Ana Carrasco

Salirse por la tangente

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo
Ludwig Wittgenstein

 

El último libro del filósofo Byung-Chul Han se titula "El espíritu de la esperanza". Comienzo a leerlo en medio de un estado de consternación y tristeza; un gran científico y amigo, Juan Baztán, se ha ido de este mundo mientras trabajaba esperanzado en mejorar una de las problemáticas de este planeta: la contaminación por plásticos.

El ensayista es contundente. En las primeras páginas explica que los apocalipsis parecen estar de moda. Que siendo cierto que vivimos y padecemos múltiples crisis, "de tantos problemas por resolver y de tantas crisis por gestionar, la vida se ha reducido a una supervivencia". Y defiende que "solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir". Copio literalmente, porque su habilidad para caligrafiar su pensamiento de manera sencilla es extraordinaria.

Plantea que lo verdaderamente preocupante ante las superpuestas crisis, es la instauración y propagación de un "clima del miedo", porque esa insistencia en meternos el miedo (excelente instrumento de dominio) en la mente, genera angustia y resentimiento, nos inmoviliza, embrutece, impide que empaticemos con el prójimo y nos arrastra a los populismos.

Chul Han, hace un alegato en pro de la esperanza: Es ella la que nos regala futuro, nos hace ponernos en camino, despliega todo un horizonte de sentido. La esperanza no aísla, sino que vincula, mancomuna y reconcilia. El sujeto de la esperanza es un nosotros.

Y en ese sentido, reflexiono, extrapolando el discurso del filósofo surcoreano a la dolorosa y grave crisis migratoria. Porque la forma de vivirla y narrarla, poniendo la marcha acelerada del miedo, nos está conduciendo a un peligroso callejón sin salida, que es la angustia y, como consecuencia, al odio.

Leía hace unas semanas acerca de breves relatos reivindicativos publicados en España a principios del siglo pasado. En una de las páginas, el autor, Antonio Orihuela, transcribía un diálogo que me recordaba a los mantras que contra los inmigrantes se vociferan hoy. Pongo en contexto: En la España de las migraciones interiores, cuando una joven marchaba de un medio rural a la ciudad para servir en una casa pudiente, a veces, el señor, padre de familia, acosaba sexualmente a la chica e incluso llegaba a violarla.

Este es el diálogo que tiene lugar entre una sirvienta y la señora de la casa:

—El señor hace tiempo viene persiguiéndome. Yo siempre me he negado a complacerle.

—Mientes. A eso venís a la ciudad, a sembrar la desolación en los tranquilos hogares. A robarnos a los maridos, los padres, los hijos. Todas sois unas viciosas cochinas, unas indecentes, unas interesadas.

En la España de hoy, quién no ha escuchado frases como: "vienen a este tranquilo país a sembrar desolación, a robarnos nuestros puestos de trabajo, nuestros..." Frases que no se diferencian mucho de las lanzadas por las mujeres de las clases altas hacia el conjunto de mujeres rurales migrantes que se desplazaban a las ciudades para ganarse un sueldo, o la comida, y mandar, si acaso, algo de dinero a sus familias. Internas mal pagadas, que dormían en cuartos estrechos, pegados a las cocinas o despensas, que, sin horario, se ocupaban de los cuidados, necesidades y caprichos de señoras, señores, señoritas y señoritos. Mujeres jóvenes que cambiaban y lavaban a mano intimidades, sábanas manchadas de semen o de sangre, preparaban el desayuno, el almuerzo y la cena, y se iban a la cama cuando la casa quedaba en silencio, cansadas como burras y también miedosas ante una visita nocturna del amo o del señorito, deseosos de sexo, creyentes de sus derechos a roce.

En la España de hoy, ya no son las mujeres de pueblo, sino inmigrantes las que trabajan internas en muchas de nuestras casas. Mujeres que también se encargan de cuidar a los mayores. Si a mi abuela materna la cuidaron estupendamente mujeres nacidas en la isla, a su hijo, que fue mi padre, durante su larga enfermedad, le atendieron personas nacidas en Colombia, Cuba, República Dominicana. Mujeres que llegaron a Lanzarote y que en el caso de L., durmió los primeros días en la calle porque lo prometido no existía, hasta que consiguió una habitación donde dormir y se puso limpiar sin contrato durante años viviendas vacacionales y más tarde cuidar a mi padre con un contrato por delante que le permitió conseguir la residencia. L. llevaba cuatro años sin ver a su hija, hasta que finalmente pudo viajar a Colombia y celebrar allí el recuentro con su familia. Todas las mujeres que cuidaron a mi padre son maravillosas, excelentes personas, trabajadoras y cariñosas. Mucha paciencia tuvieron.

Generalizar, meter en el mismo saco a todos los inmigrantes, hablar de ellos como si fueran agresores, delincuentes, es como concluir que todas las mujeres españolas sirvientas eran unas busconas viciosas y todos los hombres de la España pudiente unos violadores. Generalizar es, en cierto modo, "salirse por la tangente". Una expresión que utilizaba mucho mi padre, y que significa "cambiar de tema en mitad de una conversación o discurso para referirse a cuestiones que no guardan relación con él".

Salirse por la tangente es no querer ver, ni pensar que la gran mayoría de las y los inmigrantes, son los cuidadores de nuestros padres o abuelos, son las camareras de nuestros hoteles legales e ilegales, las limpiadoras de escaleras, de calles, las que limpian las viviendas vacacionales, los pinches en cocinas de los hoteles o restaurantes, las que limpian los baños públicos, los que trabajan en el vertedero, limpian nuestros márgenes de carretera y nuestros hospitales o centros educativos, y así un largo etcétera. Es decir, las personas que se dedican a nuestros cuidados.

Por supuesto que debemos afrontar la crisis de inmigración, pero desde el respeto, el diálogo constructivo, humano, honesto, empático y esperanzador. Por mi parte, solo puedo estar eternamente agradecida a las personas que cuidaron a mi padre y hoy cuidan a mi madre. Deseo que prosperen, que sean felices, que vivan con esperanza.

Escribe Chul Han que el miedo nos hace perder toda nuestra fe y resta crédito a la realidad. Imposibilita la marcha, nos roba el futuro. Que es la esperanza la que pone rumbo a lo que aún está por nacer. Juan Baztán no tenía miedo, no era optimista, tenía esperanza y por eso emprendió el camino del buen hacer. Si en los próximos meses se aprueba un nuevo tratado internacional sobre la polución plástica, es en parte por su pasión, por su imaginación y visión de futuro. Juan sin miedo, Juan empático. Dice Chul Han que quien tiene esperanza apuesta por las posibilidades que nos sacarían de lo que no debería existir. Y..."Es el pensamiento, cuando se hace empático, el que nos abre las puertas a lo totalmente distinto".

 

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