Ciencia y pseudociencia: lo que funciona y lo que no
Acupuntura, auriculoterapia, biodanza, biomagnetismo, chakras, constelaciones familiares, cuencos tibetanos, dieta macrobiótica, drenaje linfático, feng shui, grafología, homeopatía, iridiología, kinesiología, magnetoterapia, medicina antroposófica, medicina ayurvédica, medicina cuántica, medicina tradicional china, moxibustión, naturopatía, nueva medicina germánica, nutrición ortomolecular, oración, osteopatía, quiropráctica, radiestesia, reiki, reflexología, toque cuántico, … Esta es solo una pequeña muestra de cierto tipo de terapias que típicamente nos ofrecen la curación de numerosas enfermedades y la armonía de nuestra mente con el universo.
Una de las que más penetración popular tiene actualmente es el reiki (llegando incluso a implantarse en algunos centros sanitarios públicos), que no es milenario, pues lo inventó un señor budista japonés en los años 20 del siglo pasado. El reiki se basa en la transferencia a través de las manos de una energía universal qi que tendría poder sanador. Sus maestros afirman que las enfermedades se deben a desequilibrios en esta energía que afectarían a la mente (“consideramos que las enfermedades tienen un origen emocional o de desequilibrio del ser”), la causante de toda dolencia en última instancia. El reiki afirma, por ejemplo, que los “problemas de espalda indican que sientes un exceso de responsabilidad pero no quieres admitir” o que el estreñimiento “está relacionado con la avaricia, el no querer soltar” o que el cáncer se debe a la “rabia que te consume, un deseo de auto-destrucción”. El culpable de la enfermedad, en todo caso, es el propio enfermo.
Pero, ¿tenemos manera de saber si ciertamente cumple con las expectativas? Afortunadamente, tenemos una poderosa herramienta, denominada ciencia que, convenientemente aplicada, nos dice cuándo una terapia funciona o no.
El proceso comienza por la proposición de una hipótesis, una posible explicación a un fenómeno observado (“la salud de las personas mejora”). En nuestro caso, la hipótesis planteada es que “es el reiki el que hace mejorar la salud de las personas”, mejorando el bienestar de los pacientes oncológicos (es indiscutible que no se puede someter a experimentación una energía que no se puede medir, pero sí sus pretendidos efectos).
A continuación, se ha de diseñar un experimento cuyo objetivo es confirmar si la hipótesis establecida es correcta. En nuestro caso, el ensayo clínico va a comparar la aplicación de reiki auténtico con la aplicación de reiki falso (a los pacientes se les va a hacer creer que el maestro que les está haciendo el tratamiento es auténtico, cuando es un tipo cualquiera con el disfraz y la parafernalia adecuada). Estos dos grupos se confrontan con otro sometido a tratamientos estándar (grupo control). Finalmente, tras un período de tiempo establecido, se recoge la impresión subjetiva de los pacientes acerca de su nivel de bienestar, se tratan numéricamente estos datos y se elabora una conclusión.
Todo el proceso y los resultados son enviados a una revista de revisión por pares, en la que otros científicos y clínicos reexaminan el informe para confirmar que su calidad es la adecuada. Si no es así, el trabajo se devuelve a los autores para su corrección o reelaboración.
En ciencia, no se trata de hacer afirmaciones que se deban aceptar sin discusión. Esto es más bien patrimonio de las creencias. El proceso a seguir puede ser complejo y largo, pero tiene una excepcional capacidad de autocorrección, por eso la ciencia avanza y produce conocimiento útil y aplicable.
El trabajo descrito hasta ahora es auténtico (DOI: 10.1188/11.ONF.E212-E220). Este paper (que es como se conoce a un informe científico publicado) concluye que los pacientes no distinguen entre reiki auténtico y reiki falso, pues su sensación de mejora es la misma en ambos casos. Para muchos, incluso profesionales de la medicina, esto es suficiente; pues si el paciente mejora su nivel de bienestar, bienvenido sea el tratamiento. Otros, sin embargo, se preguntan si hacer creer a un paciente oncológico en un hospital público que hay una energía mágica que sale de las manos de un tipo, que se hace pasar por terapeuta sin serlo, y llega a su cuerpo y mejora su (sensación subjetiva de) confort, es ético desde el punto de vista médico.
Charlar, efectivamente, no hace daño, y eso es lo que se dedican a hacer los autodenominados voluntarios de reiki que se cuelan en hospitales. Pues también se ha hecho algo al respecto (DOI: 10.1177/2156587214556313). Si se compara el efecto de la compañía y la charla con el reiki en pacientes sometidos a quimioterapia, se obtiene una conclusión congruente con la anterior: tanto una como otra ejercen el mismo efecto. Como dice Edzard Ernst: “Si los efectos (en la mejora de la calidad de vida durante la quimioterapia) se deben nada más que a la atención y a la compañía, no necesitamos maestros reiki entrenados para hacer el tratamiento; cualquiera con tiempo, compasión y simpatía puede hacerlo.” Es el auténtico profesional sanitario el que debería hacerlo.
