A raíz del Plan Insular en elaboración que plantea las zonas en que se podrían instalar invernaderos en Lanzarote, existen muchos motivos para considerar que serían un problema y por tanto un perjuicio:

-No ayudarían a la agricultura básica de la isla, porque son extensiones de terreno con coberturas plásticas, donde se produce forzando las temporadas o ciclos naturales de los frutos y plantas que bajo ellas están, que crecen en arena, alimentadas con abonos químicos y que generalmente, no ven la tierra, ni les da el sol directo, ni el aire, ni, por cierto, tienen mucho sabor.

-Su producción forzada es mayor que la de la agricultura tradicional y al abaratar el precio agrícola ésta última no podría competir con ello.

-Los compradores de esa nueva agricultura serían las grandes superficies comerciales, que podrían indicar la denominación de origen lanzaroteña a menos coste, con lo que no se favorece el cultivo tradicional.

-El consumo extra de agua que necesitarían los invernaderos se producirá irremediablemente por más desaladoras, lo que supone más consumo energético.

-Crearían algún puesto de trabajo, es verdad, pero serán trabajos temporales, ligados al tiempo de las cosechas y se desarrollarán en condiciones extremas de altas temperaturas, al realizarse en el interior de los invernaderos.

-El efecto visual paisajístico que ejercerían sobre otra industria de la que se nutre Lanzarote, la turística, sería devastador, ya que se juntarían la visión de las grandes superficies cubiertas de plástico, con los trozos rotos del mismo despedazados y llevados por el viento a cualquier parte de la isla y al mar, pues el plástico tiene una durabilidad limitada y el viento del que normalmente disponemos, se encargaría de acortarla y dispersarlo.

Y los que sufriremos diariamente la visión del terreno plastificado y del olor que desprenderán los productos químicos que se utilizarán, seremos los habitantes de Lanzarote.

En resumen: antiecológicos, antiagricultura tradicional y antiestéticos.