Los secretos de la loza pintada de El Mojón
El libro ‘La loza pintada de El Mojón, Lanzarote’ es una obra coral que supone un “estudio arqueológico, etnográfico e histórico” de este tipo de cerámica
Aún hay muchas preguntas respecto a la loza de El Mojón, que “sólo tendrán respuesta cuando se realicen prospecciones e intervenciones arqueológicas, no sólo en los lugares de El Mojón donde las loceras trabajaron y quemaron su loza, sino en otros lugares de la Isla, donde se encuentran restos importantes de cerámica. Si esto se llevara a cabo, podríamos establecer secuencias cronológicas, para averiguar cómo fue evolucionando la loza tradicional hasta llegar a la que hemos descrito en este trabajo”.
Queda, por tanto, trabajo por hacer, pero se acaba de presentar un libro extenso que es el resultado, a su vez, de muchos años de investigación. Se trata de La loza pintada de El Mojón, Lanzarote. Este “estudio arqueológico, etnográfico e histórico” es una obra coordinada por Jesús Manuel Cáceres Rodríguez en la que participan hasta seis autores más: Toño Armas Acuña, José Farray Barreto, José Ángel Hernández Marrero, Antonio Manuel Jiménez Medina, Pedro Carmelo Quintana Andrés y Juan Manuel Zamora Maldonado. Está editado por la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, cuenta con prólogo de Nona Perera y se presentó el pasado 19 de enero en el Centro Sociocultural Guenia de El Mojón.
El Mojón es un pequeño pago del municipio de Teguise que si por algo es conocido es por su cerámica pintada. Se caracteriza porque está bañada por tegue. Una de las acepciones que recoge el Diccionario histórico del español en Canarias es la de “tierra arcillosa que utilizaban los indígenas para techar y coger las rendijas de sus habitaciones”. En la loza, el tegue crea una capa ligeramente impermeable que proporciona a la pieza diferentes tonos, desde colores crema a tonos anaranjados. “Sobre esta capa, las manos de las loceras plasmaron motivos vegetales, geométricos, alfabéticos y de animales, que se entremezclaban entre sí creando piezas de un finura excepcional y muy valorada por los habitantes de la Isla”.
Las piezas tenían un gran valor dentro de la Isla y se convirtieron, de hecho, en los regalos que recibieron algunas personalidades como el antropólogo francés René Vernau. Esas piezas se pueden ver hoy en el Musée du Quai Branly, en París. Además de su decoración, entre las piezas destacan las fuentes redondas u ovaladas de varias dimensiones, como platos hondos, ollas, un tofio para ordeñar cabras y una serie de pequeños dromedarios, que eran juguetes, al fin y al cabo. Durante las últimas décadas del siglo XX se acercaron al lugar varios ceramistas “con la curiosidad por descubrir esas vistosas piezas que se encontraban en el ocaso de la importante producción que allí se dio”.
El libro es el resultado de varias vías de estudio, que comenzó en los años 80 con los trabajos de campo. “Algunos de los investigadores que componen esta novedosa publicación se acercaron con folios, lápices, cintas métricas y cámaras de fotografía, intentando captar la herencia de esas mujeres que trabajaron y modelaron el barro por última vez. En sus visitas pudieron entrevistar a familiares y a algunas de las últimas artesanas, recogiendo el testimonio inquebrantable de los procesos de elaboración de las piezas”. Pero también es el resultado de un estudio bibliográfico que recoge todas las publicaciones relacionadas con la cerámica tradicional, el estudio de las memorias de intervenciones arqueológicas realizadas en Lanzarote y otras fuentes cartográficas. También cuenta con otras fuentes como el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas, archivos parroquiales y archivos municipales de Lanzarote. Se recopilan fotografías y diapositivas antiguas de colecciones privadas, y uno de los pilares importantes es el estudio de la tradición y la información oral. El trabajo continuó con el estudio de las piezas cerámicas, estableciendo una tipología formal y una tipología funcional.
El libro trata de dar un enfoque científico y ameno sobre los aspectos fundamentales de la cerámica de El Mojón y trata de adentrarse, desde la historiografía y el análisis del territorio, en cómo se llevaba a cabo todo el proceso de la elaboración de las piezas, desde la extracción de las materias primas hasta la venta de las piezas acabadas. Incluso así se ha formado un árbol genealógico bastante extenso que recoge gran parte de la vida de las loceras conocidas y de sus familiares.
“Con esta obra queremos germinar la primera semilla de los muchos estudios que quedan por elaborarse sobre la cerámica realizada en Lanzarote, que siempre ha sido tachada de poco refinada y humilde, pero que en muchas ocasiones, en esos fragmentos esparcidos por las vastas y áridas tierras y caminos de nuestra isla, se encuentra la sensibilidad de las manos que trataron los barros y tierras en busca de algo que poder comer y ansiar a un futuro mejor para los suyos y en eso radica uno de los sentimientos más bellos de nuestra cerámica de El Mojón”, señala el texto.
