OTRA HISTORIA DE CANARIAS

Historias y curiosidades de los cementerios de Lanzarote y Fuerteventura

Ambas islas orientales ofrecen ejemplos peculiares, con más de treinta camposantos

Mario Ferrer 0 COMENTARIOS 01/11/2023 - 08:52

Solo hay una cosa cierta al nacer, que en algún momento moriremos. La muerte ofrece múltiples variantes de costumbres y hábitos a lo largos de los siglos y las culturas, aunque en esta ocasión nos vamos a centrar en su parte más arquitectónica y reciente. Nos referimos más concretamente a algunas de las historias que rodean a los cementerios de Lanzarote y Fuerteventura, los cuales recibirán el tradicional aluvión anual de visitantes por el Día de los Difuntos el 1 de noviembre.

Previamente a la llegada de los primeros cementerios a principios del siglo XIX, los entierros se realizaban en las mismas iglesias y ermitas (en capillas especiales o en el mismo pavimento), como en el resto de España. Vivos y muertos se unían en el espacio religioso, aunque con diferencias claras. En los siglos que prevaleció esta costumbre, la sola visita a una iglesia servía para ver la estratificación social de cada pueblo, con las familias ricas descansando en los lugares privilegiados y con mención específica, mientras el resto solía finalizar bajo el suelo de algún espacio secundario, en el osario común situado en un lugar más oculto o en el cementerio anexo al templo, si existía.

También llama la atención en esa primera fase del cristianismo en las Islas, que las comitivas mortuorias debían desplazar el cuerpo desde la zona de la Isla donde estuvieran hasta los templos de Betancuria o Teguise, las capitales de Fuerteventura y Lanzarote respectivamente, hasta que se fueron creando iglesias en otras áreas.

Fue el rey Carlos III el que promovió una Real Orden en 1787 que promulgaba la creación de los camposantos en las afueras de las ciudades, prohibiendo a su vez los enterramientos en los interiores y cercanías de las iglesias. Detrás de dicha medida estaban las ideas de progreso de la Ilustración, aunque de forma más directa se señalaba lo insalubre de dicha tradición funeraria, especialmente en épocas de epidemias.

Lanzarote y, especialmente, Fuerteventura también albergan restos de las prácticas funerarias que los majos, los aborígenes de origen norteafricano que vivieron en ambas islas al menos 1.200 años antes de la llegada de los europeos. Se sabe que en muchos casos usaban cuevas para los enterramientos aunque también lo hacían a cielo abierto o en túmulos. En Fuerteventura se han encontrado destacados ejemplos en La Muda, El Cardón, Triquivijate, la Cueva de Villaverde, Los Alares, Tirba o Jandía, mientras que Lanzarote sobresale precisamente por la escasa presencia de restos óseos encontrados hasta la fecha, aunque también han aparecido algunos en Montaña Mina, Famara, La Chifletera o la Piedra del Majo, entre otros.

Fotografía del cementerio de la isla de La Graciosa. Imagen de los años 70 del siglo XX cedida por Elza Carrozza.

Los primeros

El primer camposanto en construirse en Lanzarote fue el antiguo de Tías (1799), que como el de Femés (1818), pueblo que en esa época contaba con parroquia y municipio propio, se encuentra en realidad bastante cerca de la iglesia y del núcleo poblacional original. Los primeros cementerios de Arrecife (1809), San Bartolomé (1813), Teguise (1814) también son de esta época, aunque varios de ellos debieron volver a construirse más adelante debido al crecimiento de los núcleos de población.

No obstante, la Real Orden de 1787 de Carlos III tardó en llevarse a cabo, tanto en España como en varias islas de Canarias. Fuerteventura fue una de ellas y hasta la década de 1830 no aparecieron los principales, con tan solo uno fechado antes, en 1819. No obstante, Yaiza seguía enterrando en su iglesia hasta 1860 y La Oliva no tuvo cementerio hasta la década de 1850.

Arrecife tuvo un pintoresco cementerio situado junto a El Reducto

Dada la pobreza de ambas islas, la arquitectura de los camposantos era muy modesta, además de que la escasez de población tampoco requería grandes instalaciones. En la mayoría de los casos se trataba de unos modestos muros de piedra y barro albeados y, si acaso, ornamentados con almenas o barbacanas, que se remataban con una puerta de entrada un poco más destacada, que podía llevar algún frontón, arco, cruces cristianas o decoración geométrica. En el interior se podían colocar, o no, una o varias capillas. Entre otros ejemplos destaca la fachada del antiguo cementerio de Puerto Cabras, construido en 1871 con tres vanos acompañados de varios elementos ornamentales.

Lo que podía hacer distinguir un poco más a unas necrópolis de otras era la iniciativa de alguna familia pudiente para crear alguna pequeña capilla o panteón. En el antiguo cementerio de Teguise, por ejemplo, destacan las capillas funerarias familiares y en el de Betancuria el mausoleo encargado por Roque Calero. Entre los monumentos funerarios merece especialmente atención los construidos por el escultor lanzaroteño Pancho Lasso, que realizó encargos para Arrecife y San Bartolomé. Otros camposantos destacan por albergar la tumba de alguna figura famosa, como es el caso del de Haría con César Manrique.

