Alex Salebe

Con papas y kétchup

Recuerdo que Günter Grass, en una visita que hizo a Lanzarote en 2003 para presentar en la sede de la Fundación César Manrique sus últimos libros traducidos al español, apuntaba sorprendido que la prensa mostraba mucho mayor interés en sus opiniones políticas que en su producción literaria, y no le faltaba razón al escritor alemán, Nobel de Literatura 1999, porque lo bombardeamos a preguntas sobre la inminente invasión genocida a Irak apoyada por España bajo el gobierno de Aznar. Grass compareció en febrero y la ocupación militar comenzó en marzo de ese mismo año.

Ante una clase política desacreditada y el sensacionalismo y la desinformación de  grandes medios de comunicación, que estamos volviendo a constatar con los sucesos de la emergencia de la DANA en Valencia, el arte y la academia son refugios para, si no encontrar respuestas absolutas, al menos escuchar análisis fundamentados que nos invitan a la reflexión, incluso, ‘antes de’.

El cantautor Rubén Blades, ciudadano del mundo y residente en Nueva York, se preguntaba esta semana en su columna ‘Apuntes desde la esquina’,  cómo era posible que hubiese sido elegido presidente de Estados Unidos un narcisista, convicto en espera de sentencia por abuso sexual y mentiroso patológico.

Pues sí, el magnate misógino ocupará de nuevo la Casa Blanca a partir de enero, así que los gringos y el mundo, a comérnoslo con papas, un dicho muy usado en España para expresar el verse obligado a aceptar o aguantar algo desagradable, y papas fritas embostadas de kétchup, la salsa más popular de la Yunai.

Eduardo Galeano, otro gran escritor, a quien podemos atribuirle el Premio Nobel de la Rebeldía, decía en su metáfora del cocinero y las aves que “el mundo está organizado de tal manera que tenemos el derecho a elegir la salsa con que seremos comidos”.

‘Antes de’, el intelectual argentino, Atilio Borón, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard y una de las voces más autorizadas en Latinoamérica por su visión global de los acontecimientos sociales y políticos, destacaba en una entrevista que fuese quien fuese elegido (a) presidente de Estados Unidos, Harris o Trump, la única victoria que estaba garantizada era la victoria del capital. Nada de elección entre el bipartidismo, Republicano o Demócrata, “existe un solo gran partido y es el partido del gran capital”.

Repasando unos “papers” que tengo guardados en mi archivo personal publicados por el portal Academia dentro de la serie de ensayos Arte y Política, encontré la transcripción de un diálogo en San Francisco que mantuvieron en el 95 el dramaturgo y guionista Tony Kushner y la escritora Susan Sontag, dentro  del programa de conferencias Ciudad, Artes y Lecturas, donde Sontag ya manifestaba su preocupación porque “mucha gente sensata haya sucumbido a un populismo ingenuo en el que terminan pensando, bueno, todo ese mal lo hace, ya sabe usted, gente. Y que hay gente como uno, y luego otro tipo de gente que no es tanto como uno”.

Y proseguía: “el hecho es que vivimos en una cultura cuyos valores respaldan al nihilismo (negación de todo principio), muy buena para el consumismo…Esta cultura, esta organización del poder, se llama capitalismo. Se trata del poder, de quién lo tiene y con qué intereses se ejerce”.

Trump no es el primer presidente de un país que incursiona en política a partir de   la fama adquirida fuera de ella. El primer ‘outsiders’ que llegó a tocar máximo poder en la historia reciente fue el multimillonario italiano Silvio Berlusconi, lo hizo por primera vez en el año 94, consiguiendo mantenerse en el poder a pesar de los escándalos sexuales y de corrupción.

Y no es casual que haya sido un magnate extravagante de los medios de comunicación, ya que esta nueva ola de líderes mediáticos tiene un común denominador: el papel clave del periodismo en sus ascensos, tal y como lo destaca esta semana la Red Ética de la Fundación García Márquez.

El texto refresca la memoria sobre el pasado de líderes conservadores que están en primera fila del escenario político. Cómo no, menciona a Javier Milei, presidente argentino que empezó su vida pública como economista tertuliano de programas de televisión utilizando un lenguaje populista y agresivo.

También de la tele emergió Trump. La Fundación García Márquez anota que consolidó su fama a través del programa The Apprentice, “donde se le proyectaba como un magnate decidido y exitoso, dejando de lado sus fracasos empresariales y ampliando su exposición mediática hasta el punto de crear una imagen atractiva para la política”. Su primera victoria fue en 2016 ante Hillary Clinton.

Otro político producto del show y la polarización es el actor y presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, cuya carrera fue impulsada por una serie de televisión en la que él interpretaba a un profesor que se convierte en presidente. “El personaje encarnaba un ideal de liderazgo que, ante el descontento político generalizado, capturó la imaginación de los ucranianos. La serie de Zelenski ya había preparado un terreno fértil para su incursión política, por lo que su movimiento tomó el mismo nombre del show: Servidor del Pueblo”.

La retórica populista no anida y crece sin el espaldarazo de los grandes medios de comunicación, del periodismo espectáculo y su doble propósito: arrimarse al poder y subir audiencia.

Figuras como Trump y Milei, claros desafiantes de las instituciones democráticas que banalizan fenómenos sociales como la inmigración (Trump dijo en un debate electoral que los haitianos se comían las mascotas de los estadounidenses en Ohio), “exponen cómo el oficio (periodismo) ha caído en la trampa del espectáculo, al amplificar los rasgos más extremos de estos personajes y legitimarlos como serios actores políticos”, ideas simplistas que facilitan el acceso al poder en un escenario en el que la libertad de expresión está constantemente examinada por la libertad de presión.

 

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