El 16 de enero de 1984 se inauguró la sala Buñuel, dentro del centro cultural El Almacén, que trajo a Arrecife una programación en versión original de la que carecían muchas ciudades más grandes
Cuarenta años de la sala Buñuel: el cine que no llegaba a los cines
El 16 de enero de 1984 se inauguró la sala Buñuel, dentro del centro cultural El Almacén, que trajo a Arrecife una programación en versión original de la que carecían muchas ciudades más grandes
El Almacén había abierto diez años antes, en 1974. Se cumple ahora medio siglo de su apertura. La sala Buñuel, el cine de El Almacén, se abrió después de unas obras de remodelación y ampliación que duraron más de un año. Se ampliaron la galería de arte El Aljibe y el bar y se construyó la sala en la planta superior. Para hacer honor al nombre se proyectaron, en su inauguración, dos películas del cineasta aragonés: La edad de oro y Un perro andaluz, las mismas que se pudieron ver el sábado 27 de enero de este año para conmemorar sus cuarenta años en un acto organizado por Tenique Cultural.
“La masiva asistencia de personas deslució el acto de reapertura del centro polidimensional El Almacén, hasta el punto de que fueron suspendidos los puntos previstos en el programa de reapertura. ‘Nos hemos visto completamente desbordados’, fueron las palabras del director del centro, Cipriano Fierro, haciendo referencia a la gran cantidad de personas que se encontraban presentes en El Almacén en la noche del lunes día 16, lo cual impidió llevar a cabo el plan de actos previsto”.
Eso es lo que decía la crónica de la inauguración que publicó el semanario Lancelot. Fue el 16 de enero de 1984. Asistió el entonces presidente del Gobierno de Canarias, Jerónimo Saavedra, una hermana de Felipe González y otras autoridades como el alcalde de Arrecife José María Espino o el senador José Ramírez Cerdá, el consejero de Cultura del Gobierno canario, Alfredo Herrera Piqué y personalidades de la cultura como Florentino Soria, director de la Filmoteca Nacional, el arquitecto Fernando Higueras, el crítico del diario El País José Miguel Ullán, el crítico de arte Fernando Castro o Pepe Dámaso. Y, por supuesto, César Manrique.
Saavedra declaró que esa nueva etapa de El Almacén se podía calificar como “ejemplar” y mostró por su admiración por la iniciativa “casi única” en España y que significaba “la entrega absoluta de César Manrique a la isla que lo vio nacer”. “El Almacén rompe con todos los criterios de centralismo y capitalidad como monopolio de la vida cultural de una región llevando la garantía de modernidad y universalidad, todo lo contrario a aldeanismo o insularismo”, dijo Saavedra.
Formó parte del empeño de César de acercar la cultura a la población
El Almacén era una iniciativa privada. Formaba parte del empeñó de César, llevado a la práctica, de acercar la cultura con mayúsculas a la población lanzaroteña. César había invertido en esa remodelación el dinero que había ganado con el diseño del centro comercial La Vaguada en Madrid, unos cincuenta millones de pesetas. Solo tres años después se enfrentaba a un tremendo agujero económico por la mala gestión del administrador tanto del centro cultural como de los impuestos del artista. El Almacén cerró temporalmente y después tuvo que cederlo al Cabildo de Lanzarote para que se hiciera cargo de su gestión. Pero eso es otra historia.
El que fuera presidente del Gobierno canario y ministro de Cultura había dado en el clavo. Lo que facilitó El Almacén no solo fue la posibilidad de tener un punto de encuentro para el arte y la cultura, sino sobre todo el acceso a una programación de exposiciones, teatro, conferencias o cine que no estaba al alcance de la mayoría de las capitales de provincia en aquel momento. Respecto al cine, se inició una programación de cine de autor, cine independiente o, como se llamaba entonces, cine de arte y ensayo (y en versión original), que solo se podía ver en algunas capitales y en muchas de ellas de forma esporádica. Se creó una burbuja de cultura en la periferia en un tiempo y un lugar que no le hubiera correspondido de no ser por el empeño de Manrique.
Entradas
A Marco Arrocha y Juan Rafael Martínez, Busqui, el cine les cambió la vida. O se la ha ido modelando. Cuando abrió la sala Buñuel estaban en el instituto. Cada semana se proyectaban dos o tres películas y había varios pases de cada una, en distintos horarios. La entrada costaba cien pesetas, pero Nazario de León, profesor de Lengua, consiguió que los alumnos del instituto pudieran ver las películas con unos tiques que solo costaban 25. “La mayor parte de las veces no te cortaban el tique”, recuerda Busqui, que dice que aún guarda en casa algunos de esos bonos.
