A La Graciosa le costó tiempo y esfuerzo vecinal que se la dejara de conocer como islote y pasara a ser reconocida como isla habitada. Solo hace cuatro años de esto y ya se le está quedando obsoleto el reconocimiento porque está empezando a tener categoría de iceberg. No tiene que ver esta categoría con nada relacionado con la congelación (ni siquiera en el tiempo) ni con haberse desprendido de una masa mayor, sino con la característica de estos témpanos de hielo de que lo sobresale de la superficie del mar es tan solo la octava parte de su superficie real.
A la octava isla le pasa algo así: que los problemas que sufre son una pequeña muestra, o un adelanto, de los problemas reales que tiene o va a tener la isla de la que depende administrativamente. Solo estamos viendo la punta.
Se ve bien esto si se analiza la contaminación, la masificación turística, los residuos, los vertidos al mar, los plásticos, el tráfico… A menos escala se ve más claro. Y ha pasado este verano que se ha visto claramente con el agua potable.
Resulta que un fallo eléctrico o una pequeña rotura bastan para dejar sin agua de forma inmediata a una población. Sabíamos que la capacidad que tiene Lanzarote de almacenamiento de agua no sobrepasa los tres días, pero en La Graciosa ni siquiera ha llegado a ese margen. Algunos se han sorprendido y parece que se han dado cuenta ahora de que la situación del agua es alarmante. El PP, de repente, ha visto el iceberg: habla de una situación crítica y apunta hacia Canal Gestión, pero cuando tuvo responsabilidades de gobierno tampoco se preocupó, como el gobierno actual, de realizar las inversiones necesarias para que cambiara el rumbo.
Quedan por renovar unos 1.300 kilómetros de redes y hacen falta unos 200 millones de euros para poner a punto el ciclo integral del agua. La situación es urgente desde hace tiempo y la dejación es casi total desde hace aún más tiempo. Y al Titanic, ese gran transatlántico, se lo llevó por delante un pequeño iceberg a la deriva.
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