En ensayos mencionados la experimentación dio como resultado que el reiki no es mejor que el reiki falso (hacer movimientos al tuntún con las manos sobre el paciente, de hecho, tiene el mismo efecto que toda la parafernalia esotérica y mística que desarrollan los maestros reiki) ni que la conversación, por lo que se concluye que el reiki no mejora el bienestar de los pacientes mejor que esas dos actividades (un bonito trabajo demuestra que la meditación tiene el mismo efecto que bailar el tango sobre la depresión y el estrés, pero esa es otra historia). La experimentación, por tanto, ha invalidado la hipótesis que se estaba contrastando. Y este tipo de elementos son los que deberían tener en cuenta los directivos de muchos centros públicos de salud.
El reiki y todos los demás ejemplos del primer párrafo son pseudoterapias porque, presentándose como terapias, no lo son en absoluto. Curiosamente, los practicantes del reiki (y su charlatanería asociada) han logrado con un buenismo bien ensayado convencer a numerosos responsables de centros sanitarios de que lo que hacen sirve para algo y, en un perverso círculo que se retroalimenta, los primeros aducen como prueba de valía de sus sortilegios que ellos trabajan codo con codo con los médicos. El reiki es una creencia y es el lector el que debería valorar si debe entrar en los centros hospitalarios como acción terapéutica (al fin y al cabo otras más tendrían derecho, desde el vudú hasta los cánticos sioux, igualmente respetables como creencias).
Todas las pseudoterapias comparten unas singularidades. Por ejemplo, se basan en fuerzas místicas y sobrenaturales y son fuertemente especulativas, pues una puede dar unas razones para el origen de un mal y otra exactamente las contrarias siguiendo otros principios. Además, suelen tener explicaciones para casi todo y sus sentencias son hábilmente ambiguas y de libre interpretación, aspecto muy conveniente para cumplir casi cualquier expectativa de posibles adeptos.
También son fuertemente dogmáticas, con unos preceptos que no han variado ni han sido revisados en algunos casos durante milenios, apoyándose en la fe, la revelación y la autoridad, al estilo de las religiones tradicionales. Como el mínimo pensamiento científico y escéptico suele desmontar sus argumentos y conclusiones, desconfian de la ciencia y de los científicos a los que acusan de dogmáticos. Es innecesario resaltar que sus preceptos son contrarios a las leyes y principios más básicos de la ciencia y que, al contrario que la ciencia de verdad, las pseudoterapias no interactúan entre sí, no se intercambian conocimiento, no se complementan, no se implementan, no se corrigen unas a otras y son enormemente contradictorias entre sí. El lenguaje utilizado por ellas es convenientemente confuso, ambiguo y falsamente científico para dar una aparente veracidad a sus afirmaciones (y recurren a la “ciencia” fuera de su auténtico contexto, característica esta de la pseudociencia en general).
Un aspecto interesante, tratándose de disciplinas que se dirigen a algo tan serio y complejo como la salud, es que son de fácil aprendizaje al no apoyarse sobre un cuerpo de conocimientos auténtico. Los pseudoterapeutas apelan continuamente a la antigüedad de sus disciplinas (milenarismo) como prueba de eficacia, obviando los índices de mortalidad en sus regiones de origen.
En conclusión, el reiki y cualquier otra pseudoterapia no funcionan más allá de la impresión subjetiva de los pacientes. Esto, aparentemente inofensivo, puede llegar a plantear serios problemas para la salud del paciente. Hay estudios que confirman que un porcentaje relevante de enfermos, especialmente de cáncer, abandonan o ni siquiera comienzan sus tratamientos médicos en beneficio de pseudoterapias, lo que retrasa su tratamiento.
Finalmente, otro problema asociado es la propia salud del sistema sanitario. Se corre el riesgo de aceptar de modo acrítico los beneficios de estas pseudoterapias. No es algo intrascendente: hace unos meses el National Health Institute británico ofreció una plaza para un maestro “reiki o sanador espiritual” en el hospital de Essex. Solo un ejemplo de muchos del delirio en que se puede caer por no valorar las evidencias.
Comentarios
1 Sergio Dom, 11/12/2016 - 08:19
2 José Manuel Dom, 11/12/2016 - 16:36
3 Emilio Molina Dom, 11/12/2016 - 18:44
4 Esceptico Lun, 12/12/2016 - 08:30
5 valentin Lun, 12/12/2016 - 11:33
6 Sergio Mar, 13/12/2016 - 04:43
7 Esceptico Mar, 13/12/2016 - 18:05
8 Esceptico Mar, 13/12/2016 - 18:05
9 Jesús Mié, 14/12/2016 - 07:57
10 José Manuel Mié, 14/12/2016 - 18:35
11 José Manuel Mié, 14/12/2016 - 18:39
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