 7 COMENTARIOS 11/05/2021 - 06:44

Iluminaciones en la sombra y declaraciones de un vencido, tituló su diario literario Alejandro Sawa. De algún modo, el espacio conceptual y sentimental delimitado por el epígrafe ofrece el marco adecuado para abordar la trayectoria vital y creativa de Leandro Perdomo (Arrecife, 11 de mayo de 1921 – Teguise, 15 de junio de 1993). Presencia y obra entrañadas, plenas “de puro tuétano humano”, como señaló en 1963 Agustín de la Hoz.

La vida de Leandro Perdomo, “azarosa y desnivelada” (Sebastián Jiménez Sánchez, 1970), áspera y abundante, íntegra y abollada, constituye la materia sustantiva de su literatura. Una existencia, en definitiva, como expresó Guillermo García-Alcalde en 1976, “densa, rica y digna de la más extraordinaria narración novelesca”. Experimentó la bohemia y sufrió el flagelo y las detonaciones ocasionados por las privaciones y los hábitos desordenados en su cotidianidad. Leandro se alineó invariablemente con el proletariado intelectual y social, cuando no con el batallón de los desheredados y soñadores, correligionarios que, como él mismo, estaban abocados a la miseria, el desarraigo y la marginación, forzados por la precariedad de los días. Su independencia, sensibilidad cívica y defensa de la libertad individual imprimió tintes reivindicativos a su prosa, asociados a su marcado rechazo a las convenciones, la cultura material de la riqueza y los gustos burgueses. Tales coordenadas resultaban incompatibles con el heroísmo idealista que profesó y las formas quiméricas de vida que sedujeron a quien se acomodaba a la consigna de “la sagrada trinidad del bohemio” que Ernesto Bark sacramentó en “La santa bohemia”: ¡Arte, justicia, acción!”.

El extraordinario personaje al que dio forma Perdomo rivaliza con el centelleo de sus mejores páginas. Todo en él fue pasión, sueño y verdad, una robusta pulsión cordial y solidaria, hervor de humanidad, que cristalizó en un “individualismo feroz”, fuente de su originalidad. Así lo reconocieron en su momento compañeros de generación. Por ejemplo, el pintor Julio Viera, que lo conoció a fondo y compartió emigración, enterrados ambos en las minas belgas de Charleroi. Al aproximarse a su retrato, desbordado por la realidad heterogénea y profusa del autor de Diez cuentos (1953), confesó en 1958: “Pintar el vivo retrato de Leandro Perdomo no es tarea fácil. Su individualismo, su extraña personalidad, es incaptable”.

El extraordinario personaje al que dio forma Perdomo rivaliza con el centelleo de sus mejores páginas

Un individualismo excéntrico enraizado en una genealogía familiar, la de los Spínola, proclive a la aventura, el cultivo de las artes, la generosidad filantrópica y cierta hidalguía bohemia. El escritor acrecentó el patrimonio genético con rasgos destacados de su personalidad: el humor benévolo y socarrón, un arraigado sentido de la justicia social, el desafecto hacia los bienes materiales y sus titulares, el vínculo musculoso con la tierra propia desde una perspectiva mundana, la fraternidad, ternura y empatía con los desfavorecidos y con el sufrimiento ajeno… En fin, un intenso y nada sofisticado humanismo, del que ejerció como infatigable activista en cada una de sus páginas. Sin duda, practicó una literatura de actitud ante la vida y de compromiso con la condición humana.

Su modelo de creación no puede comprenderse al margen del sólido vínculo que mantuvo con el periodismo, donde se desenvolvió, asociado al molde de la crónica, que adquiere caracteres proteicos en su producción. Lo factual y lo ficcional se entretejen sutilmente para alumbrar textos afirmados en la metodología de las estéticas realistas. El narrador ancla su universo en el principio de experiencia. La minucia de lo anecdótico y trivial es reivindicada y toma cuerpo trascendido en sus páginas, propensas a una construcción que gira en torno a fogonazos, destellos. La microhistoria y la intrahistoria se convierten en el paisaje de su imaginario, volcado, con frecuencia, hacia una mirada nostálgica e idealizada de las costumbres y valores del pasado, al que añade el análisis crítico de la realidad contemporánea.


Dibujo de Julio Viera dedicado a Leandro Perdomo, 2019.

