Holi, borrón y cuenta nueva: la comunidad hindú celebró la fiesta de los colores
Astenia, alergia, cambio de hora, espectáculo de flora endémica en el campo, procesión de La Burrita y… Holi, “happy Holi!”. La comunidad hindú de Lanzarote celebró el 27 de marzo la fiesta de los colores, un festival que honra la llegada de la primavera y el triunfo del bien sobre el mal.
En Lanzarote viven unos 800 hindúes, calcula Daniel Jetani, que no puede evitar recordar el enorme Holi que se desparrama por las callejuelas de su Bombay natal. “Es que… es alucinante”, sonríe. “De niño solía preparar globos con agua y polvos de colores para tirarlos desde el tejado de casa —ríe— es una semana de fiesta sin parar. Los musulmanes se unen a nosotros, el banco cierra, todo cierra, puedes montarte en un camión con otras 100 personas y no pasa nada… Todo está permitido”.
Ese estado de feliz excepción se trasladó el pasado 27 de marzo a la Plaza de las Naciones de Puerto del Carmen, que desde las doce del mediodía empezó a recibir a gente de todas las edades (bebés, niños, adolescentes, adultos, mayores) y nacionalidades (lanzaroteños, madrileños, británicos, alemanes), dispuestos a participar de una batalla de agua teñida en multicolores gamas.
La comunidad hindú se reúne, como todas, en torno a su gastronomía: hoy se sirven finas samosas de pollo (empanadillas rellenas de carne y verduras), kebabs variados, pinchos de pollo y un surtido de dulces que ofrecen los siete colores del arco iris: mango, naranja, lima-limón… También hay sabor paan, “una especie de caramelo, parecido al chicle”, explica la lanzaroteña Shivani.
El bizcocho de los pasteles se cocina con harina de trigo, levadura y leche condensada (evitan el huevo para que puedan consumirlos los vegetarianos, que en India son multitud). Los frutos secos, como el pistacho o la almendra, dominan su repostería. Tampoco falta el masala dosa, un crepe de arroz y lentejas, relleno de papa, cebolla y especias. “Es típico del sur de la India”. Geeta y Vaswani explican el origen del Holi. Cuenta la leyenda que un rey intentó matar varias veces a su hijo por venerar al dios Vishnu. Como no había manera, pidió ayuda a su hermana Hólika —inmune al fuego— y le pidió que lo atrajera y metiese en una hoguera. El mito termina con una tía abrasada, incapaz de matar a su sobrino, y el niño ileso. También la hindú es una historia sobre un sacrificio.
El primer día del Holi, en la última luna llena de febrero o la primera de marzo, los hindúes “queman las maderas, como se hace en San Juan”, asan cocos y los comen con ghee (mantequilla clarificada). Al día siguiente se lanzan las cenizas donde en algún momento ardió la leña, Hólika y los cocos. Los buenos ganan.
Aquí, en Puerto del Carmen, se ha habilitado una zona seca para quienes prefieren no participar de la fiesta colorista, que tiñe y moja la indumentaria. Pero suena el punjabi y unos pocos empiezan a bailar bhangra. Como la percusión es atávica y contagiosa, es difícil negarse al abrazo de un amigo, incluso de un conocido, así que los pulcros también acaban contagiados por esas demostraciones catárticas y optimistas, esas explosiones de color que salen fácil con un poco de agua y jabón. Hay jóvenes veinteañeros sin centímetro cuadrado de piel limpia que les imitan y giran sobre sí mismos alzando las manos.
A 17 horas de vuelo de aquí, en Bombay, podría estar sonando también lavni o música de Bollywood. Mike lo sabe bien, que ahora hace cola para comprar una dosa junto a su esposa Sandy —directora de un touroperador—, pero hace algunas primaveras hacía escala en el corazón de la India como empleado de Costa Cruceros. Vive en Tías desde hace veinte años y es una de esas personas que se involucra en lo que hace, que echa una mano cuando se organiza algo. Siempre va de un lado para otro con un rollo de cinta adhesiva.
En Lanzarote viven unos 800 hindúes, calcula Daniel Jetani, que no puede evitar recordar el enorme Holi que se desparrama por las callejuelas de su Bombay natal
Lejos de los puestos de comida, tres chicas vestidas de blanco descansan un momento en medio de su particular batalla de colores. “Nos enteramos de que organizaban esto y hemos venido para hacer algo diferente”, dice una de ella. Sneha, una de las cocineras de las dosa, nació en Pune, cerca de Bombay bay pero lleva 30 años en Lanzarote. Aquí han nacido sus hijos y sus nietos. Se casó con su marido “sin conocerlo”, como era costumbre. Una mediadora puso en contacto a las familias de los contrayentes, éstos se vieron, se gustaron (“afortunadamente”) y se casaron.
Su marido es Manu Indanmal, un empresario de sesenta años que ha desarrollado toda su vida laboral en Lanzarote y se ha visto perjudicado por las obras de la Avenida de Arrecife.
“Venta de productos electrónicos, perfumerías y restaurantes”. Son los tres negocios más habituales entre los trabajadores de origen indio, que abrieron bazares donde vendían los productos electrónicos más punteros, libres de impuestos, gracias a la condición de puerto franco que Canarias mantuvo “hasta 1982”, recuerda Manu. Los primeros tomavistas de muchos españoles y europeos se compraron en estas tiendas de electrónica.
La próxima fiesta del calendario festivo hindú será el diwali, entre en octubre y noviembre: será su entrada en el año nuevo. Otra nueva oportunidad para que gane lo bueno.
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