Tradiciones
Va pasando el tiempo de confinamiento y llega el anuncio de que pueden ser dos meses, y ya casi llevamos uno, con esperanzas publicadas de que el desconfinamiento puede ser gradual para ciertas personas o para ciertos territorios, como este.
Y se van viendo signos de que la gente va echando de menos sus costumbres. Hoy, Viernes Santo, me llegan mensajes, fotos y vídeos de amigos y familiares que intentan actuar de una forma parecida a como solían hacerlo hoy, haciendo torrijas, cocinando sancocho o tocando del tambor, según su lugar de residencia. Seguro que habrá procesiones virtuales. Otras, más intrépidas o más confiadas en la ineficacia de las fuerzas de seguridad, salen a tomar el sol, probablemente también por costumbre, y acaban multadas.
En este mar de incertidumbre, que ya lo era antes pero menos evidente, las tradiciones, tanto las colectivas como las personales, ayudan a buscar una especie de sentido a lo que no lo tiene. Si son nuestras son como anclas en el fondo, como sortilegios, pero si son colectivas nos ayudan a formar parte de un grupo.
Las tradiciones, contra lo que se suele creer, no son inmutables. Cambian más de lo que parece y no pasa nada. Muchas deben su existencia al azar y otras a cosas aún peores. La mayoría de ellas están reinventadas, reformadas o recreadas.
Si se sigue una tradición, o se cumple, lo mejor que se puede hacer es dejar las dudas y las preguntas fuera. Seguirla sin más, cumplirla sin más, con entusiasmo, convencerse de que tiene algún sentido y de que es imprescindible abordarla cada día, cada mes o cada año, pase lo que pase, aunque no se pueda salir de casa.
Menos mal que no nos ha pillado el confinamiento en Navidad.
De momento...
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