Gregorio (Goro)
En nuestras casas atesoramos fotografías que esperan salir y mostrarse.
Historias con ganas de ser contadas.
Las fotografías registran el paso del tiempo, nos dan identidad, nos muestran a nuestra familia y a nuestro entorno. Nos definen.
Hace poco observé los álbumes de fotografías de mis padres, sacamos algunas y hablamos sobre ellas. Mis padres pusieron nombre a los que aparecían en las instantáneas, recordaron los lugares y los motivos por las que se realizaron.
Hojearon los álbumes de fotografías, vieron a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, a sus familiares, a sus padres… y se movieron emociones, se removió la nostalgia.
Esas imágenes estaban siendo el vínculo entre la historia de mis padres y la mía.
Las personas que crecieron y formaron parte de la narrativa de mis padres no solo les definieron a ellos: también a mí, a esa niña pequeña que aparece en algunas fotos.
En esa tarde supe mucho más de mis padres y mucho más sobre mí.
Una de esas fotografías despertó mi interés, en ella se ve a cuatro niños sonriendo en unos charcos. Se les ve tan felices...
Uno de esos niños era mi abuelo materno, Gregorio Gutiérrez Fuentes, junto a tres de sus hermanos.
No lo conocí, falleció antes de que yo naciera. Sabía de él por mi madre o por algún pescador del norte de la isla o de La Graciosa que le recordaba.
Siempre oí que fue un buen hombre, un hombre de mar, de aparejos, un hombre con la piel cuarteada por el sol y el salitre. Un buen marido, un buen padre y hermano.
Al guardar los álbumes decidimos ceder esta fotografía al Cabildo para divulgarla en Memoria de Lanzarote. Al principio sentí inseguridad y duda ante el hecho de mostrar una parte de nuestra vida ante los ojos de desconocidos. Hoy sé que mereció la pena publicarla.
Un familiar vio la fotografía y me hizo uno de los mayores regalos que he podido recibir: conocer a través de su mirada y de sus palabras la vida cotidiana de mi abuelo.
A través de los pasillos de su memoria supe más de ese niño que sonríe ante la cámara y de sus hermanos, de su familia y la mía.
Paseamos desde la casa donde creció mi abuelo, en la Ribera del Charco de San Ginés hacia el Muellito de Puerto Naos (Porto Naos, conocido así por los de aquí) para dibujar a mi abuelo.
Pude ver a través de sus ojos lo que ahora no existe, solo en el registro de esa fotografía, la casa de mis bisabuelos, la fábrica de salazón Nuestra Señora de las Nieves, la antigua sede de la Escuela de Pesca de Arrecife y la playita donde jugaban felices esos niños, llamada por los burgueses de Arrecife la playa "de los pobres", hoy convertida en el aparcamiento de Ginory.
Mientras paseábamos me mostró los diferentes edificios relacionados con el mar, la carpintería de ribera, la cantina de Joaquina, la herrería de Ramón Rosa, la casa del farero, los restos de las salinas.
Nos detuvimos en el Muellito de Porto Naos donde atracaba mi abuelo con su barquito de vela, llamado El Isleño y conocido como Gallito de Porto Naos por su elegancia. El trabajo de todos los de la familia desde muy niños era ese barquito. En él viajaba Negrillo, el perro de la familia que se tiraba al mar entrando en la bahía antes de atracar para avisar a la familia de su llegada.
Mientras me narraba anécdotas me trasladé humildemente a esa época y abracé muchas emociones.
Gracias a la complicidad y la ternura de las palabras de este familiar, la historia de la fotografía de esos cuatro niños pudo ser contada, supe más de mi abuelo y de su vida, de nuestra cultura y de la tradición marinera.
Retales de mi historia se convirtieron así en un relato colectivo de nuestra isla y de parte de la memoria de Lanzarote.
Para ti abuelo, hombre de Mar y familia.
Para la gente humilde y honrada de la playa de los pobres.
Y para ti Alfredo, mi gratitud por tanta bondad y por este regalo.
Comentarios
1 Almudena Lun, 30/12/2024 - 12:27
2 Borja Lun, 30/12/2024 - 13:20
3 Francisco Lun, 30/12/2024 - 17:22
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