El arrastrero, con una docena de tripulantes, encalló en Mala y solo dos personas sobrevivieron. Ahora se conoce donde descansan los restos de los marineros sin identificar
Los secretos del trágico naufragio del Domenech de Varó en Lanzarote, 50 años después
El arrastrero, con una docena de tripulantes, encalló en Mala y solo dos personas sobrevivieron. Ahora se conoce donde descansan los restos de los marineros sin identificar
El 6 de febrero de 1973 encallaba en la costa de Mala el pesquero Domenech de Varó con una docena de tripulantes a bordo. Solo dos personas pudieron salvar la vida, el patrón de costa del barco, Vicente Pérez Yáñez y el marinero José Manga Rodríguez. Del resto de tripulantes, solo tres personas pudieron ser identificadas en su momento: José Bernal Ramírez, primer mecánico, Antonio Rodríguez Zaragoza, marinero, y el contramaestre Manuel Valiente, cuyos cuerpos descansan en el cementerio de Arrecife junto a los restos sin identificar de otros cinco pescadores. Los otros dos miembros a bordo de la embarcación nunca fueron hallados.
La Asociación social y cultural por la Memoria Histórica Pesquera de Lanzarote Ángel Díaz ha salido al rescate de la historia del suceso de este pesquero y ha logrado encontrar donde descansan los restos de los miembros de la tripulación identificados. Cinco nichos en blanco en el cementerio de Arrecife dan prueba de las dificultades de la técnica forense hace medio siglo para identificar los cadáveres que pudieron ser rescatados tras el hundimiento del arrastrero Domenech de Varó a su paso por la costa de Lanzarote con destino a las aguas del banco sahariano procedente de Puerto de Santa María.
Luis Moreno, en nombre de la asociación Ángel Díaz, desvela el misterio del naufragio del pesquero cincuenta años después de su hundimiento a raíz de la petición del hijo de uno de los marineros, Jaime Roselló Zaragoza, de origen alicantino. Con motivo del 50 aniversario del siniestro, su descendiente, Francisco Roselló, quiso averiguar cuáles fueron las circunstancias que le llevaron a perder a su padre con tan solo tres años de edad.
Motivado por tan redonda efeméride y con la intención de dedicarle unas líneas en un periódico de Cádiz, Francisco Roselló inició su propia investigación. Quería rendir homenaje a su progenitor y de paso conocer los detalles que se cernían en torno a la catástrofe de la que apenas se conocían los detalles en la localidad gaditana de Puerto de Santa María.
La búsqueda le llevó hasta el Archivo Municipal de Arrecife, desde donde le pusieron en contacto con la Asociación social y cultural por la Memoria Histórica Pesquera de Lanzarote Ángel Díaz, a fin de que pudiesen informarle de las consecuencias de este naufragio y de paso saber dónde podrían encontrarse los restos de su padre, uno de los tripulantes sin identificar del Domenech de Varó.
Es a raíz de esta solicitud cuando los miembros de la asociación, entre ellos Luis Moreno, investigador amateur, se ponen manos a la obra para poder dar luz al misterio que envolvía este naufragio en aguas lanzaroteñas. La investigación comienza con una visita al lugar donde encalló el barco. En Mala, los investigadores entablaron diversas charlas con vecinos testigos del hundimiento. Uno de ellos asegura que del pesquero ya solo queda el motor en el fondo del mar. En esta búsqueda se ha localizado además una pipa confeccionada con madera procedente de los restos del pesquero.
El Domenech de Varó encalló a causa de un fuerte oleaje, espesa neblina y calima
El Domenech de Varó, de 18 metros de eslora, fue construido en Alicante en 1956 por parte de la empresa M. Ripoll. Fue, junto a su gemelo Cristo de la Expiración, uno de los pocos pesqueros que conservaron la tradición del casco de madera en una época en la que comenzaban a ser habituales las embarcaciones de acero.
En el año de la tragedia, 1973, el arrastrero ya pertenecía al armador Cristóbal Romero Raposo, con sede en Puerto de Santa María, ciudad gaditana desde donde partió a principios de febrero con destino al banco sahariano con sus doce tripulantes a bordo para faenar.
Nicho 67 perteneciente a José Bernal Ramírez, que permitió hallar el resto de sepelios de sus compañeros sin identificar en el cementerio de Arrecife.
Naufragio
La primera escala del arrastrero fue Ceuta. Después, a su paso por aguas canarias se detecta una posible avería en la culata del motor por lo que optan por recalar en Lanzarote. En una maniobra, en la entrada norte de la Isla, a causa de un temporal de viento del este acompañado de neblina espesa junto a calima y fuerte oleaje, encalla en la costa de Mala en torno a la una de la madrugada del 6 de febrero de 1973.
