ECONOMÍA

Las cajeras de Lanzarote: tan esenciales como olvidadas

Las cobradoras de las cajas de supermercado han sido esenciales durante la pandemia. Han estado desde el principio de cara al público y no siempre con garantías para su salud. Tres de ellas relatan su experiencia

Saúl García 10 COMENTARIOS 26/04/2021 - 07:02

Se llaman Yurena Cabrera, Beatriz Bustos y Jezabel Fernández. Son tres de las cientos de cajeras de supermercados que hay en la Isla, de las que han cumplido ya un año sin apenas descanso, trabajando durante y después del confinamiento. Forman parte de una profesión que ha cumplido un año en primera línea y que ha tenido un papel imprescindible, cara a cara con el público, a veces demasiado cerca. Han estado alejadas de los focos de atención y siguen sufriendo, en muchos casos, una gran precariedad laboral. A pesar de todo esto, ni siquiera han aparecido como una de las profesiones esenciales en el calendario de vacunación. Las tres, Yurena, Beatriz y Jezabel, trabajan en Lanzarote, en dos cadenas diferentes, en Costa Teguise, Arrecife y San Bartolomé. Llevan 14, 12 y 15 años detrás de la caja.

“Esto ha sido un antes y un después”, dice Beatriz, que califica como un shock la noticia del confinamiento. “Somos una pieza clave”, reconocen todas, y recuerdan esos primeros días del confinamiento: “Era como si fuéramos a la guerra”, dicen, tanto por la cantidad de cosas extra que se tenían que colocar, como por la actitud que había que tener y el clima que se respiraba hace un año: “Claro que teníamos miedo porque no sabes en qué momento va a pasar un cliente que esté contagiado, y pasan muchos cada día”. En todo este año, sin embargo, ninguna de las tres se ha contagiado, aunque, como a casi todo el mundo, el virus sí les ha tocado de cerca. Un tío fallecido, un hijo contagiado... y compañeras de trabajo afectadas o en cuarentena por los protocolos que se aplicaron en los establecimientos para evitar la propagación del virus.

Los primeros días de la pandemia fueron confusos. Nadie llevaba mascarilla. Su uso no era obligatorio y, además, no había suficientes. “Una compañera dijo que quería que le dieran una mascarilla y le contestaron que no porque podía dar mala impresión y alarmar a los clientes”, cuentan. Los propios clientes, ante la falta de mascarillas, buscaban apaños con imaginación. “Recuerdo un cliente que iba con un calzoncillo en la cara, como si fuera una mascarilla, se veía hasta la marca, no me lo podía creer”, dice Yurena. Otro apareció con varias servilletas superpuestas y otro con una de esas caretas de bucear que venden en Decathlon.

En aquellos primeros días, poco antes del confinamiento, Jezabel estaba en Tenerife de vacaciones. Se asustó por si cerraban el aeropuerto y no podía volver a casa. Yurena, en cuanto se anunció la suspensión de las clases en los colegios, se trasladó a La Vegueta con su familia porque no se iba a poder hacer cargo de sus hijos. Beatriz recuerda que fueron días en que la gente “estaba como loca”, pensando en que los supermercados se iban a desabastecer. “¿De dónde sale tanta gente?”, pensó, y tiene la imagen en su memoria de los pasillos del supermercado en donde solo se veían cabezas y cestas sobresaliendo por arriba. Y había compras de hasta 600 euros, clientes con tres carros llenos y otros que iban por la mañana y volvían por la tarde a llenar de nuevo la despensa. Durante esos días “no se podía salir de la caja ni a reponer ni a nada”, dicen.

Después de esas jornadas laborales volvían a casa muy cansadas y con el miedo añadido de poder contagiar a su familia. Las noticias eran muchas y confusas: iban sin mascarilla, se hablaba del riesgo de contagio por tocar los productos... Jezabel dice que llegaba directa a la ducha, sin tocar a nadie. “Muy triste -dice Yurena- no poder dar un beso a mi hija de dos años, que no entendía por qué no me podía dar un beso, claro”.

