Manuel Díaz Rijo, el revolucionario sereno
Planteemos un juego. No es muy académico, pero sí pedagógico. Cierre los ojos y piense en personas cuya labor haya influido decisivamente en definir las líneas maestras de la historia de Lanzarote. Tiene un minuto para pensar en figuras que hayan dejado una huella significativa en el devenir colectivo… ¿Qué nombres ha apuntado? Si en lo alto de ese listado no está Manuel Díaz Rijo, quizás debería revisar lo que sabe sobre el pasado. El discreto ingeniero lanzaroteño revolucionó el futuro de Canarias a través de la tecnología, la razón y la ciencia.
En 1941 la mortalidad infantil en Lanzarote en niños menores de un año llegó al 22%, y las tasas de analfabetismo superaban todavía el 70% en municipios como Tinajo. Las estructuras de comunicación con el exterior eran extremadamente arcaicas, la industria prácticamente no existía, la población vivía de una precaria economía de subsistencia y muchas familias debían recurrir al mercado negro para tapar los agujeros que las cartillas de racionamiento dejaban al descubierto hasta los años cincuenta. La pesca, a pesar de sus duras condiciones, era el único sustento que parecía fiable.
En medio de este panorama, a principios de los años sesenta, Manuel Díaz Rijo planteó una nueva propuesta a la larga lista de posibles soluciones al eterno problema del agua y, de paso, también para la electricidad. Ya se había intentado o propuesto casi todo: grandes maretas, galerías subterráneas, buques-cisternas, proyectos de arbolado masivo, plegarias religiosas… Cada cierto tiempo aparecía algún iluminado (La Sociedad de Irrigaciones Canarias y del Abate Bouly en los años 20, el coronel Chamorro en los 40, el abogado Pons Cano en los 50, etc.) prometiendo la solución definitiva, pero la realidad era que seguía faltando el agua y cuando escaseaban las lluvias la válvula de escape social seguía siendo la emigración. En 1957, un año especialmente malo, la Delegación del Gobierno emitió un bando racionando el agua a 5 litros por persona y día. El equivalente a una garrafa de agua para beber, cocinar, asearse, limpiar, alimentar plantas y animales… Esta vez, el plan era instalar una tecnología aún muy experimental, la desalinización de agua de mar. Era tan pionera que no se había probado para abastecer completamente a una población civil. La idea original surgió del lanzaroteño Manuel Díaz Rijo, un doctor en ingeniería naval que daba clases en la universidad e investigaba en Madrid, y que se propuso emplear los últimos avances en desalinización que se estaban usando en los buques más punteros. Su planteamiento era tan simple como inaudito: pensar en Lanzarote como si fuera un gran barco y ver el océano como la fuente de la que extraer el agua. Pero muy pocos vieron viable esa fórmula. La altura tecnológica del desafío era inversamente proporcional a la cultura científica que había en un espacio tan rural y marginal como era Lanzarote en ese entonces.
En 1957, un año especialmente malo, la Delegación del Gobierno emitió un bando racionando el agua a 5 litros por persona y día. El equivalente a una garrafa de agua para beber, cocinar, asearse, limpiar, alimentar plantas y animales…
En 1961, tras sufrir el rechazo y la incredulidad de varias instituciones, se constituyó la sociedad Termoeléctrica de Lanzarote S.A: Termolansa. Además de Manuel Díaz Rijo, padre y principal impulsor intelectual del proyecto, también tuvieron una implicación relevante el empresario Rudy Meyer, el abogado José Díaz Rijo, el ingeniero Eugenio Lorenzo y un grupo entusiasta de trabajadores. El proyecto se enfrentó a graves dificultades burocráticas y trabas económicas. Tuvieron que lograr la adjudicación del servicio de agua en Arrecife; conseguir un permiso especial del Consejo de Ministros; comprar la Central Eléctrica de la capital y reunir una considerable cantidad de dinero para las inversiones.
La maquinaria se contrató con las empresas norteamericanas Westinghouse Electric Co. y Burns and Roe Inc., que estaban muy interesadas en demostrar la solvencia de la potabilizadora para uso público. Su oferta consistía en dar grandes facilidades económicas y en entregar la planta ya montada. El sistema escogido fue el de la destilación al vacío con dos generadores de vapor, dos turboalternadores, y un evaporador.
La potabilizadora y la distribución del agua y la luz exigían además una gran intervención financiera e industrial: comprar terrenos, construir oficinas, montar las redes primarias de por toda la isla, etc. Amplios sectores de la población local recibieron la iniciativa con indiferencia, e incluso sorna. Pocos creían en su futuro y se hizo popular la broma de que el agua iba a saber a cabozo. Cuando Guillermo Topham, siempre proclive a apoyar cualquier medida que tuviera la mínima posibilidad de mejorar el nivel de vida de Lanzarote, comenzó a alabar las bondades del nuevo proyecto (“La noticia lanzaroteña del siglo” la definió en 1962), muchos pensaron que era otro desvarío bienintencionado de aquel maestro de escuela e impenitente periodista, que hacía de todo para llenar las páginas del único, y por supuesto deficitario, periódico local que tenía la isla, Antena.
