“Viajar de oídas es viajar despacio”
Carlos de Hita, autor de ‘Lanzarote, Reserva de la Sonosfera’
¿Es posible conocer Lanzarote tan solo de oídas? No por lo que nos cuenten otros, de otra manera. Descubrir, reconocer, sentir y ante todo disfrutar los extraordinarios paisajes de la Isla con los ojos cerrados aunque, eso sí, con los oídos bien abiertos. Es la iconoclasta propuesta del sonidista de la naturaleza Carlos de Hita, quien ha compuesto una auténtica sinfonía natural con los lugares “más habladores” de Lanzarote, compleja banda sonora de lo cotidiano convertida, gracias a su arte creativo, en un introspectivo relato del territorio.
El encargo de la oficina de la Reserva de la Biosfera de Lanzarote y los Centros de Arte, Cultura y Turismo era arriesgado. Desde su inauguración en 1977, en el auditorio de los Jameos del Agua susurra como mineral sonido ambiente una composición muy minimalista que supervisó el propio César Manrique. A partir de ahora, los visitantes tendrán la oportunidad de experimentar diariamente en ese mismo espacio una sorprendente “inmersión auditiva” por la Reserva de la Sonosfera de Lanzarote, un recorrido por los paisajes sonoros de la Isla creados con las voces del fuego, el mar, el viento, las personas e incluso las aves. De esta forma, como explicó el consejero de la Reserva de la Biosfera Samuel Martín durante su presentación el pasado 18 de septiembre, ese “tubo volcánico bajo la piel rugosa de la Isla, que fue guarida del silencio durante siglos”, acogerá a partir de ahora “los más bellos sonidos de la creación humana y de la naturaleza”.
No es un documental al uso. Hay imágenes, es verdad, pero lo importante no se ve, se escucha y se imagina gracias a un montaje en sonido envolvente inmersivo 7.1. Como el viento, que suena de todas las maneras posibles en las rocas volcánicas como la sombra sonora de antiguas explosiones. O el mar, siempre presente. Estas “geofonías” de lo exánime se entremezclan con los sonidos vivos, las biofonías, de las aves, pero también las voces de los hombres y mujeres que han modelado este paisaje, geográfico y al mismo tiempo sonoro.
La banda sonora invita a descubrir los paisajes de Lanzarote con los ojos cerrados
Carlos de Hita está feliz con el resultado del trabajo. “Me ha permitido cumplir un viejo sueño, escuchar los sonidos de lo abierto en la gruta cerrada de un antiguo volcán, en el auditorio diseñado por César Manrique”. Y añade, como breve manual de instrucciones para todo aquel que se acerque con interés al proyecto: “Apela a un sentido, el del oído, que quizá informa poco, pero lo sugiere todo”.
La entrevista se realiza bajo la gran caverna de Los Jameos del Agua, en un momento de descanso durante la supervisión de la instalación, un entorno grandioso que sobrecoge y nos hace hablar muy bajo, casi entre susurros, para no alterar la magia del lugar.
-¿Ha sido muy difícil condensar en apenas 16 minutos los sonidos de Lanzarote?
-Ha sido bastante complicado. En primer lugar, porque los acontecimientos geológicos son del pasado, hay ecos en esa forma de las rocas volcánicas, pero son volcanes apagados, mudos. Por eso ha sido muy interesante comparar el volcán de Tajogaite en La Palma con lo que debió de ser esto hace tres siglos. Otra dificultad es que Lanzarote no es una isla que se caracterice por tener una gran biodiversidad sonora, porque es muy árida y hay pocas especies de aves en comparación con otras islas. Además, hace muchísimo viento, lo que dificulta grabar los sonidos con limpieza. El tercer problema fue incluir voces de personas mayores, pues pertenecen a una cultura que ya no existe y la mayoría ha fallecido. Por eso ha sido necesario recurrir a los archivos sonoros que con mucha generosidad me han permitido utilizar. La última dificultad consiste en mantener la atención de unos espectadores que son eminentemente visuales, pedirles que se abstraigan, que vean a través de lo que escuchan. Ése es el principal reto, pero también la principal virtud de este tipo de trabajos. Porque estás llamando a la complicidad del oyente.
-No nos lo pone muy fácil...
-No estoy diciendo “siéntate, ya me contarás”, sino que pido que cierres los ojos o mires a la pantalla e intentes entender lo que estás escuchando. En un mundo en el que el binomio audiovisual es esencialmente visual, y el audio, la música o la palabra, se consideran un simple acompañamiento de la imagen, la provocación de este trabajo es la parte más interesante.
-Resulta curioso que para entender el presente se tenga que escuchar el pasado.
-Es lógico. Para entender una isla volcánica tienes que saber cómo eran los volcanes. Para entender una colada de lava, y en Timanfaya hay unas cuantas, para entender el caos de los malpaíses, tienes que saber que esa roca en algún momento ha venido flotando sobre un río líquido, y eso es muy difícil de entender si no lo ves. Y si no lo escuchas. Para entender la cultura que ha generado esta isla también hay que oír hablar a la gente, escucharles decir que el agua era el gran problema. Hay que saber de dónde venimos. Porque el turismo se ha inventado hace unos pocos años, pero esta gente llevaba construyendo sus paisajes durante siglos. Ése es precisamente el principio de la Reserva de la Biosfera, identificar una cultura que convive con unos paisajes que ella misma ha creado o transformado.
“Para entender la cultura que ha generado esta Isla hay que oír a la gente”
-Habla mucho de la necesidad de viajar de oídas, pero cada vez viajamos más sordos al paisaje
-Por eso creo que este tipo de trabajos son muy interesantes, porque te obligan a intentar interpretar el entorno a través de un sentido que usamos poco. Ahora escuchamos más música que nunca, pero intentar interpretar el mundo que nos rodea por cómo suena no es muy frecuente y cada vez lo hacemos menos. Es todo un desafío que entiendas cómo es un acantilado solamente escuchando el eco de las aves, porque el eco describe el paisaje y tú puedes verlo de oídas.