Buena parte de su obra se encuadra en el ámbito de la prosa testimonial. Aporta documentos, en ocasiones de denuncia, que contribuyen a la comprensión de la colectividad de su época, en un momento de aceleradas y traumáticas transformaciones. Más que en el campo del costumbrismo, es en la esfera más amplia de la literatura social donde adquiere carta de naturaleza y comprensión precisa su escritura desgarrada. Desde esas coordenadas pueden leerse, en particular, Diez cuentos (1953), El puerto de La Luz (1955) y Nosotros, los emigrantes (1970), pero también la mayoría de sus crónicas –una parte reunidas en Lanzarote y yo (1974), Desde mi cráter (1976) y Crónicas isleñas (1978)-, atravesadas por una consistente aspiración a la justicia universal, a subrayar valores de conducta, a esclarecer el alma de Lanzarote  y a restituir la dignidad visible de los marginados e inadaptados, mientras censura la codicia, el mercantilismo, el lujo, las desigualdades, la especulación o la banalización materialista.

A esa perspectiva se acopla su forma peculiar de escribir y contar. Desarrolla un estilo deshidratado y sarmentoso que se presenta como ideología, pero también como una suerte de trasposición del carácter sobrio, descarnado y esencial de la isla que le aprovisiona de narratividad, con la que su trabajo se amalgama. Su prosa deliberadamente “desaliñada”, directa, natural y antirretórica, se compadece con el universo de intereses populares y comunitarios, llanos, en que se materializan sus preocupaciones e inclinaciones. Su ideal expresivo toma la oralidad como norma, influido por la tradición insular. A semejanza de su itinerario vital y forma de ser, adopta la impureza como alma de la palabra.

La minucia de lo anecdótico y trivial es reivindicada y toma cuerpo trascendido en sus páginas

En este sentido, sin dejar de lado la perspectiva de los asuntos que aborda, su obra se despliega al modo de un tratado de isleñismo. Psicologías, costumbres, paisajes, humor, pueblos, personajes pintorescos, acontecimientos, leyendas… se despliegan en sus páginas como “denominador común de una irrenunciable pasión lanzaroteña”, “producto intransferible de la compenetración casi telúrica del escritor y la tierra” (García-Alcalde, 1976). Los contenidos culturales y antropológicos enriquecen los artículos y relatos de este cronista popular del anonimato y lo intrascendente que supo desbordar la fungibilidad de la prensa para hacer literatura arraigada. Y, ajustado al cosmos insular, gestiona el aporte riquísimo de un lenguaje enraizado en las peculiaridades lingüísticas lanzaroteñas, sometidas desde hace lustros a una veloz hemorragia disolvente. Lo administra normalizándolo, integrado en el flujo del habla literaria.

Estética desaliñada y vida desarreglada convergen, pues, en la palabra existencial perdomiana, en una obra desigual, sugestiva y personalísima, que acusa tanto el impacto de la experiencia vital como las urgencias y la improvisación provocadas por el apremio de la necesidad y las privaciones. Su realismo de sello personal, moldeado por un signo expresionista que lo ficcionaliza y desliza hacia contornos mágico-fantásticos, se alza en el horizonte literario de las Islas, en general, y de Lanzarote, en concreto, desprendiendo la rara luz propia de las contribuciones creativas inclasificables y, por consiguiente, exclusivas. 

En la perspectiva que facilita la conmemoración del centenario de su nacimiento, los libros del escritor nacido en Arrecife, verdaderas “iluminaciones en la sombra”, merecen ser recordados, recuperados y leídos pues, como escribió Néstor Álamo, “en la obra literaria de Leandro Perdomo se configura uno de los más altos prosistas del Archipiélago en cualquier tiempo, en un instante cualquiera, hasta el actual”. Pura enjundia humana sin trampa ni cartón: literatura de carne y hueso.

Comentarios

Magnífica semblanza!
Un crack
Me ha encantado. Extraordinario. Y también que Diario de Lanzarote recuerde a uno de nuestros creadores, olvidado y maltratado. Gracias
Qué bueno el artículo y qué interesante este escritor desconocido. Fantástico.
Muy buen artículo y que bien escrito está. No conocía al escritor Leandro Perdomo y ahora me he interesado por este curioso hombre de letras. Voy a leer sus libros. Felicito a este periódico por publicar estas cosas de cultura originales y de calidad
¡qué lujo volver a leer a Fernando Gomez Aguilera! Gracias por recordarnos el valor de nuestros grandes hombres.
Qué artículo, por Dios. Me ha encantado. Un privilegio leer cosas de esta calidad sobre personajes de Lanzarote que son tratados con criterios de calidad como se suele tratar a los grandes. Gracias al autor y enhorabuena a Diario de Lanzarote

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