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“Es muy duro ver a gente que se muere y que les han llevado el virus a casa”

Virginia Castellano es enfermera en el Hospital José Molina y ha estado desde febrero de 2020 en el Equipo COVID que atiende a los ingresados en planta: “Para la muerte y el sufrimiento, aunque te preparas, no estás preparado”

Virginia Castellano. Foto: Adriel Perdomo.
Saúl García 1 COMENTARIOS 20/04/2021 - 06:57

Virginia Castellano llegó a Lanzarote para trabajar en el Hospital José Molina Orosa en febrero de 2020. Venía desde Gran Canaria, del Hospital Perpetuo Socorro y, como cualquiera en aquel momento, no se podía imaginar que un año después todo iba a ser tan diferente. Y eso que ya en aquel momento se comenzaba a hablar, y mucho, del coronavirus.

De hecho, acabó integrada en el Equipo COVID en planta hospitalaria cuando se crearon el equipo y los protocolos de intervención. “Sin embargo, sinceramente, pensábamos que nunca iba a llegar, el virus estaba en China y creíamos que aquí no iba a pasar nada”, apunta Virgina.

La primera ola del virus no tuvo un gran impacto en el Hospital, aunque, pocos días después de que se decretara el confinamiento, falleció una persona, un alemán. “Los primeros días, como todo era nuevo, fue muy difícil”, dice. Después ingresó otro alemán y la tercera fue una mujer “que lo pasó muy mal, sufrió mucho”. “Y nosotros con ella”, añade.

Empezaron a ver los efectos del virus: “Esa mujer no soportaba el oxígeno, no lo aguantaba, pero lo necesitaba”. La segunda ola llegó con más ingresos y con síntomas diferentes: muchos pacientes que aparecían sin ganas de comer. “El virus ha ido mutando, ha pasado por varias fases y aquí, cada día, aprendes algo nuevo”, dice Virgina sobre su trabajo en el Hospital.

Con el paso del tiempo, han visto que algunos medicamentos que usaban al principio no son tan eficaces, y otros, como el Remdesivir, van ganando terreno, aunque no valgan para todos los pacientes.

Pero la atención en un Hospital no se trata solo de administrar medicamentos. “Son personas encerradas en cuatro paredes, no reciben vistas, lo pasan mal, están solos”, dice, y a esto hay que sumar la falta de aire, “la sensación de que no les llega ese aire”. Así que es importante el ánimo, que los pacientes se sientan con ganas, con fuerza, e incluso que se rían. “Nosotras tenemos que estar bien para trasmitirles ese ánimo, eso es fundamental”.

Por eso, las videollamadas entre los pacientes y sus parientes “fueron buena idea”, señala. También jugaban con ellos cada tarde al bingo, incluso con premios donados por alguna farmacia o alguna librería. “El pensamiento positivo, la actitud, ayuda mucho, y lo primero es que no podemos mostrarle a los pacientes que estamos mal”, dice. Y había días en que era difícil disimular porque “ha sido muy duro”.

Además, tuvieron que ir aprendiendo poco a poco cómo organizarse para no desperdiciar los equipos de protección porque al principio escaseaban.

Cambio de casa

Virginia vivía con su tía, pero, en uno de esos primeros días de marzo, tras salir a las ocho de la mañana, decidió que no podía seguir en esa casa para evitar contagiarla. Le dejaron una casa en Tías y pasó sola el confinamiento. Dice que, en todo este tiempo, no ha tenido miedo al contagio, pero sí a contagiar, a estar contagiada y no saberlo y de esa forma contagiar a otra persona.

Estuvo durante mucho tiempo saliendo solo lo justo y viendo a poca gente, por si acaso. Lo peor es reciente. La tercera ola, que llegó poco después de Navidad y se veía que iba a llegar: “Lo esperábamos, sabíamos que la gente estaba cansada, que es lógico, pero tienes que pensar que no eres tú, sino que es tu familiar el que puede acabar mal”.

“Hemos formado una familia, hemos trabajado bien, estamos muy unidos”

Virginia hablaba con los pacientes ingresados en el Hospital y les preguntaba si sabían dónde se habían contagiado: “La mayoría no lo sabe, no se lo imagina, algunos decían que solo habían ido al supermercado, pero otros saben que es por algún familiar que llegó en Navidad”. “Es muy duro ver a gente que se muere y que no son ellos los que han salido y se han infectado sino que les han llevado el virus a casa”, dice Virginia.

Durante esa tercera ola, cuando terminaba la jornada, al llegar a casa, muchos días no podía evitar echarse a llorar para desahogarse, “para soltarlo todo” y por todo lo que estaba sucediendo. Ha tenido la suerte, si es que se puede llamar así, de que durante todas sus guardias, tan solo ha fallecido una persona, pero también tuvo que afrontar once ingresos durante una sola noche.

Entre los que fueron ingresando había una persona conocida que le decía a ella que no iba a salir ya del hospital, pero que sí que salió, a pesar de que hubo un momento crítico en que los médicos dijeron a la familia que iba a ser muy difícil que se recuperara. “Eso es una satisfacción personal, claro, te llevas eso como una de las cosas buenas”.

Pero, como nada es fácil, temen que vuelva a llegar otra ola “porque parece que no aprendemos nada o que no queremos aprender”. Cree que lo mejor es tener más cuidado “hasta que esto pare” o al menos hasta que los síntomas sean menos graves.

Una familia

A pesar de que un año de pandemia da para aprender muchas cosas, hay una que Virginia dice que no entenderá nunca: el negacionismo. “Esta es una realidad que tienes que estar ahí para vivirla, pero con una actitud negacionista, acabas perjudicando a los que están a tu alrededor”.

El Equipo COVID se ha convertido casi en una familia. De hecho, todo el equipo ha estado destinado durante un tiempo en otra área y han vuelto de nuevo a planta. Durante la tercera ola, eso sí, tuvieron que reforzar esa plantilla de cuatro enfermeras y tres auxiliares: “Hemos formado una familia, hemos trabajado bien entre todos, estamos muy unidos y sentirse a gusto es importante porque nos apoyamos y nos cuidamos entre nosotros”.

“Para la muerte y el sufrimiento, aunque te preparas, no estás preparado”, cree Virginia, que dice que la entrega que requiere esta profesión te nace así: “Es la mejor decisión que he tomado, es una profesión muy bonita, a veces triste, pero gratificante y vale la pena”.

Los pacientes o sus familias les han regalado de todo: cartas, bombones, cestas, dulces... Hace poco escuchó una voz conocida en el supermercado. Era un paciente. “Pensaba que no me iba a reconocer porque nosotras vamos tapadas de arriba abajo, pero me reconoció, me dijo ‘tú eres mi enfermera’, y me eché a llorar”, cuenta. “Te agradecen el trabajo en el alma”.

Comentarios

GRACIAS, por tu trabajo y por contarnos tu experiencia, que aunque en muchos momentos sea triste también en otros hay recompensa, es gratificante y ayuda.

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