Una Isla para estudiar el origen de la vida
El trabajo de Alejandro Martínez (Galicia, 1985) consiste en entender la evolución biológica. ¿Cómo ha progresado la forma de los animales? ¿Cómo eran y dónde vivían sus ancestros? ¿Qué características tiene una criatura para poder sobrevivir en determinados lugares? ¿De dónde venimos, hacia dónde vamos? Su objeto de estudio favorito son las estrafalarias criaturas que habitan cuevas llenas de agua marina o dulce, así que el túnel de La Corona es su segunda casa.
“Hay animales en cuevas que tienen un plan corporal distinto a cualquier otra forma de vida”, explica el zoólogo y biólogo marino desde su centro de trabajo, en el Consejo Nacional de Investigación de Italia. Se refiere a seres tan extraños “que cuesta situarlos en el contexto evolutivo”. El mejor ejemplo es el ‘Morlockia ondinae’: un remípedo.
Parece un crustáceo, pero no lo es. En realidad comparte parientes con los insectos, más que con las gambas. Para más inri, los remípedos sólo se han encontrado en cuevas separadas entre sí por enormes distancias continentales: en el Caribe, en Australia, en Lanzarote... Si los científicos supieran de dónde vienen (todavía es un enigma), podrían entender cómo se originaron los insectos y cómo ha sido “el proceso que nos ha traído a todos hasta aquí”.
Lo que sí conocemos es que para aumentar la probabilidad de supervivencia de un ser vivo en un determinado ambiente, la vida suele buscar el camino más corto, “el cambio más sencillo”. Es el caso del ‘Munidopsis polymorpha’, nuestro icónico cangrejillo ciego, que antes de ser símbolo de los Jameos del Agua fue pariente de animales que habitaban los fondos abisales del mar. Si los analizamos, quizás encontremos una pieza más de ese puzzle incompleto que es el origen de la vida.
La mayoría de los estudios de conducta sobre el jameíto, realizados en los años 80 del siglo pasado, interpretan que es un animal territorialista que defiende una pequeña parcela de un radio equivalente a la longitud de su segunda antena, la más larga. Alejandro dice que esta teoría le parece “un poco rara” y lo razona así: “¿Qué sentido tiene defender siempre la misma parcela de terreno en el mundo subterráneo, donde siempre hay pocos alimentos? ¿Qué probabilidad existe de que haya comida?”.
Como las criaturas abisales
La hipótesis que trabaja dice que los jameítos “escogen dos modos de comportamiento que dependen de la calidad de su hábitat”. Si hay mucha comida, como sucede en Jameos del Agua, donde la luz permite el crecimiento de algas microscópicas, se organizan para tener espacio suficiente para comer, “manteniéndose en la misma zona” y defendiendola si es necesario. Sin embargo, si hay poco alimento, como sucede en las partes más oscuras de la cueva, los jameítos no se quedan quietos a verlas venir, sino que pasan la mayor parte del tiempo moviéndose en busca de alguna cosa. “Creemos que es un comportamiento heredado de sus ancestros, que viven en el océano profundo y se congregan alrededor de los humeros hidrotermales”.
Su hermano y colega, Ricardo Martínez, es físico en el departamento de Ecología de Princeton y está escribiendo un modelo matemático sobre el comportamiento de los jameítos para compararlo con la rutina del cangrejito ciego de Jameos del Agua que ha quedado registrada en muchísimas horas de vídeo y miles de fotografías. Así, comprobarán si la nueva teoría es cierta o no.
Los jameítos y el anélido Bonellia en el fondo de la laguna de los Jameos del Agua. Foto: Juan Valenciano.
Es necesario saber si son animales territorialistas o no para decidir qué estrategia seguir para protegerlos, algo de lo que ya se preocuparon Horst Wilkens y Jakob Parzefall en los años 70. “Horst y Jakob hicieron un trabajo muy importante en Lanzarote, que tal vez no se valore lo suficiente… Ambos dieron a conocer la importancia biológica de la cueva, y durante su estudio se dieron cuenta de que la población de jameíto en la laguna de los Jameos del Agua estaba en decadencia y avisaron a las autoridades competentes del problema. Gracias a ellos, probablemente, aún tengamos jameítos en Jameos del Agua”, cuenta Alejandro.