Productos desaparecidos

Las tres fueron testigos del calendario de desapariciones de productos de las baldas de los supermercados: “En los primeros días, salías con el palé para reponer, te esperaban en la puerta y te lo quitaban de las manos”. Por orden, primero fue lo del papel higiénico. “Aún no lo entiendo, a mí que me lo expliquen”, dice Yurena. Y tras él, la harina y la levadura, para empezar con la repostería casera. “Yo vi a un cliente con seis paquetes de levadura”, dice una de ellas.

Más tarde, o de forma simultánea, fue el turno de los productos de limpieza. Llegó un momento en que, ante la escasez de lejía o desinfectante, los clientes se llevaban cualquier otro producto, además de los guantes, el gel hidroalcohólico, el alcohol… Y durante los dos meses del confinamiento y también después, las cervezas y el chocolate. “Increíble”, resumen. La parte más negativa era ver cómo llegaban personas mayores que necesitaban alguno de esos productos y no los encontraban, o una madre buscando toallitas para su bebé y que tampoco había.

Y, por su supuesto, han tenido que aguantar de todo: insultos casi a diario, mucha tensión, malas caras y malas formas y actitudes reiteradas de incumplimiento de las nuevas normas: “Decir cinco veces ‘súbase la mascarilla, por favor’”, o personas que se quitan la mascarilla para hablar por teléfono aunque estén pasando por la caja “como si no las fueran a escuchar por llevar la mascarilla puesta” o gente que se moja los dedos para abrir las bolas de la frutería o que toca la fruta sin guantes... A estos hay que sumar “los que se pegan a ti, cuando ya todo el mundo estaba manteniendo las distancias”.

Algunos clientes pagan la frustración o la incomodidad por esas normas con las cajeras: “Si les decías lo de la mascarilla te respondían que vaya tontería más grande”, dicen. Curiosamente, frente a otros momentos, y a pesar de que las relaciones sociales estaban limitadas solo a los convivientes, en general, los clientes no tenían muchas ganas de hablar. “No hablaban más de la cuenta, al revés, era como si tuvieran prisa”. Y hay que sumar la falta de paciencia. “Tenemos que limpiar la cinta por donde se pasan los productos después de cada cliente y la gente se desespera”, señalan. A otros les ocurre si llega el cambio de turno. “Yo les decía, llevamos desde las siete aquí, pero no se preocupe que ahora le atienden”.

Entre tanta pérdida de paciencia, hubo personas que se resistían a que les tomaran la temperatura a la entrada o que no querían ponerse los guantes porque sostenían que eso podía aumentar la carga viral. Y hubo hasta pleitos y peleas entre clientes. Pero también está, afortunadamente, la otra cara, la de muchos clientes que las animaban y les daban las gracias. “Y todo el mundo ha ido adaptándose”, resumen.

Por supuesto, ante las restricciones no podía faltar la picaresca. Durante el confinamiento solo se podía ir al supermercado de uno en uno, pero muchos iban en pareja y dentro hacían como que no se conocían, “aunque se notaba mucho”. Se les veía juntos en el pasillo, hablaban por teléfono de un pasillo a otro, dentro del propio supermercado, y algunos ni siquiera disimulaban. “Uno pasaba la compra y te decía que pagaba el que iba cuatro puestos más atrás en la fila”. Y personas que iban tres veces al día, que siempre se les olvidaba algo o parejas de novios besándose en los pasillos...

Transporte

El confinamiento llevó consigo restricciones en el transporte público, y eso afectó a muchas cajeras, y a otros trabajadores, principalmente, para ir y volver da Playa Blanca, porque en ocasiones tenían que esperar varias horas a la guagua. Además de los problemas añadidos con la Policía o la Guardia Civil, porque en un principio no se repartían justificantes de movilidad. A Beatriz la llegaron a multar con 600 euros cuando salía de su trabajo. Le dijo la Guardia Civil que no podía subir en el coche con un compañero de trabajo, y ella alegó que no tenía carné de conducir. Le llegó la multa, hizo alegaciones ante la Delegación del Gobierno y se la quitaron.

Los del transporte no fueron los únicos problemas, porque la vida seguía fuera del supermercado, con los deberes o las clases online, la preocupación por los ERTE, la salud, etcétera. Las tres coinciden ahora en que están cansadas psicológicamente y también físicamente.

