Pedazos de urbana realidad: literatura lanzaroteña con Las Palmas como escenario
Los años de la posguerra trajeron tanta hambre y necesidad que hasta los periódicos se quedaron sin sustento. El papel escaseaba igual que lo hacía cualquier otro producto básico que sirviera al objeto de mantenerse vivo. Y del mismo modo que muchos decidieron huir de Lanzarote en busca de alimento para sus hijos hubo quien lo hizo, además, para mantener con vida a sus criaturas editoriales. Es lo que hizo Leandro Perdomo para sostener con respiración asistida al semanario Pronósticos, al que llegó a alimentar incluso con papel de envolver a falta de un soporte más noble.
La quijotesca figura en consonancia con un espíritu igualmente quijotesco del cronista lanzaroteño se convirtió en una estampa humana más de la bulliciosa ciudad de Las Palmas de Gran Canaria a partir de 1946. A pesar de sus esfuerzos, la revista falleció por inanición un 26 de marzo de 1948, cuando se imprimió el último número en la Imprenta Espino de la capital. Este narrador a pie de calle se ganaba la vida enviando textos y relatos que arrojaban sobre el papel trozos de urbana realidad que se publicaban en los periódicos Diario de Las Palmas, El Día, La Provincia, Falange o el Eco de Canarias.
El Puerto de La Luz y de Las Palmas recibe el primero de sus nombres por los extraños fenómenos lumínicos que muchos veían o creían ver en sus proximidades, circunstancia que según algunos estudiosos puede guardar relación con la masiva presencia de majoreros y conejeros, con sus luces de Mafasca y otras creencias importadas de sus jables y malpaíses. Sea como sea, lo cierto es que en 1955 tuvo lugar un hecho estelar en el mundo de la cultura canaria. El encuentro de dos luminarias produjo un antológico fogonazo titulado El Puerto de la Luz. Tipos y Estampas, segundo libro de Leandro Perdomo, que contó en esta ocasión con varios dibujos de Manolo Millares.
El libro se construye con narraciones que adentran al lector en el enorme hormiguero humano que se nutre de las actividades marítimas, industriales y mercantiles del recinto portuario. En el prólogo, Ventura Doreste escribe que los textos poseen "un estilo directo, eficaz casi siempre, tosco y pobre alguna vez, pero adecuado a su aguda aptitud de escritor hondamente inmerso en las más valiosas esencias del pueblo, que no del vulgo".
Los años cincuenta marcaron otro hito en la literatura insular con la publicación de 'La cólquida' de Agustín de la Hoz
Dicha obra vio la luz, nunca mejor dicho, dos años después de Diez Cuentos (1953), donde Leandro Perdomo también había embarcado a Millares. Otro crítico, José Sosa Suárez, manifestó entonces que "en su estructura, en su clima, apenas hay literatura. Son como osamentas, como peladas voces, como paredes lisas, sin ménsulas ni asideros". Años más tarde, en 1957, Perdomo se marchó a Bélgica para crear otro mito de papel, Volcán, pero esa historia ya queda en esta ocasión muy lejos de Las Palmas de Gran Canaria.
Los años cincuenta marcaron otro hito en la literatura insular con la publicación de La cólquida de Agustín de la Hoz, el hombre que disfrutó del surrealista encargo de ser enviado como corresponsal al Cofete (Jandía, Fuerteventura) por Diario de Las Palmas para cubrir un eclipse de sol. La novela se nutre de sus experiencias con pescadores lanzaroteños en Cabo Blanco. Pero varias escenas y etapas de la vida de los protagonistas se desarrollan también en los alrededores del Puerto de La Luz, en el barrio de La Isleta, en las inmediaciones de Santa Catalina o en el viejo y señorial barrio de Vegueta. El texto fue finalista del Premio de Novela Pérez Galdós. Y así, con la tinta de calamares ilustrados de gentes como Leandro Perdomo y Agustín de La Hoz, se fue escribiendo la pequeña historia de la literatura lanzaroteña, con todas sus luces y todos sus eclipses.
Comentarios
1 Porteño Lun, 15/02/2016 - 10:52
2 Anónimo Mar, 16/02/2016 - 21:39
3 Anónimo Mar, 16/02/2016 - 21:39
4 lola Mié, 17/02/2016 - 06:09
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