Pero como con su inquebrantable apuesta por el turismo, Topham tenía razón. En 1964 llegó el grueso de la maquinaria y en 1965 ya circulaba agua y electricidad en Arrecife. La planta podía producir diariamente a pleno rendimiento 2.300 metros cúbicos de agua potable y 1.500 kw de potencia instalada. En los siguientes años el suministro de agua siguió manteniendo cierta fragilidad, pero el gran paso se había dado. Se habían roto las pesadas cadenas que unían el futuro de la Isla a la falta de agua. Todos lo vieron, y el cambio de mentalidad fue inmediato, empezando por los promotores del primer centro alojativo moderno, el Hotel Fariones, que se apresuró a firmar un contrato con Termolansa.
La potabilizadora abría de par en par las puertas a un desarrollo industrial, económico y social que jamás se había pensado previamente en Lanzarote, y también en otras islas de Canarias, especialmente para las orientales y secas del archipiélago. No debemos olvidar que una vez demostrado el éxito en Lanzarote, el Ministerio, que previamente había desechado participar a pesar de los contactos de los Díaz Rijo en Madrid, comenzó unos años más tarde con la desalinización en Gran Canaria primero, y luego en Fuerteventura.
El padre de los Díaz Rijo tenía ante sí el dilema de quedarse en la isla cómodamente instalado en su puesto de alto funcionario, o mudarse a la Península para asegurarse la formación de sus hijos. Escogió lo segundo.
Para calibrar el legado de Manuel Díaz Rijo, aclaremos que la llegada de la potabilizadora no solucionó los problemas de Lanzarote de la noche a la mañana. Tampoco Díaz Rijo tuvo nada que ver con la invención original de la potabilización de agua de mar. Tarde o temprano la muy experimental (en los años 50 del siglo XX) tecnología de la desalación de agua alcanzaría la madurez suficiente como para plantearse atender a la población civil. Y tarde o temprano, se buscaría una solución para facilitar el desarrollo efectivo industrial y turístico de Lanzarote. El valor histórico de Díaz Rijo está precisamente en ese “tarde o temprano”. ¿Cuánto hubiera pasado hasta que se demostrara la viabilidad técnica de la nueva tecnología, y sobre todo, cuánto habría tardado en llegar a un lugar tan periférico como era Lanzarote si Manuel Díaz Rijo no se hubiera empeñado en aventurarse en una empresa tan arriesgada? Es pura especulación dar una cifra en años, aunque muy probablemente el “tarde” le hubiera ganado al “temprano”. Lo que es indudable es que las islas que conocemos ahora serían muy diferentes a lo que son hoy en día sin Manuel Díaz Rijo.
¿Quién se lo hubiera imaginado en los años sesenta? Aquel hombre sereno, de aspecto tranquilo, ademanes educados y hablar argumentativo y pausado, terminaría siendo esencial en la gran revolución de las siguientes décadas. La historia del discreto y cabal ingeniero lanzaroteño ofrece multitud de lecturas respecto al valor de la ciencia, la emprendeduría o la tecnología como motor de cambios históricos de gran calado. Pero quien escribe estas líneas quiere destacar especialmente una de las moralejas ligadas a la historia de Manuel Díaz Rijo, quien, por cierto, fue propuesto varias veces de forma infructuosa como hijo predilecto.
Cuando Manuel y su hermano eran apenas unos críos, el único instituto que había en Lanzarote tuvo que cerrar en medio de lo más crudo de la posguerra, entre 1939 y 1942. En esa coyuntura el padre de los Díaz Rijo tenía ante sí el dilema de quedarse en la isla cómodamente instalado en su puesto de alto funcionario, o mudarse a la Península para asegurarse la formación de sus hijos. Escogió lo segundo, demostrando, una vez más que por muy caro que sea invertir en educación, siempre será más barato que asumir los costes de no hacerlo. La historia de Díaz Rijo es la enésima demostración de que la educación, como sentenció Nelson Mandela, es “el arma más poderosa para cambiar el mundo”.
Para la historia de Lanzarote Manuel Díaz Rijo quedará como el gran pionero que dio con el hallazgo tecnológico que permitió crear una isla nueva, liberada por fin del ancestral miedo a la sed. Pero la clave personal que hizo posible ese paso fue su vocación y su formación científica, la que le permitió ver antes que nadie que aquella tecnología era la solución tan anhelada para la isla. Quizás por eso Manuel Díaz Rijo actuaba siempre de forma tan serena. No necesitaba hacer ruido para montar una revolución, tenía consigo la certeza de la razón científica, con eso era más que suficiente para cambiar por completo la historia de una comunidad entera.
Comentarios
1 nyj Jue, 14/07/2016 - 10:28
2 nyj Jue, 14/07/2016 - 10:28
3 Juan Lasso Jue, 14/07/2016 - 14:15
4 Lola Vie, 15/07/2016 - 14:22
5 Lola Vie, 15/07/2016 - 14:22
6 un ciudadano Mié, 20/07/2016 - 11:16
7 Maria Dolores Vie, 07/04/2023 - 01:07
8 Maria Dolores F... Vie, 07/04/2023 - 01:15
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