Ana Carrasco

Graciosa humanidad

Estamos tan intoxicados uno del otro
Que de improviso podríamos naufragar,
Este paraíso incomparable
Podría convertirse en terrible afección.
Todo se ha aproximado al crimen
Dios nos ha de perdonar
A pesar de la paciencia infinita
Los caminos prohibidos se han cruzado.
Llevamos el paraíso como una cadena bendita
Miramos en él, como en un aljibe insondable,
Más profundo que los libros admirables
Que surgen de pronto y lo contienen todo.

Anna Ajmátova

 

El escritor y poeta, Jordi Soler, en una de sus estupendas columnas, decía: "El ciudadano del siglo XXI empieza a convertirse en un intolerante que no permite que se cuestione su batería de convicciones y de creencias, ni soporta los discursos que parecen ofensivos". Soler apelaba a la necesidad de sumar y contraponer diversas ópticas, a la necesidad de tolerar las ideas y opiniones adversas.

Algunas de sus frases se volcaron en mi libreta porque me parecieron de interés para reflexionar sobre nuestros posicionamientos encorsetados y esa ficción de querer vivir en sociedad sin que nadie nos interpele, o contradiga. Mientras leía, recordaba la agresividad feroz volcada en medios y redes sociales hacia una de las voces más populares, avizora y avisadora del cambio climático, la joven Greta Thunberg. Porque negacionistas y no tan negacionistas, como lobos feroces, abrieron su boca y enseñaron sus dientes afilados a la Greta, Caperucita, que lo único que pretendía era atravesar el bosque cargando con una incómoda cesta llena de datos y más datos, legitimados por la comunidad científica.

Ahora que la Covid-19 ha trastocado todo el planeta, y todo lo mediático se centra en la crisis sanitaria y económica, Greta ha dejado de ser carne de cañón y el verdadero lobo feroz, el cambio climático, prosigue su camino, dirigiendo su gran boca abrasadora hacia el planeta, que acoge esa humanidad modernizada que pretende sustraerse de los mensajes adversos y ofensivos.

Cavilaba que, tanta grosería hacia aquellas personas que nos transmiten una preocupación, se llamen Greta o Fernando, se debe en buena parte a nuestra necesidad de vivir tranquilos, sin sumar más incertidumbres a las que, ya de por sí, mortifican nuestras vidas. Porque, siendo vivir tan complejo, el añadir una nueva preocupación que no nace del diálogo interno, de un proceso de introspección o de un estado de conciencia, sino que llega a través de otras voces, nos perturba y cabrea sobremanera. Lo que intento decir es que llevamos fatal escuchar a aquellas personas que cuestionan lo que creemos ser y tener, nuestros pensamientos y convicciones, nuestro bienestar o responsabilidad. En definitiva, que se ponga en cuestión la frágil burbuja en la que nos sentimos medianamente confortables. "La lucidez es una categoría del espanto", escribió Ricardo Menéndez Salmón en No entres dócilmente en esa noche quieta.

Bolígrafo en mano, en el intento de entender ese estado de crispación, pensaba en las veces que nos sentimos mal, injustamente, con las personas que nos trasladan una mala noticia. Y Greta, de alguna manera, representa a la persona "cabrona" que nos ha informado que nuestro futuro nos pondrá unos cuernos muy largos. La historia y la literatura están plagadas de ejemplos de ejecuciones a portadores de noticias. Esos pobres inocentes que cumplían con la ardua misión de cabalgar con la verdad. En la obra de Shakespeare, Cleopatra, ante el conocimiento de que Antonio se había casado con otra, amenaza con tratar los ojos del mensajero como pelotas, a lo que éste le contesta: "Graciosa señora, yo que traigo las noticias, no he hecho a la pareja".

Si juzgamos negativamente a quienes nos dicen que estamos gorditas o calvos, cómo nos va a gustar que nos insistan que está en juego nuestro futuro o que debemos dejar a un lado nuestras comodidades para hacer frente a la emergencia climática, o a la pandemia, las cuales, en cualquier caso, gozan del mismo denominador común: la creencia de que podemos seguir expandiéndonos indefinidamente por encima de los límites biofísicos del planeta.

Dice Marina Garcés: "Abrir los ojos y saber nos puede llegar a hacer imposible vivir, pero es la condición para que el mundo sea un mundo en común y no una suma de islas ignorándose o devorándose entre sí." Madurar, progresar, crecer como personas conlleva escuchar al otro, cuestionar nuestras propias convicciones, pensar por nosotros mismos y junto a los demás, tolerar otras opiniones o metabolizar la realidad.

En este mundo tan lleno de lobos feroces, leviatanes y manipuladores, que ocultan o tergiversan, a propósito, la realidad, habría que hacer caso a Manuel Rivas cuando dice que "la verdad, como la tierra, no está a la altura de una mesa de despacho. Hay que doblar el espinazo, desechar semillas transgénicas, detectar la presencia de tóxicos, usar abonos orgánicos y, sobre todo, sentir las manos. Verificar".

"Graciosa humanidad, yo que traigo la noticia, no he hecho el cambio climático", le diría Greta al lobo feroz.

***

 

Anna Ajmátova fue una de las figuras más representativas de la Edad de Plata de la literatura rusa.

Foto: Greta Thunberg, earthisland.org

 

Comentarios

"La lucidez es una categoría del espanto". Fantástico, como el artículo entero. Felicidades a la autora y gracias por la permantente llamada a reflexionar/madurar.
Magnífica reflexión querida Ana !! Estoy muy de acuerdo. Ya ni siquiera queremos salir de nuestra "zona de inconfort", así estamos de adocenados y llenos de miedos. Gracias !!
Me ha encantado, muy interesante, gracias.
Felicidades por el artículo. Muy interesante.
...y más coherencia ambiental, entre nuestras palabras y acciones + cultura de la sostenibilidad fuera de los "palacios de cristal"
Gracias Ana por este nuevo artículo. Esperando el siguiente.

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