“La historia oficial decía que las mujeres no habían trabajado fuera del hogar”
La historiadora Arminda Arteta aborda la imagen de la mujer en los archivos fotográficos de la Isla
La historiadora Arminda Arteta cerró el ciclo Memoria de los jueves, organizado por Memoria Digital de Lanzarote para reflexionar sobre el papel de los archivos fotográficos y audiovisuales y para dar a conocer el patrimonio audiovisual de la Isla. La última, de las ocho charlas programadas, estuvo dedicada a la mujer: “Explorando la imagen de la mujer en el Archivo de Memoria de Lanzarote”.
Arteta basó su intervención en el proyecto Sombreras, que se expuso en la Casa Amarilla en el año 2020 para homenajear a la mujer rural y costera de la Isla. Cuando comenzó esa investigación junto a Vanessa Rodríguez, para la que llevaron a cabo decenas de entrevistas a mujeres de la Isla, se dio cuenta de que en los papeles siempre aparecía como oficio el de ama de casa o “sus labores” mientras que las imágenes no dejaban lugar a sus dudas sobre la cantidad de trabajos que hacían fuera del hogar.
“La historia oficial nos decía que las mujeres no habían trabajado fuera de sus hogares”, señaló Arteta, pero las fotos sí, aunque en muchas de ellas el rostro permanecía en penumbra por el efecto de la sombrera, lo que les pareció una metáfora sobre el papel de la mujer durante casi todo el siglo XX: a la sombra.
Así comenzó Arteta en la sala José Saramago, con el aforo completo, un “viaje al pasado de Lanzarote desde una perspectiva femenina”, en el que expuso y comentó fotos de Antonio Lorenzo, Javier Reyes, Fachico Rojas, Jacinto Alonso, del Fondo Blauboer-Rodríguez Castillo, Ildefonso Aguilar, Paco Elvira, Elza Carroza, Gumersindo Manrique o Gabriel Fernández, entre otros.
La primera etapa de ese viaje fue la configuración social del rol femenino, cuya máxima aspiración y objetivo esperado por todos era el de ser madre y esposa. “Yo no tuve niñez ninguna”, decían algunas mujeres en las entrevistas. “Era común -señaló Arteta- que las mujeres dijeran que no habían tenido infancia, o que les habían sacado pronto de la escuela para ir a trabajar al campo o cuidar a sus hermanos menores: “Yo a la escuela no le vi ni la puerta”. En las imágenes, algunas aparecen en el campo con los camellos, como Elena Díaz, de Teseguite, que recordaba que iba con ese animal a todos los sitios.
Después de la infancia inadvertida venía la juventud, en la que las únicas distracciones eran los bailes o ir a misa los domingos. Cuando se salía de la iglesia se hacía una especie de paseíllo, en formación, dominado por un metalenguaje: si a la de un extremo le hablaba un chico un día y le gustaba, repetía en ese puesto la semana siguiente, pero si no era de su agrado, se colocaba en el medio.
Al baile, por supuesto, solo se podía asistir acompañada de una mujer mayor (hermana, madre, tía, vecina...) que concedía, o no, el permiso del baile a los pretendientes.
El luto era otro factor dominante y de diferenciación entre hombres y mujeres. Mientras que ellos podían llevar un brazalete, ellas iban “cerradas” de negro a veces durante años, si moría un familiar directo. Les contaba una mujer de Soo que “parecían cuervos arando en El Jable”.
Después venía el noviazgo y tocaba “mosiar” a través de la ventana, los domingos por la tarde, hasta que, si la cosa iba en serio, se pasaba a la salita con distancia y precaución porque “les decían que si les tocaban la rodilla se podían quedar embarazadas”. Era una época delicada, expuesta. Si alguien lanzaba un bulo, aunque fuera mentira, les arruinaba la reputación. Eso le pasó a una mujer que se quedó con el mote de la “revolcada” por el falso testimonio de un hombre.
Llegaba por fin el matrimonio, recibido como la meta ansiada. “El marido era el amparo”, señaló Arteta. Lo era para poder salir de la casa familiar y para poder subsistir y no quedarse “solterona” a cuidar de los padres. Y después, claro, llegaba la maternidad, en ocasiones muy numerosa por la ausencia de anticonceptivos y la necesidad de mano de obra.
Decía una mujer de Soo que “parecían cuervos arando en El Jable”
La siguiente parada del viaje fue la de las multitareas de las mujeres, que hacían de todo, aunque sin prisa. “Antes el tiempo era diferente”. Se hacia una cosa cada mañana, cada tarde o cada día: la comida, el pan, el trabajo del campo, ir a por agua, a por leña, al molino, los higos porretos, la venta en la Recova o subir el Risco para vender el pescado en Lanzarote. En una ocasión, una mujer, embarazada de nueve meses, no volvió ese día a La Graciosa porque se puso de parto a la altura de Máguez.
Otras veces les tocaba caminar hasta Teguise porque en Haría ya estaba todo el mundo servido. “Ahora se hace ahí la Haría Extreme y se considera algo heroico, cuando estas mujeres lo hacían todos los días”, dijo Arminda Arteta. Y lo hacían descalzas para no gastar las soletas, y con cestas o balayos repletos de pescado.
Y en los “escasos ratos libres” había otras tareas: zurcir, jarear o hacer roseta, una actividad que fue fundamental para la economía de la Isla y una especie de moneda femenina. Todo ello a pie, todo sin remunerar y llevando a los recién nacidos al campo porque no había otro sitio donde dejarlos. El campo, cuando el trabajo era comunal, se convertía en lugar de confidencias. Y aunque muchas tareas no estaban reconocidas, también había oficios que eran femeninos o en los que se empleaban algunas mujeres, como el de sirvienta, lavandera (las de Soo eran las más reconocidas, que iban hasta una fuente en el Risco evitando, si podían, a los pastores del jable) o el de salinera, costurera, recolectora de cochinilla, dependienta, partera o alfarera.
La última parada del viaje tiene a la mujer como musa del turismo. Las primeras guías de viajes, viajeros o fotógrafos foráneos destacaban la huella humana del esfuerzo en el paisaje y no solo el paisaje. Reflejaban ese tipismo las postales desde los años cincuenta, el de las mujeres en el campo con sombrera y su indumentaria tradicional, como las de Talleres A. Zerkowitz, Litografía Saavedra, Ediciones Arribas, Reiner Loos, Foto Álvarez, Tullio Gatti o Comercial Silva.
La charla acabó exponiendo un trabajo fotográfico de Joaquín Vera y Nico Melián que retrataron a 69 mujeres, todas ellas vestidas igual con la sombrera y la vestimenta típica, y que formaron con todas ellas otra imagen de una mujer. Una imagen “para ilustrar su anonimato pero también su fuerza como colectivo”.
Comentarios
1 Yo mismo Lun, 13/05/2024 - 23:32
Añadir nuevo comentario