Las investigaciones de estos dos científicos alemanes demostraron que entre 1980 y 1990 bajó “sustancialmente” el número de estos habitantes del subsuelo conejero. Su método de conteo consistió en ir día tras día a contar los animales que había en un par de rocas, que eligieron por su posición y tamaño. “No es el mejor método, pero hemos repetido el experimento con ayuda de Horst, para compararlo”. Además, tienen intención de colocar cámaras de vídeo fijas en tres puntos del lago, que enviarán a un ordenador un registro a tiempo real de la vida de la comunidad jameíta. Así podrán seguir el ‘reality’ de la vida en la laguna y estudiar los cangrejos sin molestarlos. “El vídeo podría transmitirse en directo por internet y ser una atracción más para los visitantes al centro turístico”, propone el científico, que también es un entusiasta divulgador.
Los últimos análisis preliminares, realizados el pasado mes de abril, dicen que la población de jameítos “no está en declive”, a pesar de la jarana que se ha desarrollado a su alrededor (la construcción del centro turístico, las visitas, las monedas, los conciertos, etc.). Sin embargo, aunque esta especie es dura de pelar y está compuesta por un número considerable de individuos, no puede decirse que no esté amenazada.
Puede ser que todos los jameítos se hayan reproducido entre sí: esto significa que son clones genéticos y que podrían morir por culpa de la endogamia. Para saberlo están estudiando su variabilidad genética con ayuda de Joaquín Vierna y Antón Vizcaíno, de Allgenetics, una empresa de investigación asociada a la Universidad de A Coruña. El grupo de ecología microbiana del Centro de Investigaciones de Ecosistemas de Verbania (Italia) —donde trabaja actualmente Alejandro— está analizando la acumulación de metales pesados que han llegado a la laguna procedentes de la corrosión de las monedas que arrojan los visitantes, confundiendo un sitio de interés científico con un folclórico pozo de los deseos.
Durante la última campaña científica que realizaron en abril, los visitantes de Jameos del Agua les plantearon un montón de preguntas. “Nadie se queda indiferente al saber la cantidad de animales únicos que viven en la laguna” y la mayoría agradece que se haya hecho el esfuerzo divulgativo de publicar una ‘Guía interpretativa de los ecosistemas anquialinos de los Jameos del Agua y el Túnel de la Atlántida’. Una pareja de Bilbao se quedó sorprendida porque recordaba cangrejos mucho más grandes en su anterior visita (“¿tan pequeños?, ¿tantos por todos los lados?”).
La curiosidad que despierta la cueva en las personas y su inmenso potencial como laboratorio biológico y geológico la convierten en una valiosa herramienta “para ayudar a las personas a desarrollar sus habilidades para pensar de forma crítica”.
Antonio Martín, Juan Valenciano, Alejandro Martínez, Enrique Domínguez y Carola D. Jorge, algunos miembros del Tiger Team.
Proteger todo el ecosistema anquialino
Existen charcos anquialinos en otras islas oceánicas como Hawaii, Galápagos o Ascensión, pero Canarias es el único lugar del Este del Atlántico donde se ven. Los científicos han pedido que se protejan todos los charcos y lagos de este tipo que se conocen en Lanzarote. No se trata de vallarlos, sino de convertirlos en sitios para la educación ambiental, el disfrute de la biodiversidad y la investigación.
Esta última campaña desarrollada en Jameos del Agua —financiada por el Gobierno de Canarias con el apoyo de Geoparque de Lanzarote y Archipiélago Chinijo, el Ayuntamiento de Haría y el Aula de la Naturaleza de Máguez— ha involucrado a muchos profesionales: Álvaro García-Herrero y Guillermo García-Gómez, dos estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid que están deseando realizar su doctorado en Lanzarote (“hay mucho trabajo que hacer aquí y su ayuda sería preciosa”), un equipo de buceo con el que Alejandro trabaja desde 2009 (Enrique Domínguez, Carola D. Jorge, Juan Valenciano y Toño Martín: el Tiger Team); los compañeros del Centro de Investigaciones de Ecosistemas de Verbania donde trabaja actualmente Alejandro (Diego Fontenato, Ester Eckert, Gianluca Corno y Andrea di Cesare) y el equipo de Fablab de la Universidad de La Laguna (Agustín Valenzuela, David Reyes y Drago Díaz), que se encargará de la campaña de divulgación.
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