El patrimonio de la primavera: ruta por el norte de la Isla
La primavera ha llegado con delicadeza y modestia, sin el estrépito de otros años más lluviosos. En el Norte, las papas están al punto, listas para ser recogidas. La ruta comienza en El Bosquecillo, visita el acantilado de Famara, pasa por el morro del Castillejo y se asoma al barranco de la Paja. Es el momento de ver algunos ejemplos de flora endémica insular, que sólo muestran su exotismo local entre los meses de marzo y abril.
La barrilla silvestre ha ocupado sin permiso y en abundancia una finca abandonada en Haría. En Lanzarote, este Mesembryanthemum crystallinum sostuvo la economía insular durante el siglo XVIII, porque de sus hojas se obtenía sosa, ingrediente fundamental para el jabón. En otras latitudes se le conoce como ‘hierba helada’ por los brillos naturales que decoran su tallo, muy parecidos a la escarcha.
De origen africano, algunos gastrónomos conocen la barrilla como ‘lechuga del desierto’ y la utilizan en ensaladas o como fondo de plato. Los biólogos, algunos restauradores que usan productos locales y agricultores ecológicos están cultivando y usándola. Se preguntan cómo es posible que no se obtenga un rendimiento de esta planta y que la agricultura convencional la tome por una mala hierba. En realidad, tiene grandes cantidades de agua, sodio y potasio, y puede resultar una primer plato extraordinario, acompañado por tomate y pepino de la tierra.
La lengua vaca (Echium lancerottense) alfombra anualmente la montaña de Gallo con paisajes que revolucionan el ánimo del lanzaroteño y llenan Panoramio y Flickr de postales. El cosco (Mesembryanthemum nodiflorum) es un pariente de la barrilla cuyas semillas eran aprovechadas por los antiguos pobladores de la isla para elaborar gofio. Sus hojas son pequeños espagueti que nacen en verde y progresan hasta ser purpúreas por efecto de la deshidratación.
La margarita de Famara (Argyranthemum maderense) es una especie exclusiva de Lanzarote, que se desarrolla en el entorno del acantilado de Famara. Se distingue de otras flores homónimas por ser completa y atractivamente amarilla. Sus flores se caen demasiado pronto como para ser usadas en la jardinería decorativa. Juan Cazorla, un biólogo apasionado por la divulgación y el patrimonio local, reivindica la belleza y la necesidad de proteger los endemismos lanzaroteños de la hibridación con otras especies.
La corregüela de Famara (Convolvulus lopezsocasi) es una planta trepadora, de flores pequeñas y acampanadas, que luce en su nombre científico el apellido de una familia de Haría. La tojia (Nauplius schultzi) se utiliza como fitosanitario natural porque repele algunos insectos. Muy cerca, se agrupa un pequeño bosque de tajasnoyos (Ferula lancerottensis), que crecen hasta los 170 centímetros de altura, creando un paisaje único, próximo a lo legendario. “A veces se llena de pulgones y luego de mariquitas, que devoran a los primeros. Es la lucha biológica: si hay algo comestible, habrá quien se lo coma”, dice Juan.
Una plantación de acebuches sufre para crecer. En su día fueron plantados, posiblemente para generar vegetación y sombra: el marco ideal para las tradicionales chuletadas en la zona. Pero los árboles han dejado de recibir cuidados. Algunos intentan emanciparse y se yerguen para liberarse de su malla original. La estampa evidencia la “falta de continuidad” que tienen los proyectos que se emprenden y cómo el calendario biológico es muy diferente al calendario electoral.
Hay algunos almácigos colgados del Risco, hábitat de un centenar de cabras silvestres que se pasean por el cantil vertical con un equilibrio escandaloso. La cerraja (Reichardia famarae) y la yesquera (Helichrysum gossypinum) se acomodan entre las grietas de basaltos antiguos, en este macizo expuesto a las brumas septentrionales.
Algunas plantas son pasto de caracoles autóctonos que se alimentan de hojas tiernas. Otras han sido colonizadas por líquenes. “La asfixia un poco, merma su desarrollo y la seca”, explica Juan. “Pero, ¿qué es más importante: la planta, el liquen o el caracol?”. Por criterios económicos, el liquen sería el vencedor. Porque la orchilla convirtió Lanzarote en objeto de deseo para los normandos en el siglo XV. De su maceración en amoniaco (en orines, antiguamente) se obtiene un tinte azul violáceo. La recolección era tarea de mujeres, que se descolgaban por la pared de Famara, descalzas y amarradas con una soga.
Los corazoncillos (Lotus lanzarotensis) amarillean el jable de Famara. El bejeque (Aeonium lanzarotensis) gana en geometría a todas las demás, luciendo una perfecta roseta. El paseo por el Norte depara siemprevivas, helechos en las laderas norte, salvia local y orégano de Lanzarote (Thymus origanoides), cuyas hojas desprenden una fragancia patrimonial.
[Gracias al biólogo Juan Cazorla, por ser nuestro guía y mostrarnos la flora de la isla en primavera. Pueden ver sus fotografías en Flickr y Pinterest]
Añadir nuevo comentario