La loza
La cerámica tradicional que se elaboró en Canarias recibía la denominación generalizada de “loza”, que es un término empleado comúnmente por los escribanos desde el siglo XVII y también por la población. Esta denominación se sigue usando en Canarias en la actualidad.
La alfarería desarrollada en Canarias tras la conquista europea es ante todo una cerámica funcional. Su origen hay que buscarlo en la tecnología heredada de algunas de las culturas indígenas que habitaron este Archipiélago y en posteriores influencias de la Península Ibérica y del continente africano. Después, la tradición fue sufriendo cambios a lo largo de su existencia.
El éxito de esta alfarería tradicional que pervivió a lo largo de siglos pese a su relativa fragilidad, se debió en gran medida a su bajo costo y adaptabilidad a las necesidades de la vida cotidiana, sin olvidar la rentabilidad.
Hay piezas de esta cerámica que se pueden ver hoy en el Musée du Quai Branly, en París
La loza pintada de El Mojón es, por ahora, la única muestra de alfarería tradicional pintada en Canarias. Sin embargo, su tipología en general responde a las mismas formas localizadas en el resto de las islas Canarias con una cronología general de aparición del siglo XVII. Una de las tareas primordiales del trabajo de investigación es datar el origen de la técnica pictórica que aparece en El Mojón. “Sabemos en el estado actual de las investigaciones que la fecha de inicio de esta singular decoración podría estar, por ahora, en torno a finales del siglo XVII”, dicen los investigadores.
Diferentes investigaciones atribuían esta técnica decorativa a un origen morisco o amazigh con una cronología más antigua. De hecho, las cerámicas pintadas con trazos de manganeso están presentes en todos los periodos de Al-Andalus, con una temática que recuerda a los motivos decorativos amazigh presentes en el norte de África todavía en la actualidad. Hay una “relación directa de los motivos decorativos de estos años entre las cerámicas producidas en talleres del sureste peninsular y las alfarerías del Magreb”. “Sin embargo, no vemos en las cerámicas de El Mojón esa relación tan clara y evidente”, aclaran.
Se observa la existencia de una mayor similitud de los repertorios pintados de la cerámica de El Mojón con respecto a los que aparecen en la cerámica Fajalauza de Granada, Triana en Sevilla o Talavera de la Reina y Pozuelo del Arzobispo en Toledo, “sobre todo a partir del siglo XVIII donde estos grandes centros de producción de cerámica entran en crisis popularizándose gran parte de sus producciones”. Estas cerámicas tienen un origen morisco, cristiano y otras influencias como las porcelanas chinas de las dinastías Ming que llegaron a la Península a través del comercio portugués.
Las decoraciones naturalistas en ocasiones recargadas que encontramos en la loza de El Mojón aparecen en las cerámicas de Talavera de la Reina, Triana, malagueña, Fajalauza, valenciana, etc. dirigida a una clientela concreta, una clientela popular que requiere una cerámica ante todo útil y destaca la importancia de la decoración vegetal.
Llegada
El conocimiento y la técnica decorativa pudo llegar a Lanzarote de dos maneras: lo trajo alguna persona procedente de alguno de esos alfares ya mencionados o llegó por imitación. Algunas piezas elaboradas en estos alfares peninsulares llegaron a Lanzarote siendo posteriormente imitadas. Las alfareras copiaban, a su manera, tipologías y formas de cerámicas que venían sobre todo de la Península Ibérica. “Lo que parece evidente que se trata de una estrategia económica de oferta de un producto singular, frente a las cerámicas procedentes sobre todo de Tenerife y Gran Canaria de una mejor calidad, donde existía una mayor especialización y producción”.
La alfarería en Canarias tras la conquista europea es ante todo funcional
También existe en Canarias otro ejemplo singular de decoración en la loza tradicional, en la isla de Gran Canaria, donde se desarrolló una técnica que consiste en aplicar con las lisaderas unos bruñidos parciales que dibujaban diferentes motivos geométricos. Por otra parte, las alfarerías andaluzas están presentes en Canarias desde los inicios de la nueva sociedad colonial y queda patente su importación en toda la Edad Moderna.
La cerámica de Fajalauza pudo influir de manera notable en la loza pintada de El Mojón. “Una cuestión que habrá que estudiar es la posible relación entre los momentos de cierto aislamiento que sufrieron las Islas Canarias, especialmente Lanzarote, a lo largo de los siglos XVII y XVIII y la posible aparición de esta cerámica”. Hubo ciertos problemas de abastecimiento, al estar ciertas rutas marinas atlánticas muy vigiladas por las potencias extranjeras. ¿Pudo darse el caso de que la falta de importación de piezas cerámicas de cierto prestigio, o valor, fuese sustituida, en un momento puntual, por las vasijas pintadas de El Mojón?, se preguntan.
Por último, el tegue o teigue y el pintado pudo ser una tradición de origen amazigh. El tegue es el elemento diferencial de la cerámica de El Mojón. Esa misma técnica es muy extendida entre la cerámica amazigh del norte de África, en Marruecos, Argelia y Túnez.
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