Alex Salebe

Cumbia del migrante

Entre la dulzura de la flauta e’ millo (gaita indígena), fusionada con la armonía enérgica del tambor africano y la sonoridad de las maracas y el guache, que dan ritmo a la cumbia colombiana, y su baile elegante y romántico basado en el cortejo del hombre que galantea a su pareja mientras ella, vestida con herencia española, falda de mucho vuelo y camisa de mangas abultadas, hace alarde de su cadencia, participé esta semana de la celebración cultural del Día Nacional del Colombiano Migrante (10 octubre). Los actos fueron promovidos por el Consulado de Colombia en Las Palmas de Gran Canaria y organizados en Lanzarote por la Asociación Ciclón del Atlántico. Enhorabuena por la iniciativa y su puesta en escena.

La cumbia enseña la mezcla de manifestaciones indígenas, africanas y españolas y representa la aportación complementaria de elementos culturales de cada uno de los pueblos  para la creación de esta valiosa expresión folklórica, coreográfica y musical característica del Caribe colombiano, quizá la seña de identidad más visible e internacional del Carnaval de Barranquilla.

A la cumbia le tengo además un cariño especial porque mi abuelo materno, Jesús Rodríguez, fue insigne bailador de la cumbiamba La Arenosa, icónica agrupación barranquillera de 76 años de historia. No olvido la emoción del homenaje cuando sonaron sus tambores y la flauta e’ millo en el sepelio del viejo Chucho.

La celebración del migrante colombiano, que se multiplica con actos en distintos puntos del mundo para reconocer el esfuerzo de millones de nacionales que han dejado voluntariamente su tierra o en circunstancias forzadas por la violencia en busca de tranquilidad y bienestar, la entiendo también como un llamamiento a la reflexión sobre el fenómeno migratorio global que hoy por hoy vive muy de cerca la población canaria, población que sabe lo duro que fue tener que viajar a buscarse la vida al nuevo continente en tiempos de penurias del Archipiélago.

No nos creamos los latinoamericanos, ni siquiera quienes tenemos doble nacionalidad en Europa, que somos extranjeros vips frente a la población africana que llega desesperada a las costas españolas y europeas. Todos y todas, llegados por tierra, mar o aire, somos inmigrantes, así que si pretendemos rechazar de forma contundente las manifestaciones xenófobas inaceptables de una minoría social y de partidos de derecha ultra como Vox tenemos que tener muy claro que debemos remar en la misma dirección.

No podemos normalizar que el líder nacional de Vox, el señor Abascal, visite la isla de El Hierro y diga en tono despectivo y lleno de odio que hay que acabar con la “invasión” de inmigrantes, que hay que mandar buques de la Armada española a “bloquear” las embarcaciones y que el país tiene que “acabar” con las subvenciones a las ONGs. Populismo barato porque él sabe que la luminosidad de sus propuestas no resuelve el problema, o si no que se lo pregunte a su amiga Meloni en Italia.

Si los inmigrantes que desembarcan en cayucos y pateras pudieran votar, ¿este sería el trato? Si los inmigrantes sin papeles pudieran votar, un concejal del PP de una localidad de la Provincia de Málaga, entre otras barbaridades, ¿se atrevería a sugerir que para el control de la inmigración había que marcar a las personas como  animales? Recordatorio obligado cuando toquen la puerta de nuestro domicilio a pedir el voto.

El debate migratorio está en la agenda como prioridad en los países latinoamericanos al más alto nivel con encuentros de presidentes y equipos de gobierno para analizar la movilidad humana entre países de la región y su influencia en el desarrollo de las naciones.

La propuesta está centrada en propiciar un diálogo continental para estudiar los flujos migratorios en la región, evaluando sus causas, efectos y tendencias demográficas, así como los factores de desarrollo que están siendo determinantes en la decisión de las personas de optar por un cambio de país de residencia.

Latinoamérica apuesta por trabajar desde los países de origen para crear condiciones de desarrollo sostenible que permitan circunstancias de vida digna y así garantizar que “la migración sea una decisión voluntaria y no una necesidad”, como lo expuso recientemente el canciller colombiano, Álvaro Leyva, en la Conferencia Italia - América Latina y el Caribe realizada en Roma, donde asimismo reivindicó actuaciones solidarias y de trabajo conjunto sobre la base de la “responsabilidad compartida”, ojo Europa: responsabilidad compartida.  

Antes de cerrar esta columna, me permito preguntar si se acuerdan de la voluntad solidaria de las regiones españolas para acoger niños y adultos que huyeron de la guerra de Ucrania y cómo esas mismas comunidades ahora escurren el bulto con la crisis humanitaria derivada del fenómeno migratorio en Canarias.

Todos y todas son personas, pero solo la infancia,  la población adulta sensata y la expresión artística, crítica y de memoria fresca, bailan a otro ritmo, al ritmo de la cumbia del migrante, al ritmo de  la integración y convivencia, consintiendo que es más sano vivir en la diversidad respetando los derechos humanos, empezando por el derecho inviolable a la vida y la integridad física y moral.

 

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