Animales, manos, trabas, surrealismo y amigos
Juan Arranz expone en la sala El Quirófano una retrospectiva de veinte años de producción artística
Las 31 piezas que componen la exposición de Juan Arranz en la sala El Quirófano del centro sociocultural de La Vega (Arrecife) cuelgan de las paredes como si fueran prendas de ropa. Las trabas en madera del autor, convertidas ya en piezas icónicas, adquieren así cierto protagonismo en esta retrospectiva, que se inicia con el cuadro Huevo frito tendido, del año 2000, y recorre sus principales épocas y temáticas.
El autor se niega a hablar de etapas artísticas, pero, de hecho, y como bien se aprecia, gracias a la distribución de las piezas que ha realizado Cristina González, La Chica del Millón, la muestra refleja las distintas temáticas abordadas por el autor a lo largo de dos décadas.
Cine, surrealismo o la última serie, cinco cuadros de inquietante estética de fantásticos animales-mano se suceden en el periplo de la exposición, a la que da la bienvenida La mona Luisa, un homenaje a la Gioconda, de Leonardo Da Vinci, a quien venera Juan.
Los cinco cuadros de la última serie “han acabado agrupados porque comparten la estética de las manos. En realidad son animales, un caballito de mar que cambió su título a El Parásito; el pulpo, que era, en efecto, un pulpo, sin más, y ahora es El acosador; Jiratuga, rebautizada como El manipulador, el hombre chungo, todas flanqueadas por dos caras raras, una inspirada en una lámina de Leonardo llevada al surrealismo, con elementos como un burgao, un motorista, un gorrión, un perrito... Y la otra, también un careto de aquella manera, con chalanas, una túnica... Se puede interpretar como un hombre déspota y manipulador”, explica Juan.
Pero si algo hace singular la muestra es la presencia de los amigos del autor, todos con inquietudes artísticas, algunos de ellos responsables del rebautizo de los cuadros de animalesmano. Así, José María de Páiz, Bombilla, escribe esto de El arrogante: “No me mires, gilipollas, no quiero que nada ni nadie contamine lo que hemos construido aquí adentro”.
Carlos Romero, Carlitos, propone este haikú para El Manipulador: “Ay, la cicatriz. Alcachofas con limón Arcade Fire”. “Creo que, prácticamente, solo lo entiende él porque a mí este grupo ni me gusta”, bromea Juan.
A Leandro Betancort ha habido que recortarle su propuesta de texto para El Acosador, aunque puede leerse íntegramente en las redes sociales de Juan, que califica a su amigo de “un máquina escribiendo”: “Este híbrido de mano pulposa cosida y pintada con el pulso de un cirujano epiléptico en plena convulsión, que juega del farol la carta de la polisemia, consigue sin embargo llevarnos a donde pretende: un marco mental de mierda que aún sobrevive en algunos hombres en el que disfraza sin disimulo el acoso sexual como lo que es y no como lo que parece”.
Carlos Battaglini explica así El parásito: “Insiste Arranz en llamarlo parásito cuando su verdadero nombre responde a las iniciales T.U.”. Juan alude al “siempre concienzudo” Batta: “Pensó el texto largo tiempo. De repente decía ‘ya lo tengo, pero voy a dejar madurarlo media hora’, y estuvo así un montón de tiempo. Al principio pensé que me estaba llamando parásito a mí. Luego me dije: ‘no, está diciendo que yo llamo parásito a todo el mundo’. Da igual. Es lo que quiso escribir y he dado libertad a quienes han colaborado”, resuelve Juan.
Javier Ramón, Lala, ilustra a los visitantes de la muestra sobre El Incomprendido: “Pura fachada, un intento de conseguir su imagen propia. Muy currada, pero muy poco contrastada. Una personalidad hecha a retazos algo de aquí y algo de allá… Como estamos construidos casi todos. Un quiero y no puedo, pero no. No puede pretender ser tan malote alguien que lleve a modo de estandarte un canario en la cabeza. ¡Claro que no!”.
Otro amigo, esta vez de la infancia, Amado Álvarez, ha colaborado “con la tanza”, colgando los cuadros, en un periplo que también incluye la época cinematográfica del autor. Hay piezas alegóricas a Taxi Driver, con un De Niro, rebautizado por Amado como Suso el de la Patente; Un perro andaluz, El exorcista, El Resplandor o un híbrido de Psicosis y El grito de Munch.
La parte surrealista de la exposición pasa por Lágrimas negras donde Bebo Valdés toca el piano en la habitación de Van Gogh; retratos de Woody Allen, Frida Kahlo o Chaplin; y la pieza La creatividad, realizada a rotulador y elaborada en “cinco o seis noches”, que muestra un cerebro en pleno proceso de creación emanando ideas e imágenes inconexas.
Juan Arranz utiliza el acrílico como procedimiento pictórico porque lo suyo es el “aquí te pillo, aquí te mato, sesiones de pintura muy cortas y el óleo tarda mucho en secarse”, explica. Por el contrario, el autor sí pasa “mucho tiempo pensando” qué puede hacer, “cómo se le puede sacar punta al cuadro”. Trabaja sobre lienzo y sobre tabla, de manera un poco anárquica: “Con las maderas que encuentro, porque procuro reciclar todo lo que cae en mi mano, así que no puedo elegir demasiado el tamaño de las piezas, si bien, en el caso de La mona Luisa, dio la casualidad de que es del mismo tamaño que la Gioconda”. Hay alguna diferencia como la firma, que no es Leonardo, sino Arranz, y que “quizá acabe siendo González, como mi madre”.
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