El número 100
Acostumbramos a celebrar o recordar el centenario de un gran acontecimiento mundial, los cien años del nacimiento o la muerte de ilustres pensadores, artistas, deportistas o la efeméride de cualquier personaje influyente de la vida pública, pero seguramente en nuestro fuero más íntimo y familiar tenemos fechas muy señaladas para conmemorar.
Este domingo 28 de abril de 2024 se cumplieron 100 años del natalicio de mi viejo Alfonso, mi querido viejo, que murió hace apenas cuatro años. Era un lunes, 17 de agosto de 2020, el día que descansó en paz a los 96 años, tan longevo como mi abuela que falleció a esa misma edad.
Lo recuerdo como constructor de familia, como persona líder entregada a cuidar las relaciones familiares cohesionando a los seres queridos alrededor de la institución hogar y su entorno más próximo, era una de sus grandes virtudes, y así lo consideramos mi madre, hermanos y yo. John Lennon lo resume en una de sus frases célebres: “Todo lo que necesitas es amor”.
Hace unos cuantos años, mi hijo, hoy con 20 años de edad, me preguntó el porqué escribía en ocasiones sobre temas personales si probablemente el contenido del texto solo pudiera interesar a un grupo reducido de personas. Le dije que como lector muchas veces nos identificamos con hechos reales o incluso historias de ficción escritas por autores que nunca llegamos a conocer y ni siquiera a ponerle cara, pero sí que llegamos a sentir muy familiar o cercana su experiencia de vida o relato.
La familia nos regaló el bien más preciado, la educación en el hogar, que en ningún caso es responsabilidad de la escuela o los maestros, y su esfuerzo continuo para tener la valiosa oportunidad de cursar estudios en distintos niveles de grado.
Mi viejo no solo nos hacía mucho énfasis en el estudio y su aprovechamiento, sino en la formación adecuada a las buenas costumbres y comportamiento social, insistiéndonos además en trasladar estos mismos valores a nuestros hijos e hijas.
El hogar como la primera y más importante escuela de convivencia. No hace falta que la ONU o cualquier otra entidad dicte una resolución y nos diga que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad, esa vaina la mamamos y vivimos desde chicos con el principio básico de cooperación y solidaridad.
Como en cualquier organización seria, había normas familiares claras, la primera de ellas, respeto al ser humano sin fisuras, y luego ya estaba la exigencia de responsabilidad en el estudio y todo el manual de civismo para salir a la calle con la lección bien aprendida sobre las normas de convivencia pública, escasas en estos tiempos de mucha tecnología y pocas relaciones interpersonales donde hasta un simple ‘buenos días’ o ‘gracias’ son bichos raros.
La disciplina bien entendida como enseñanza necesaria para funcionar mejor y la resolución de conflictos sin violencia, que está visto no nos deja ni pensar ni negociar y mucho menos buscar soluciones creativas. Corregir con propósito de enmienda para cambiar de conducta, tarea delicada porque puede provocar tristeza y no hay recetas, así que es de valorar a madres, padres, abuelos y abuelas que tienen el tacto para corregir de forma justa y respetuosa con nuestra integridad física y emocional.
Celebro el centenario de mi padre y seguiré celebrando su vida hasta que pueda, la siento como una conmemoración de los valores humanos universales cultivados desde el seno de un hogar que representa a muchos hogares de la sociedad. Inevitable extrañar su amor, cercanía, consejos y hasta su buen hablar y escribir.
Como siempre - Mario Benedetti
“Aunque hoy cumplas
trescientos treinta y seis meses
la matusalénica edad no se te nota cuando
en el instante en que vencen los crueles
entrás a averiguar la alegría del mundo
y mucho menos todavía se te nota
cuando volás gaviotamente sobre las fobias
o desarbolás los nudosos rencores...”
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