Un precio justo para el agricultor
¿Qué se puede hacer para que el agricultor, aquí en Lanzarote, consiga un precio óptimo por la venta de sus cosechas?.
Para poder dar respuesta a este interrogante tendríamos que detener nuestra atención en las prácticas que se han desarrollado en el pasado y que han impedido alcanzar el objetivo de lograr precios dignos para la mujer y el hombre del campo, ¿ y cuáles han podido ser estas prácticas?. Si tomamos como referencia lo que ha venido sucediendo con la cebolla, pero que puede ser aplicable también a la papa, batata y otros cultivos, podemos destacar las siguientes:
-Entregar las cebollas como se ha venido realizando hasta ahora, <cada uno por su lado y sin precio> a los mayoristas, exportadores y cadenas de supermercados.
-Competir entre nosotros ofertando o aceptando, que no deja de ser lo mismo, campaña tras campaña precios cada vez más bajos.
- No siendo rigurosos en la selección de la calidad del producto o en su presentación, al servir cebollas no aptas para el mercado o al utilizar cajas rotas o en mal estado por aquello de: “total al precio que me lo van a pagar” y/o “ para cuando me lo van a pagar, bien está así”.
-No eliminando de una vez por todas la doble vara de medir con la que se actúa en ocasiones, ya que cuando se planta para vender da igual las veces que se sulfate o se riegue con aguas de mala calidad, pero si es para consumo propio entonces apenas se utiliza azufre y siempre se riega con agua buena.
-Querer seguir vendiendo nuestras cosechas sin que “hacienda se entere”.
Desde luego con estas mañas no lo vamos a conseguir, con estas prácticas, que debemos desterrar, no llegaremos lejos en la pretensión inicial de que se retribuya de forma razonable el trabajo del campo, sino más bien lo que se va a lograr es el efecto contrario y que se cultive cada vez menos y por ende se abandonen las tierras cada vez más.
¿Cómo entonces puede el agricultor conseguir precios dignos?
1º.- Principalmente, unificando la comercialización de nuestras cosechas para lo que habrá que estar integrado en una cooperativa (palabra proscrita en esta isla por las desafortunadas experiencias vividas años atrás). Una cooperativa que no puede funcionar bajo los parámetros con los que se ha movido en el pasado como ha sido: su excesiva, en ocasiones, politización; o el injusto trato, en otras, dado por su propios asociados al destinar sus productos de buena calidad al exportador-intermediario, y llevar únicamente a la cooperativa los defectuosos o de mala calidad que ya no quería el mercado.
2º.- Aceptando el desafío de que cuando no haya un precio que retribuya de forma digna el trabajo realizado habrá que tirar, si decimos bien, tirar las cebollas; o ¿ es que acaso no lo hacemos cuando las entregamos sin precio?, o ¿ no lo hemos visto hacer en Tenerife, Gran Canaria o La Palma cuando sus agricultores han vertido sus plátanos o tomates en los barrancos reclamando precios justos?.
3º.- Mejorando siempre la calidad del producto a través de una buena selección de las semillas. A lo mejor en la búsqueda de este objetivo tenemos que renunciar al ajillo que tanto daño ha hecho a la cebolla, por no realizarse una buena clasificación de los bulbos o al recogerse muchas veces en verde para ser los primeros en vender y así obtener mejor precio.
4º.- Programando los cultivos, pues debemos ser conscientes de que antes de decidir cuantas libras de cebollinos se van a preparar, tenemos que identificar el mercado al que vamos a destinar nuestra cosecha para saber el volumen de kilos que dicho mercado puede llegar a consumir.
5º.- Intentando mecanizar el cultivo pero respetando, claro está, la fragilidad de nuestros suelos. Todo ello a los efectos de evitar, en la medida de lo posible, los costes que supone plantar a mano.
Pero de todas las medidas apuntadas hay una que destaca sobre las demás por su tremenda importancia para poder alcanzar el fin deseado, y es la de que: < tenemos que unificar la comercialización>. Para constatar esta evidencia volvamos al recurso de mirar fuera de Lanzarote. Si contemplamos al sector platanero de Canarias no vemos a los agricultores individualmente vendiendo cada uno sus plátanos sino a todos ellos asociados a una s.a.t. o a una cooperativa, para después apreciar como unas y otras se suman a una organización de productores de plátanos, para finalmente ver como las seis organizaciones productoras de plátanos existentes en Canarias se integran en ASPROCAN Lógicamente, todas estas uniones o asociaciones se realizan con el único propósito de conseguir para el agricultor el mejor precio en la venta del plátano. No creemos que se pueda cuestionar la importancia, vitalidad económica e influencia institucional del mundo del plátano tanto en Canarias, España como incluso en la propia Unión Europea.
En definitiva, no hay otro camino para poder alcanzar el objetivo inicial (precios dignos para la mujer y hombre del campo) que luchar por la unión del campo insular; cualquier otra vía está condenada al fracaso como la historia no se cansa de enseñarnos una y otra vez; pues ya se sabe: “un pueblo que ignore las malas experiencias del pasado puede estar condenado a volver a vivirlas”, y pensamos que no debemos olvidarlas ni tampoco repetirlas.
* S.A.T. EL JABLE: “Cultivamos el paisaje de Lanzarote, una isla posible”
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