Dónde meter setecientos mil euros
Sumergir setecientos mil euros bajo el mar, para un museo submarino, puede ser para algunos como enterrar más de un millón y medio de euros para un museo arqueológico. Yo considero que no es lo mismo y que, pudiendo cuestionar el procedimiento de compra y la elección del inmueble de la calle Fajardo, de Arrecife, un museo arqueológico no parece una ocurrencia siempre que se le dote de contenido.
La elección del museo submarino resulta cuestionable, de realizarse, tal y como parece, con dinero público. Museo que no demanda proyecto técnico al uso, ni edificio, ni ninguna otra infraestructura más que un fondo yermo, algo así como instalar las obras en medio del campo, sin aparcamiento ni vallas, sin señalizaciones ni personal. Nada.
En lo que se parecen, y es tentador decirlo así, es en que ambos museos representan dos fórmulas de tratar los recursos públicos. Una es sobre el terreno, de forma que entendamos en qué se gasta el dinero, aunque no se comparta, que debiera ser lo general, y la otra es tirándolo a la marea, que, al menos, figuradamente, es la forma habitual de tratar recursos públicos en este país.
Del proyecto, me sorprende que se denomine museo, pero el diccionario lo recoge, en una de sus entradas, para definirlo como “lugar donde se exhiben objetos o curiosidades que pueden atraer el interés del público, con fines turísticos”. Por tanto, la denominación del proyecto parece correcta.
Del autor, lo desconozco todo, aunque la idea ya ha sido utilizada en otros lugares. La naturaleza de los objetos que se muestran es la imagen de seres humanos que transitan por los fondos marinos como si una catástrofe los hubiera congelado. Una peculiar Pompeya tras el devastador Vesubio. Una suerte de cementerio de una antigua civilización.
La diferencia entre un museo en tierra y otro bajo el mar radica, también, en las personas a quienes va destinado, pues el primero de ellos tiene como depositarios a la población en general, y por sus puertas pasarán, si así lo quieren, todos aquellos que deseen conocer el pasado de la comunidad. El museo submarino rendirá culto al autor de las piezas, y la naturaleza de su continente impedirá a multitud de ciudadanos acceder al lugar. Entre las empresas de alquiler de equipos y las agencias especializadas en turismo submarino se repartirán el asunto. Un asunto que no es el disfrute de los fondos marinos, sino una acción emprendida por una administración pública con un alto coste para sus arcas y una limitada proyección.
Los beneficios para el Cabildo no parecen nada claros, pero las cercanas urbanizaciones y las empresas que se monten para el asunto algún beneficio obtendrán. Desconocemos, de igual modo, la participación del artista en la fase posterior y si participa en alguna empresa especializada en inmersión, lo cual significaría un doble rendimiento, el de la ocurrencia pagada con dinero público, para un negocio privado, y el de la explotación posterior.
No sabemos cómo llegó el proyecto a la mesa del Cabildo, si fue espontáneamente, o de la mano de algún empresario, ni si es necesario convocar un concurso público, de convenir tal asunto. A priori, resulta conmovedor que la administración cuide las finanzas de unos pocos particulares, empleando una ingente cantidad de dinero de todos.
Llegados a este punto, me sale que la inversión museística, de realizarse debiera ser privada o concertada
Llegado a este punto, me sale que la inversión museística, de realizarse, debiera ser privada o concertada, porque intervenir para hacer un fondo marino atractivo con fines turísticos, se hace con menos recursos y con piezas que permitan, además de la proliferación de flora y fauna marina sobre los objetos, que los bichos que hagan su vida en esos fondos queden a buen resguardo. También queda la posibilidad de hacerlo en tierra firme, en cualquier lugar de la costa lanzaroteña, porque, a la vista de los informes de los organismos internacionales sobre el calentamiento global, en pocos años las costas de todos los continentes e islas quedarán sumergidas de seguir en la dinámica actual. En ese momento tendremos nuestro museo sumergido, y un drama global si no ponemos coto al uso de energías fósiles.
Par un museo facilito, propongo barcos, y pateras. Cientos de pateras, ancladas al fondo en todas las posiciones posibles, a todas las alturas. Sería el museo del horror del siglo XXI. Un museo de bajo coste pero de gran rentabilidad social, de inigualable dimensión estética, que garantiza una inmersión de una gran profundidad espiritual. Un museo que fotografiar, para no olvidar el drama de un África que deja la vida en trozos de mar como este.
Poco dinero para este otro museo, ese sí que sería un magnífico museo submarino para los tiempos de compromiso que tenemos que vivir y que nos resistimos a admitir que existen. Sería el perfecto homenaje del cabildo, ese que dice representarnos y que reconocemos muy pocas veces en el obligado servicio público y mejor administración que debe asistirle. Sobre todo en la administración de los recursos públicos. Con la que está cayendo…
Comentarios
1 Transparencia Jue, 06/11/2014 - 10:37
2 Cordura Jue, 06/11/2014 - 17:29
3 Loly Curbelo Jue, 06/11/2014 - 22:13
4 Marcial R. Vie, 07/11/2014 - 08:45
5 Barranco del Obispo Vie, 07/11/2014 - 11:45
6 Snobs Vie, 07/11/2014 - 19:20
7 invitada Mar, 11/11/2014 - 21:02
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