Ponían películas de Visconti, de Jim Jarmusch, Shoei Imamura, Nagisa Oshima, Wim Wenders, Fellini, Herzog, Robert Bresson, Godard, Bergman, Coppola, Chaplin o Iván Zulueta y algunas de cineastas del Este “que eran larguísimas”, recuerda Arrocha. Iba todo tipo de público, o al menos público variado.
Había sesiones con el aforo casi lleno y otras a las que no iba nadie. Marco fue a ver una tarde una película de los hermanos Taviani, San Michele aveva un gallo, que se tradujo en español con el título No estoy solo. Pero como la realidad va por su lado y el arte por el suyo, ese día no había nadie más en la sala. “Manolo Espino me dijo que me ponía la película de todas formas aunque solo fuera para mí”. Espino fue el segundo proyeccionista y hombre para todo en la sala. Recuerda Marco que en la cabina de proyección tenía apilados los números de la revista Dirigido Por. El caso es que, con la película empezada, entró otra persona a la sala y se sentó delante del único espectador. “Me tuve que cambiar de sitio”, dice Marco.
‘Busqui’ y Marco en la sala Buñuel. Foto: Adriel Perdomo.
Los cines
La sala Buñuel abrió en una época difícil para el cine. Los ochenta fueron esos años en los que el cine de barrio empezó a desaparecer en favor del videoclub de la esquina mientras que aún no habían nacido los multicines. Arrecife tenía entonces seis salas comerciales: Atlántida, Díaz Pérez, que después fue el Odeón, Costa Azul, Triana, Toledo en Altavista y Hollywood en Titerroy. Los Spínola trabajaban con la Paramount y Universal y Juan Perdomo con la Warner y la Fox.
Había un hueco para el cine independiente. Antes de la sala Buñuel se proyectaba algo similar en el Costa Azul o en el Torrelavega, por la iniciativa de Ildefonso Aguilar y Gongui Millares. Pero los cines fueron cerrando a medida que abrían los videoclubes. Es en ese contexto en el que nace la sala Buñuel. “Si lo piensas, nadie sensato se hubiera arriesgado”, dice Arrocha sobre la apertura de la sala y las posibilidades de rentabilidad económica.
La programación se nutrió de otra iniciativa cultural: el cinematógrafo Yaiza Borges
Para explicar la programación de la sala Buñel, no obstante, hay que acudir al contexto del Archipiélago y al nacimiento de otra iniciativa cultural: el cinematógrafo Yaiza Borges. Era un colectivo que se empeñó en atraer hacia las islas ese tipo de cine, el que se podía ver en la filmoteca o en los cines Renoir de Madrid, los únicos que había en versión original. Las bobinas que llegaban a El Almacén eran las mismas que ya se habían proyectado en Tenerife o Gran Canaria. Y para completar la explicación a la creación de ese circuito independiente hay que llegar hasta la distribuidora Tropical Films, de Melo Sansó, que falleció el año pasado con 94 años y que fue el impulsor de los cines Galaxy’s, Monopol, Aguere o Price, en ambas islas.
Yaiza Borges hacía proyecciones “errantes” o esporádicas hasta que pudo hacerse con una sala en el cine Coliseum en la Laguna o en el Capitol para el que compraron un proyector que costó un millón de pesetas que no terminaron de pagar. O puede que ni siquiera empezaran. Pero la iniciativa tampoco duró muchos años, aunque mientras duró colaboraban o compartían gastos y películas con la sala Buñuel.
Versión original
Marco y Busqui se fueron a estudiar a La Laguna en 1985 y poco después desapareció el cinematógrafo Yaiza Borges, pero la sala Buñuel siguió en pie. “Era un lujo que estuviera aquí, veníamos en vacaciones a ver buen cine a Lanzarote, mejor que en La Laguna”, recuerdan. Dicen que hay muchas ciudades que no tuvieron en aquella época un cine de esas características: “En la mayoría de las capitales no había esa posibilidad”. El cine en versión original era un proscrito en las calles, mientras que en las casas solo lo emitían de madrugada en televisión. “Con El Almacén, César trajo la vanguardia, pero de verdad”.
La sala Buñuel formó a una generación, o a un grupo de espectadores. La semilla germinó años después. Busqui y Marco, junto con otras personas, crearon la Muestra de Cine de Lanzarote, que ya ha cumplido trece ediciones y una de sus motivaciones fue precisamente el hecho de que El Almacén permaneciera cerrado durante varios años y no se pudiera acceder a una programación de cine independiente.
Además, la asociación Tenique Cultural realiza otras iniciativas a lo largo del año. Lo que todas tienen en común es el objetivo de dar la oportunidad al público de poder ver un tipo de cine que no se puede ver en las salas comerciales, en las pocas que resistieron al empuje de los videoclubes o que nacieron después, y que combaten ahora al streaming a base de vender palomitas.
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