¿Cuál sería el sonido más característico de Lanzarote?
-[Se lo piensa un momento antes de responder]. Los sonidos del silencio. Lanzarote es una isla abierta a todos los vientos. El viento no habla, tan solo sopla. Lo que produce el sonido es la superficie contra la que el viento impacta. En el caos de rocas de esta isla las voces del viento son inacabables, igual que las voces del mar cuando choca contra los escollos, porque no hay dos piedras iguales. No oímos el viento, oímos la superficie contra la que el viento silba.
-¿El viento suena igual en todas partes?
-No es cierto. En cada lugar suena de una manera diferente. El viento en un pinar de acículas afiladas parece agua hirviendo. En un bosque de hoja caduca suena como un tableteo, porque las hojas son como pequeños tambores que vibran, o como carracas. No suena igual el viento que bufa en la arista de una roca que dentro de un hornito volcánico donde emite un sonido hueco y envolvente.
“En el caos de rocas de esta Isla las voces del viento son inacabables”
-¿Qué es lo que más le ha costado grabar?
-El silencio. Ha sido necesario hacer un esfuerzo auténticamente intenso para evitar los ruidos que caracterizan a nuestra civilización actual, como el tráfico, tanto el terrestre como el de los aviones. He tenido que ir muy lejos en busca de lugares tranquilos, madrugar, esperar y aprovechar esos poquitos huecos que quedan en los que el paisaje sonoro de la naturaleza se expresa con nitidez.
-¿Somos una sociedad del ruido?
-Chapoteamos en el ruido.
-Volviendo a ‘Reserva de la Sonosfera’, el vídeo que la acompaña tiene una calidad impresionante, pero dado que habla de sonidos, ¿deberíamos verlo con los ojos cerrados?
-Me lo planteo como un montaje sonoro que se va a ver con los ojos cerrados. El sonido tiene esa capacidad, no tanto de informar, pero sí de sugerirlo todo, de despertar la memoria. Aunque entiendo que va dirigido a un público más general, por lo que también incluyo los sonogramas, esas bellísimas caligrafías sonoras que son los trazos que se generan a través del sonido y que puedes ver sin dejar de escuchar. También hay imágenes de paisajes, pero siempre grabadas desde un punto de vista muy específico, cómo suenan. No me interesa tanto el detalle de la imagen como ver el espacio en el que está esa imagen e intentar entender cómo suena ese lugar.
-¿Este trabajo educa en el escuchar y entender el paisaje?
-Viajar de oídas te obliga a ir muy despacio. Intentar entender un lugar por cómo suena te obliga a pararte, a ir lento. En este mundo, como ocurre muchas veces en Lanzarote, donde la gente llega a un sitio, paga su entrada, mira rápido, se hace unos selfis y se marcha, proponerles que se paren a escuchar lo que nos cuenta la naturaleza con sus propios sonidos es una propuesta un poco radical. A lo mejor interesa más que los turistas circulen rápido y vengan otros, pero para mí, viajar de oídas es viajar despacio.
“Sería bueno para todos, y para la naturaleza desde luego, eliminar las prisas”
-¿Le gustaría que dentro de unos años la gente que visite Lanzarote se pare en algunos sitios tan solo para escuchar el viento?
-Creo que sería bueno para todos, y para la naturaleza desde luego, eliminar las prisas. La experiencia en la naturaleza no puede ser corriendo, porque la convierte en un mero campo de pruebas, en una pista deportiva o una yincana donde vamos tachando objetivos. La naturaleza, como la música o las obras de arte, se entienden si te paras a escucharlas. Incluso si al final no te gusta, significará que al menos lo has entendido.
-¿Cómo has estructurado este trabajo?
-Hay apoyo de imagen, pero el sonido es el elemento narrativo fundamental. Consta de cuatro bloques encadenados. El primero es la historia geológica de la isla y en ella hay un montaje sonoro y visual que compara algunos detalles concretos del volcán de Tajogaite con sus paisajes equivalentes en Timanfaya tres siglos después. Le sigue un montaje que recorre las diferentes unidades del paisaje a través de las voces de sus animales. En el Risco de Famara escuchamos su paisaje vertical con los halcones tagarotes y los vencejos arriba y el mar abajo con las gaviotas. De ahí pasamos a los arenales de El Jable, batidos por el viento que trae y lleva las voces de las aves esteparias. En las salinas de Janubio escuchamos entre el barro y la sal a las aves limícolas. Los bosques de Lanzarote son los palmerales de Haría donde cantan la tórtola europea, la turca y la senegalesa, pues es una especie de vértice donde confluyen tres mundos distintos, el Norte, el Este y el continente africano. De ahí pasamos a los vientos y a la manera en que los hemos dominado con molinos, aerogeneradores o móviles. Nos da pie a un montaje con grabaciones antiguas de sonidos de hace 30 a 40 años que enlazan con una especie de collage sobre la memoria cultural de la isla de Lanzarote, las voces que han generado sus paisajes explicando cómo era la vida antes del desarrollo turístico. Se cierra con una reflexión de César Manrique que resume en cuatro palabras la belleza de estos paisajes culturales y naturales. Concluye con un recopilatorio de los sonidos del mar y las aves marinas que empieza con las olas batiendo en la costa del Malpaís de la Corona y termina una noche de luna llena en la que el cielo de la isla se llena con los extraños gritos, gruñidos y lamentos de las colonias de cientos de aves marinas que vienen a la costa a criar.
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