Al quedar encallado, el patrón de costa, Vicente Pérez Yáñez, al mando del barco, rápidamente arroja la lancha salvavidas, pero una ola de mar lo tiró al mar junto a la balsa. Las corrientes lo llevaron a tierra sin poder salvar a ninguno de sus compañeros. Durante un tiempo pensó que era el único superviviente.
Según relatan los testigos del naufragio, tras alcanzar la costa, el patrón comenzó a caminar y divisó a lo lejos una luz. Era la casa de una pareja de alemanes que le prestaron auxilio. Al mismo tiempo aparecía el otro superviviente, el marinero José Manga Rodríguez, arrojado al mar por el oleaje, quien también pudo alcanzar la orilla. El barco, por su parte, quedó totalmente destrozado.
En Mala había un único teléfono en febrero de 1973 para uso de toda la población, ubicado en la tienda de la localidad, relata Luis Moreno. Desde allí los vecinos pudieron llamar para pedir auxilio. Los dos supervivientes fueron trasladados a la casa del marino de Arrecife para ser atendidos.
Mientras, en Mala continuaba la operación de rescate. Al frente de la misma se encontraba la Guardia Civil, la Comandancia de Marina y vecinos del pueblo. Tras horas de intensa búsqueda aparecieron los dos primeros cadáveres que correspondían a José Bernal Ramírez, mecánico, y al marinero Antonio Rodríguez Zaragoza y se comprobó que el barco quedó totalmente destrozado.
A la mañana siguiente aparecía el cuerpo de otro de los tripulantes que pudo ser identificado como el del contramaestre Manuel Valiente. El 8 de febrero se recuperó un cuarto cadáver sin identificar. El 13 de febrero aparecieron otros dos cuerpos más, estaban irreconocibles. El 14 de febrero dos barcos pesqueros localizaron otros dos cadáveres a los que tampoco se pudo reconocer. A esas alturas ya ni siquiera son distinguibles posibles tatuajes en la piel. Dos marineros continuaban desaparecidos.
El deterioro de los cuerpos impedía detectar huellas o señales identificativas
La investigación continuará después de la visita a Mala en la hemeroteca, donde los miembros de la asociación encontraron los datos del suceso que les llevaron a desplazarse hasta el archivo del cementerio de Arrecife donde se hallan ocho tumbas relacionadas con el siniestro. Una de ellas corresponde a José Bernal Ramírez, cuyo hermano pudo dedicarle su propia lápida. “Teniendo la numeración de esta lápida, la investigación prosigue en mirar en ese mismo libro de registro las tumbas contiguas. Nos dan la razón de que la siguiente corresponde a Manuel Valiente, otro tripulante identificado, mientras que la contigua es de Antonio Rodríguez Zaragoza, el otro marino identificado”, explica Luis Moreno.
Este hallazgo hace pensar a la asociación de Memoria Histórica Pesquera de Lanzarote Ángel Díaz en que las siguientes numeraciones de nichos, que sin embargo no aparecen identificadas, debían pertenecer al resto de cadáveres rescatados del mar. “Por fechas, por localización del cementerio y por los datos que no aparecen en el registro estimamos que corresponden a estos cinco marineros sin identificar”, dice Moreno.
El siguiente paso de la investigación fue hablar con el médico forense de Arrecife para que explicara a la asociación por qué no se pudieron identificar esos cadáveres en su día. El deterioro de los cuerpos, incluida la piel de los mismos, impedía detectar huellas dactilares ni señales identificativas, sin que en la época del naufragio existiesen otros medios disponibles. Hoy día las técnicas forenses empleadas permitirían cotejar el ADN para identificar los restos, sin embargo, este proceso requiere de un permiso especial por parte de la autoridad judicial con una gran inversión a nivel particular.
Ni siquiera Francisco Javier Roselló, quien ha mostrado interés en conocer la verdadera historia de la triste desaparición de su padre, se ha propuesto una posible exhumación ante las dificultades que entraña conseguir las autorizaciones correspondientes. Le consuela saber que la mayoría de los cuerpos de los compañeros de su padre descansan en el cementerio en sus propios nichos. Junto a la Asociación de Memoria Histórica Pesquera de Lanzarote Ángel Díaz, Francisco Javier Roselló baraja encargar una placa serigrafiada en su memoria que dé luz sobre esas tristes tumbas sin nombre con motivo del 50 aniversario del siniestro.
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