Todo nació de un gesto. De un gesto ajeno. Hace veinte años, en el Hospital, en Lanzarote, la madre de un amigo de Sergio García Tejera (Las Palmas, 1966) hizo uno que despertó algo en él. La mujer iba de habitación en habitación para saber si los enfermos necesitaban algo. Sergio había ido a visitar a un amigo enfermo de VIH y se dio cuenta de la necesidad de compañía que tienen los enfermos. Así que comenzó a acompañar “pero sin saber”. Después ya se ha encargado de ir aprendiendo.

Sergio trabaja como electricista, pero entre 2009 y 2012 se formó como asesor experto en duelos en el Instituto de Psicoterapia Integrativa Relacional de Barcelona, y un año después creó la asociación Acompañar, para la atención en la enfermedad grave. El objetivo: hacer cultura de vida, de forma completamente altruista.

De lo que se trata es de acompañar a enfermos graves, a los que están en soledad o a los que tienen familia. “Si el problema supera a la familia también me llaman porque a veces es necesario un agente externo”, dice, e incluso en ocasiones sirve como mediador para el reencuentro con familiares que han habían perdido la relación. Sergio colabora con la Unidad de cuidados paliativos, con Afol, con Cáritas o con Calor y Café.

“No todo el mundo tiene la misma inteligencia emocional”, dice Sergio desde su casa de Montaña Blanca, que es la sede de la asociación, donde hay una habitación preparada para la conversación. “Nunca hay dos acompañamientos iguales porque el sufrimiento no tiene un patrón”, dice. En ocasiones, el acompañamiento es una vez a la semana; en otras, si se trata de personas que llegan solas al Hospital Insular, es de una vez al día. No se trata de visitas establecidas, con un patrón. Unas duran una hora y otras veinte minutos: “No me comprometo a nada que no pueda asumir”. Se va creando una relación entre el enfermo y el acompañante, “pero la relación hay que ganársela, hay que avanzar según las necesidades del doliente”.

La finalidad del acompañamiento es la aceptación del final, “pero eso no se lo puedo pedir porque no todo el mundo lo quiere hacer; hay que bailar con las características y el ritmo de cada persona, yo no voy a cambiar su biografía”.

La labor de Sergio consiste en escuchar más que en hablar. “Lo primero que hay que aprender en el acompañamiento es que hay que dejar la profesión frustrada que tenemos de ser juez. Yo no estoy para juzgar a nadie”

Sergio ha acompañado a cientos y cientos de personas en estos veinte años. Y también ha estado en lo que llama “las trincheras”, en lugares como Centroamérica o India. “En India no había morfina y por lo tanto hay más dolor para el enfermo pero hay menos sufrimiento a la hora de la muerte. Aquí hay de todo pero se afronta el proceso con más enfado”, asegura. El enfado alcanza tanto a la muerte como a la vida: “Nos quejamos de todo”. Un enfado legítimo, en todo caso, porque el duelo tiene cinco fases: negación, rabia, negociación, depresión y aceptación. “Yo no estoy de acuerdo con la depresión; no es una depresión, es un dolor profundo que te quiebra”.

La labor de Sergio consiste en escuchar más que en hablar. “Lo primero que hay que aprender en el acompañamiento es que hay que dejar la profesión frustrada que tenemos de ser juez. Yo no estoy para juzgar a nadie”, señala. Dice que muchas veces se tiende a afirmar que cuando alguien está solo en el último momento es porque eso es lo que ha sembrado: “No creo que sea cierto, se habla muy fácilmente del dolor, y hay muchos casos en los que no es así”.

En todos estos años, nunca ha rechazado a nadie, pero ha habido casos más duros que otros. “La diferencia está en la edad”, asegura. Cuando acompaña a niños o a niñas a él le tiene que acompañar a su vez un profesional, un psicólogo. A veces se ha encontrado, entre sus acompañados, a “grandes maestros, a gente con quilla, bien colocados”. Y hay otra excepción: si se trata de amigos o familiares no hay acompañamiento: “En ese caso voy a cuidarlos. No hay que mezclar, hay que hacer bien las cosas”. Tampoco encuentra muchas diferencias entre personas que son religiosas y las que no lo son. “Yo, por ejemplo, no soy religioso, pero a ver quién dice que no soy espiritual”, dice riendo.

En otros lugares, en las unidades de cuidados paliativos hay psicólogos para hacer este tipo de labor. La Unidad de Lanzarote no cuenta con psicólogo pero sí lo tiene la asociación Afol, aunque solo uno para toda la Isla. Desde hace unos meses, Sergio, que también da charlas y talleres a distintos colectivos profesionales, ha comenzado otro proyecto en el Hospital de día, donde los enfermos oncológicos reciben quimioterapia “y hay un ambiente cargado”. El proyecto se llama 'En clave de sol' y consiste en que un músico ameniza las sesiones.

La pregunta es obligada. Por qué una persona dedica su tiempo libre, voluntariamente, sin pedir nada a cambio, a esta actividad, a estar en contacto con el sufrimiento de personas a las que no conoce. “La respuesta -asegura, de forma inmediata- está en los ojos de las personas a las que acompaño”.