Pataleta de letras
Natalia Ginzburg afirmó que "la escritura es el único camino para no ser aplastado por la realidad". María Negroni, en su apunte sobre el escritor británico Sir Thomas Browne, escribe: "Imposible saber si uno escribe por costumbre, por afán de prestigio, por amor a la verdad o por mera desesperación; si escribir lo vuelve a uno más sagaz o más triste".
Yo no tengo dudas, escribo porque me gusta contar historias, compartir lo que pienso y aprendo, pero también por mera desesperación. Por esto último, nunca estaré lo suficientemente agradecida al papel. En un diario rojo con candado escribí mis primeras poesías. En libretas de todos los tamaños he escrito y dibujado mis pesares, mis miedos, cuanto he querido y deseado. Y lo escrito por otras personas me ha permitido vivir otras vidas y calmar mi desánimo.
El papel me ha dado la oportunidad de evadirme, aliviarme, tranquilizarme, y como está hecho de fibras vegetales, es a ellas, a la madre naturaleza, a la que tengo que agradecer el que pueda expresarme, y ahora mismo emprender un nuevo desahogo. Este brevísimo artículo no es más que un arrebato, una pataleta de letras ante situaciones cotidianas que me enojan. Empiezo:
En el pequeño jardín que rodea el edificio en el que vivo, hay plantado un rosal. En muy pocas ocasiones, las vecinas y vecinos hemos podido disfrutar de la belleza de sus flores, porque en el momento que un capullo está a punto de convertirse en una rosa, hay alguien que lo arranca. He sido testigo de cómo una señora, ajena a la comunidad, se paró en seco delante del rosal dispuesta a llevarse el tallo que sustentaba una recién y preciosa rosa amarilla. Al ver su gesto, le dije, Pero ¡qué hace! La doña, muy enfadada, me contestó, Qué le importa que yo tenga esa rosa en el salón de mi casa.
En mi día a día coincido con personas que, móvil en mano, escuchan a todo volumen, música, vídeos, o a sus interlocutores, sin consideración alguna hacia las que están a su alrededor. Sucede en la guagua, en la cafetería, en la calle, en la playa con altavoces, e incluso en la sala de espera de la consulta médica. Me revienta, me enerva, me molesta, me saca de quicio... mejor me callo. En una de esas, llamé la atención a un chico de unos treinta años largos, que sentado en la guagua detrás de mí, escuchaba su apreciada música a tope. Le dije con educación: ¿Se puede poner usted unos auriculares? Ni corto, ni avergonzado, me espetó varias veces con su lengua amenazadora, Señora, siga su camino.
Sigo mi camino, e interpreto la frase de la señora que quiso llevarse la rosa: lo que me gusta, lo cojo para mí. La doña no entiende, o prefiere ignorar, que el rosal y conjunto de plantas que conforman el jardín comunitario, están ahí para el disfrute de vecinos y transeúntes. Como si en su cerebro no cupiera un nosotros.
Sigo mi camino. Es domingo, muy temprano. Hay muy pocas personas en la calle. Una señora camina hacia mi edificio y deposita en la papelera instalada junto al jardín del rosal sin rosas, una bolsa grande de basura. Le digo: Señora, la basura hay que dejarla en el contenedor, las papeleras no están para eso. La respuesta esta vez fue más incisiva, Usted no es nadie. Con el café con leche medio atragantado, regreso a mi casa sin ser nadie, nadie con autoridad. Me miro en el espejo del baño y me encuentro, existo, soy persona: una persona disgustada por el incivismo de algunas personas. Para soportar la rabia, me siento y escribo, deposito aquí mi frustración por no poder vivir en una ciudad más limpia, respetuosa, silenciosa y ordenada.
He narrado tres situaciones, tres situaciones fruto de la modernidad. Una modernidad que posee muchas aristas, algunas estupendas y otras dañinas que cercenan el nosotros, esculpiendo con tesón una sociedad individualista, cada vez más deshumanizada y volcada en la búsqueda continua de la satisfacción personal. Creo que la frase "siga su camino" podría ser el mejor eslogan para esta etapa que vivimos. La frase que resume una libertad malentendida.
Escribió Natalia Ginzburg: "La satisfacción es opaca, solo contenta a quien la experimenta y no proyecta sobre los demás ni luz ni sombra". Quizás Ginzburg mediante esta reflexión se adelantaba a lo que la arqueóloga y escritora, Almudena Hernando, denomina "fantasía de la individualidad", que no es otra cosa, sino la creencia, la convicción absurda de que el individuo puede concebirse al margen de la comunidad.
Si mis abuelos estuvieran vivos, hablarían de falta de educación y valores. Me pregunto, ¿le importará a la señora que quiso quedarse la rosa que vaya a su casa y de su jardín o salón me lleve una de sus plantas? Seguro que sí le importa, como seguro que le importa, y mucho, al chico de 30 años largos que ponga mi altavoz del móvil muy cerca de su oído. Convivir significa prestar atención y decirse a uno mismo: ¡vaya, no estoy solo, el otro, la otra es mucho más que un rostro frente a mí!
"Mirada atenta y respeto se identifican. Quien se aproxima respeta. Cuando se ve, se respeta", escribe Josep María Esquirol. Al fin y al cabo, "la atención nos conduce a una situación de camino compartido", explica el filósofo.
P.D. Esta pataleta también va dirigida al Grupo de Gobierno del Ayuntamiento de Arrecife que, con tanta música y confeti, le cuesta ver las necesidades más básicas de sus vecinos.
Comentarios
1 El Chacho Jue, 18/07/2024 - 15:08
2 Chusmacracia Vie, 19/07/2024 - 08:25
3 Lagunero Vie, 19/07/2024 - 08:34
4 Lagunero Vie, 19/07/2024 - 09:08
5 Educación Vie, 19/07/2024 - 12:59
6 Anónimo Vie, 19/07/2024 - 14:05
7 Modales Vie, 19/07/2024 - 18:26
8 Irma Ferrer Vie, 19/07/2024 - 23:07
9 Civismo y ruido Dom, 21/07/2024 - 00:14
10 Elena Solís Mié, 24/07/2024 - 21:45
11 Anónimo Vie, 26/07/2024 - 06:53
12 Nosotros Vie, 26/07/2024 - 09:07
13 FJBarbadillo Jue, 26/09/2024 - 08:28
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