CULTURA

Hola color: el requiebro pictórico de Fernando Robayna

Fotos: Felipe de la Cruz.
M.J. Tabar 3 COMENTARIOS 17/08/2017 - 06:31

Artista plástico multidisciplinar, el lanzaroteño Fernando Robayna es un buscador en constante exploración creativa. Su arte nace de lo que le pide el cuerpo. Y ahora le exige sosiego, luz y color. El Almacén acoge su última y sorprendente exposición pictórica: #workinprogress.

A Fernando Robayna le va el juego y no le asustan los cambios. Ha ejecutado pintura mural en peñascos, coches abandonados y bares como El Callejón Liso o el Tsunami. Le ha dado al collage y a las instalaciones, en franca y plena rebeldía contra el sistema. Ha diseñado escenarios para el Carnaval y decorados para películas (replicó unos grafitis para convertir Arrecife en el Irak que necesitaba el Invasor de Daniel Calparsoro). Ha coordinado actividades culturales como las de la Bienal Off o el encuentro Artsenal, ha trabajado como profesor de artes plásticas y siempre ha estado ligado a la música (Los Jartos, LSD, Óxido, La Gallina Verde y, desde hace una década, Cumbia Ebria). La sala El Cubo de El Almacén acoge hasta el 23 de septiembre su última exposición y su nueva carta de presentación: se llama #workinprogress y es una muestra de retratos, bodegones y pequeñas instalaciones. Una pintura con pulso electromagnético. Energía en las distancias cortas. Un universo palpitante del que se siente “bastante satisfecho”.

Aunque es un pintor con años de experiencia (se licenció en Bellas Artes en 2003, ganó el certamen Puerto del Arrecife en 2005 y 2008, también el concurso Siglo XXI: Una nueva ética, ha hecho exposiciones colectivas en Canarias, Berlín, Dakar, Lisboa, Madrid, Barcelona...), había abandonado los pinceles. .Por qué dejó la pintura en barbecho? “Un cúmulo de todo; creo que no estaba preparado”. .Qué ha cambiado? “Estoy mucho más cómodo pintando, he cogido confianza, entiendo mejor la pintura, soy más capaz, no tengo miedo, todo me sale más natural”, responde.

Ha regresado a la pintura teniendo un trabajo estable en otro sector (es responsable de 28 Grados Estudio, una empresa de marketing y comunicación) y su experiencia profesional le ha dado bagaje. “Trabajar en marketing me ha servido para entender a los clientes y me ha dado mucha soltura. El arte es una forma de expresión, le tengo un respeto incondicional, pero también es un negocio; hay que coordinar ambas cosas”. Fernando pinta por necesidad creativa, porque le gusta, porque necesita comunicarse. También pinta para gustar. “El artista es un exhibicionista”, recuerda. Su #workinprogress, que ya pasó por Tenerife y Fuerteventura, es una muestra “gustosa”, “bella”, amable con el espectador. Un sitio donde uno se siente cómodo, donde es fácil sonreír. Un amigo le ha dicho que tiene “un rollo pop” porque utiliza códigos fáciles de captar por la mayoría. Por ejemplo, los símbolos de whatsapp. “Pero también hay matices más rebuscados y complejos. Me gusta jugar con las dos cosas”.

Pinta a través de planos de color y las pinceladas son distintas en cada cuadro, igual que cambian las canciones de Cumbia Ebria. “Me aburro cuando tengo que hacer algo igual. No podría pintar veinte mil pinas”, dice refiriéndose a un espectacular bodegón que ya está reservado para un comprador ruso.

En los retratos (de amigos, familia, gente próxima) encontró la excusa para volver a pintar. Abandonó las imágenes superpuestas y el collage para concentrarse en una imagen, una persona y un fondo. El primero fue el retrato de su amigo Regino, ataviado con unas gafas que Fernando compró en Nueva York.

