“La pobreza mata”
No descubro nada si apunto que el problema de la vivienda está adquiriendo tintes dramáticos en esta isla. Admitimos (síntomas de inmunización comunitaria) con resignación callada sus sangrantes y perversos efectos sociales, que, por otro lado, han dejado de tener un carácter exclusivo entre los colectivos más vulnerables.
Cada día se amplía el espectro de familias afectadas y se alejan sus causas primarias de vinculaciones asociadas únicamente a la escasez de recursos económicos y/o al desarraigo. Nos encontramos con personas incluidas en el mercado laboral y con ingresos estables lisiados en su acceso a una vivienda sin que este derecho suponga un quebranto excesivo de los recursos que disponen para vivir.
La ambición desmedida y la carencia de escrúpulos de muchos nos ha invadido. Exigimos (defensa con ardor guerrero en algunos casos) la libertad y vida propia de los mercados, pero sacrificamos sin dudar la dignidad de las personas, devastada gravemente por intereses particulares.
Esta crisis habitacional ha sido o están siendo muy ágil a la hora de promocionar sus supuestas bondades económicas. El asunto plantea diversas aristas sociológicas en este naufragio comunitario, pero su verdadera cara es humanitaria. La desafección hacia el otro, hacia sus circunstancias de vida. No todo vale por un puñado de euros.
No hemos entendido que la pobreza mata y nos retrata como sociedad. Se impone la ferocidad, el hambre del acomodo personal, el ande yo caliente… Hemos elegido un camino frío, un camino oscuro asentado en la miseria de muchas personas. Hemos desestimado apostar decididamente por la protección de la dignidad ciudadana. Sin unos mínimos convivenciales, sin ese respeto por el bien común nos dirigimos a una selva colectiva de sombras.
No me voy a adentrar en la responsabilidad que tienen nuestros gestores políticos en esta cuestión. Tampoco en la complejidad de los procedimientos de desahucio (aunque los informes de vulnerabilidad merecen una reflexión aparte) o en los tímidos y tramposos remiendos jurídicos que dan cobijo a estas situaciones de explotación y desigualdad que genera el mercado por sí mismo. Pretendo enfatizar la situación de indignidad e indefensión en la viven muchas familias.
¿Cómo es posible que haya familias enteras que vivan en inaceptables condiciones de habitabilidad y seguridad? ¿Cómo es posible que el fenómeno de la infravivienda avance sin control? ¿Cómo es posible que se permita su desarrollo con tal grado de devastación, incluyendo relevantes procesos de degradación y exclusión social, especialmente esperpénticos en diversos puntos de la isla? Y lo peor de todo es la manera en la que esta ausencia de pudor cívico se despliega por las entrañas de la isla.
Hemos normalizado la precariedad y el dolor de todas estas personas. La urgencia de las necesidades primarias ahoga cualquier intento de acción colectiva.
La pobreza civil tiene mucho que ver con ese sentimiento de soledad, esa frustración permanente, ese miedo al fracaso, esa añoranza que no se va…
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