Familiares posando junto a la tumba de un ser querido en el cementerio viejo de Teguise durante el Día de los Difuntos, festividad en la que era costumbre engalanar las sepulturas y fotografiarse junto a ellas. Imagen de los años sesenta cedida por José Pérez Duque.

El Puerto de Arrecife ha tenido varios cementerios. El actual, el de San Román, tiene poco más de 50 años, porque previamente tuvo otras localizaciones. El primero estuvo en la ermita de San Ginés, a la ribera de la gran laguna salada del mismo nombre, pero con la ley de Carlos III se pasa a extramuros, a un solar que viene a ser en el que desde hace más de 75 años se encuentra el Instituto de Enseñanza Secundaria Agustín Espinosa. No obstante, con el crecimiento que vive Arrecife esta nueva ubicación pronto queda intramuros de la joven ciudad, con lo cual se decide de nuevo cambiar la localización, dándole un aire más marino, como no podía ser de otra manera para un enclave de raigambre tan pesquera como la capital de Lanzarote en sus primeros siglos.

El camposanto que tuvo Arrecife durante casi un siglo, de 1871 a 1970, se situaba a junto a la playa del Reducto, a escasos metros del mar, junto a la zona donde hoy se encuentra la sede del Cabildo de Lanzarote y el intercambiador de guaguas. El pintoresco cementerio marino de Arrecife se demolió en 1983.

Los investigadores María Dolores Rodríguez y Francisco Hernández han tratado los cementerios de Lanzarote en su libro Hambrunas, epidemias y sanidad en Lanzarote (Ayto. de Teguise, 2010).

También las necrópolis de Puerto del Rosario tiene ciertas curiosidades, como relata Francisco Cerdeña Armas en un libro recientemente publicado y ya disponible en las librerías: Cuadernos de Puerto Cabras II. Para empezar, hubo camposanto en Casillas del Ángel y Tetir (que tuvo categoría de municipio) antes que en Puerto Cabras, una pequeña localidad todavía en el siglo XIX que debía llevar sus muertos a Tetir.

Antes del cementerio en La Graciosa se subía el ataúd por el Risco hasta Haría

La poderosa familia Miller donó un solar en 1870 donde se construyó el antiguo cementerio de Puerto Cabras, junto al Barranquillo de La Miel y el camino de Casillas, convirtiéndose, en palabras de Cerdeña Armas, en “uno de los pocos hitos o testigos urbanísticos y arquitectónicos que señala los confines de la ciudad en el último cuarto del siglo XIX”.

Este camposanto, que dejó de usarse en los años 70 del siglo XX y que ya nombramos previamente por su arquitectura, estuvo a punto de ser derribado en los años ochenta, pero el especialista en historia del arte Chano Sebastián Hernández emitió un informe que ayudó a dar a conocer el caso y movilizar a un sector de la población que se manifestó a favor de su conservación. Otra de sus curiosidades es que tenía un espacio para los no católicos conocido como el “cementerio de los ingleses”.

Postal de un grupo de camellos frente al cementerio de Femés a finales del siglo XIX. Archivo de fotografía histórica de Canarias, Cabildo de Gran Canaria-FEDAC. 

Uno de las necrópolis de estampa más romántica, en cuanto a exaltación de la naturaleza y el exotismo, es el de Cofete. Esta localidad tiene una historia bastante singular puesto que fue un núcleo con cierta relevancia durante el siglo XIX pero luego entró en una decadencia que casi le hizo desaparecer. Dada su lejanía, a los vecinos de Cofete se les permitió tener su propio camposanto, que se ubicó a los pies del inmenso risco y la larga playa que marcan el impresionante paisaje de este enclave.

Varios pueblos lograron tener cementerio propio sin ser capital de municipio, como fue el caso de Tao, en Lanzarote, a mediados del siglo XX, mientras que en Fuerteventura hay más casos, dada también su mayor extensión: Morro Jable, Gran Tarajal, Valle de Santa Inés, además de los ya nombrados de Cofete, Tetir y Casillas del Ángel.

Otro cementerio con origen curioso es el de La Graciosa. La reconocida oficialmente como octava isla de Canarias no tuvo camposanto hasta los años cuarenta del siglo XX, aunque estuvo poblada de forma permanente desde finales del siglo XIX. En ese periodo sin cementerio propio, con los fallecidos en La Graciosa funcionaba el sistema tradicional de llevar el cuerpo hasta la parroquia más cercana para darle sepultura. Lo llamativo de La Graciosa era que eso implicaba trasladar el cuerpo por el mar para cambiar de isla y luego subir con el ataúd comunal por las escarpadas rampas del Risco de Famara hasta llegar a la iglesia de Haría.

En los años 40 del siglo XX, durante la época del Mando Económico de Canarias y en parte gracias al gran contacto que tuvo el Capitán General de Canarias, Francisco García Escámez, con La Graciosa, se decidió erigir el cementerio que se encuentra a las afueras de Caleta del Sebo, un camposanto que probablemente sea uno de los que ofrece mejores vistas en Canarias para el descanso eterno: la panorámica completa del Risco de Famara, parte del norte de Lanzarote, una zona muy significativa del Archipiélago Chinijo en el entorno a El Río y el océano Atlántico en su plenitud.

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