Ha pasado mucho tiempo sin coger un pincel, pero no ha dejado de ir a exposiciones ni de interesarse por la pintura. Se ha dedicado a estudiarla. Ha indagado en la obra de artistas plásticos (le apasiona la tendencia realista de los pintores norteamericanos actuales), ha visto y revisitado a Velázquez (“es lo máximo”), ha visto vídeos en YouTube... “Estudié y me interesé en la paleta de color. Aprendí muchísimo mirando. La pintura es saber ver. Matices, dibujos, sombras, formas, negativos que sobran…”. Ahora sabe que en su anterior exposición en El Almacén (‘Fernando Robayna Romero Vs. Fernandito Amor’) trabajó con una paleta reducida sin saberlo. Antes “no sabía ni lo que era”. Usó tres colores, además del blanco, para sacar los restantes. Ahora ha ampliado la paleta. Y más colores significa, en su caso, más libertad. Ha descubierto que tiene sensibilidad para entenderlos y ordenarlos. Cualquiera menos el negro. Utiliza otras fórmulas para pintar la oscuridad. Negro nunca. “Creo que mancha y ensucia todo el cuadro”.

Bellas Artes, el descubrimiento

De pequeño escribía y jugaba a hacer música. Hacía versiones de Los Suaves y de Barricada. Para canalizar su pasión por la escritura y la literatura, se matriculó en Filología Hispánica, pero al ver las asignaturas de la carrera (Latín I y II, Griego I y II, Fonética y Fonología...) se espantó, lo dejó y pasó un primer año “de lujo” en La Laguna. Al año siguiente quiso matricularse en Magisterio Musical pero no tenía nota suficiente, así que se decidió por Pedagogía hasta que su novia de entonces le dijo que estaba admitida en Bellas Artes. Y él se cambió a Bellas Artes sin tener ni idea de lo que se iba a encontrar.

“No leo prensa ni veo la televisión. Lo decidí así porque me creaba muchas necesidades que no tengo y me despistaba mucho”

Lo que se encontró fue “un sitio encantador donde dar rienda suelta a todo”. Allí descubrió la pintura. “Me acuerdo de llamar a mi madre y decirle ‘mamá, gracias por dejarme estar estudiando esto’”. Estaba fascinado. “Lo disfruté muchísimo”. El artista Francisco Castro, Francho, fue su gran apoyo (“lo sigue siendo, es el que más me ayuda en lo pictórico”). Gracias al profesor Ramón Salas —que supo “enfocarle” y le señaló muchas referencias— hizo su primera exposición en la Academia Crítica, un espacio de arte y pensamiento fundado por Ramiro Carrillo y Claudio Marrero. Era su último año en la facultad y decidió hacer una instalación: montar su cuarto de estudiante en la sala y ponerlo todo a la venta, camisas y calzoncillos incluidos. “Me gusta que la sala se transforme para acoger la obra, crear un ambiente”, dice. La música, que siempre suena en sus exposiciones, forma parte de la experiencia.

Cuando terminó la carrera participó en una exposición colectiva en el Ateneo y se marchó a Irlanda durante seis meses. Luego se instaló en Granada para hacer el Curso de Adaptación Pedagógica (CAP) y estudiar diseño gráfico y diseño web: una salida profesional. “Yo me dejo llevar mucho por sensaciones, voy viendo lo que me va pidiendo el cuerpo, hoy soy publicista pero todo puede cambiar”.

Apenas está presente en las redes sociales. “Me quise quitar esa presión de lo que hace la gente o no hace; me gusta estar un poquito aislado, centrarme en la realidad que me rodea. No leo prensa ni veo la televisión. Lo decidí así porque me creaba muchas necesidades que no tengo y me despistaba mucho. También porque la prensa es horrenda”. Además ha habido un punto de inflexión en su vida: “Ser padre es algo que me ha hecho cambiar muchas cosas; me ha dado autoestima, me ha centrado, me ha hecho ser mejor”.

Con Cumbia Ebria, que este año giró por Sonidos Líquidos y Hero Fest, alumbrará un nuevo videoclip y EP antes de que termine 2017. La exposición, como advierte su nombre, sigue en constante evolución. Fernando dice que ha encontrado un lenguaje pictórico, que lo suyo es el óleo… pero nunca se sabe. Puede que dentro de un año se transforme en otra cosa. La clave es jugar y seguir utilizando el gerundio para conocerse a uno mismo.

Comentarios

Tiene una pincelada magnífica.
No se, creo que hay mucho proyector detrás,,,,,
No se, creo que hay mucho proyector detrás,,,,,

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