Entre lo positivo, Beatriz dice que se ve con más experiencia, mientras que Yurena señala que pensaba que al menos iban a ser de las trabajadoras que iban a tener prioridad para la vacunación. “Yo también lo pensé”, dice Jezabel”.

“Es un puesto de trabajo que se ha precarizado aún más”

Vanessa Frahija ahora es secretaria insular de CC.OO. pero también fue cajera. Dice que es un puesto de trabajo que se ha precarizado, “multiplicado por quince”. Alerta de que se están haciendo contratos de dos meses en dos meses e, incluso, por obra y servicio, cuando es un sector donde no se puede hacer este tipo de contrato. “Hay más inestabilidad”, dice.

Se han impuesto reducciones de horario y hasta de plantilla “cuando los beneficios en este sector han sido muy grandes”, aunque ahora, con la crisis económica comenzando a consolidarse y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo de gran parte de la población, solo se compran hidratos de carbono y se adquiere muchos menos productos frescos.

Al principio, en marzo del año pasado, se compraba mucha carne fresca y congelados, pero la tendencia ha cambiado. Frahija señala que las cajeras son las trabajadoras más precarizadas en el sector de la alimentación y el comercio porque no cuentan con incentivos, como tienen otros puestos de trabajo, tienen peores horarios, ya que siempre abren o cierran, y tienen que hacer un poco de todo, además de la caja y de hacer el arqueo: reponer, limpiar si hace falta “y hasta cambiar una bombilla”. Dice que son las más expuestas al virus y que hubo que negociar con las empresas protocolos para intentar aumentar su protección. “Pedíamos mascarillas o mamparas protectoras y decían que si estábamos locos, y al final las pusieron”.

Además señala que, aunque algunas lo han hecho, han sido pocas las cadenas que han repartido beneficios entre sus empleados, a pesar de que algunos supermercados llegaron en 2020 a su previsión de facturación anual en el mes de mayo. Algunas cajeras lo han tenido difícil, por su situación personal. Muchas se acogieron a un plan presentado por el Gobierno, el Plan Me Cuida, que es una excedencia sin sueldo para poder cuidar a niños o personas mayores. Y otras más vulnerables, con patologías o por su edad, se podían acoger a una baja por esa circunstancia, sin que se le descontase el suelo, pero la tramitación no siempre ha sido fácil. “En algunos casos, diez veces hasta que nos dieron la razón, costó mucho que las empresas los aceptaran”.

Comentarios

Buen artículo
GRACIAS POR TODO¡¡¡
Manifiesto mi reconocimiento a las cajeras!
Desde fuera todo parece fácil pero para la vacunación los especialistas , los que saben , tuvieron que establecer prioridades y en este caso se optó ( toda Europa ) por comenzar por los que tienen más probabilidades de enfermar gravemente y morir , los que están en contacto con nuestros hijos , los sanitarios y las fuerzas de seguridad . Las cajeras han hecho una magnífica labor , nadie lo pone en duda , pero había que empezar y de la forma más conveniente. Ahora todos vamos al supermercado con mascarillas y dentro de poco habrá millones de vacunas para todos .
Gracias a todas las cajeras que nos dieron de comer a todos !!!
Un gran trabajo a esas cajeras, también quiero agradecer a esos conductores de guagua que estuvieron y están expuesto todos los días en un habitáculo cerrado exponiéndose a llevarse el virus a la casa por el mal uso de algunos pasajeros que se quitan la mascarilla al irse al fondo de la guagua donde el conductor no tiene la visibilidad de verlo, ánimos valientes
Un gran trabajo a esas cajeras, también quiero agradecer a esos conductores de guagua que estuvieron y están expuesto todos los días en un habitáculo cerrado exponiéndose a llevarse el virus a la casa por el mal uso de algunos pasajeros que se quitan la mascarilla al irse al fondo de la guagua donde el conductor no tiene la visibilidad de verlo, ánimos valientes
Las cajeras y los cajeros, aplausos para todos.
Y los conductores del transporte publico
Las cajeras y cajeros, los repartidores y repartidoras, las y los trabajadores de correo o de la limpieza TODOS ELLOS MERECEN NUESTRO RECONOCIMIENTO. Pero el Gobierno de Canarias decidió premiar a la Fundación César Manrique por cerrar y mandar al ERTE a sus trabajadores.

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