2 COMENTARIOS 19/04/2024 - 07:52

Vivimos, qué duda cabe, tiempos contradictorios. Canarias cierra su temporada alta turística con cifras espectaculares en la llegada de visitantes, tanto extranjeros como peninsulares, sin desdeñar la demanda interna de los propios residentes en las Islas, aunque algo lastrada por los precios elevados de los establecimientos hoteleros, una consecuencia a su vez de la preferencia que muestran los foráneos por el Archipiélago como destino vacacional interno. Esto es algo que valoramos poco: el nivel de repetición del turista europeo en nuestra tierra, que se encuentra entre los más altos del mundo, dice más cosas sobre nosotros que sobre quienes nos visitan. La pregunta siguiente es si aprovechamos esa credencial, la que nos da el turismo, para hacer otras cosas en el mundo, además del turismo mismo.

¿Por qué afirmo que la contradicción gobierna nuestra realidad? Porque la situación económica de los mercados emisores dista mucho de ser óptima. Alemania cerró el año 2023 con una recesión leve, pero recesión, al fin y al cabo: una merma de un 0,3 por ciento en su Producto Interior Bruto, un dato que en el mundo prepandémico habría provocado restricciones en el gasto prescindible de las familias germanas. Lo mismo puede decirse sobre el Reino Unido, sometido al dato autoinfligido por el disparatado Brexit. La economía británica cerró el año pasado con un crecimiento mínimo, de un 0,1 por ciento, pero con un retroceso de un 0,4 por ciento en el segundo semestre. Y las perspectivas, en el caso de ambos gigantes de la economía continental, no resultan halagüeñas, por motivos diferentes, sea el caos político o el declive industrial; eso, por no hablar de los tambores de guerra y el realineamiento de las prioridades geopolíticas. Ninguna de estas circunstancias ha impedido que la demanda de servicios turísticos se haya mantenido fuerte en unos tiempos, los raros años veinte, más asociados con el disfrute efímero que con la acumulación de bienes. La pandemia ha reformateado las prioridades de las sociedades del mundo desarrollado, un hecho que demuestra de nuevo que la Historia, lo dijo Mark Twain, no se repite, pero rima.

El alza del turismo ha provocado un debate interno de gran envergadura en las Islas. Era de esperar, y además es parte de nuestra idiosincrasia. Somos proclives a la celebración y el lamento simultáneos, como pudimos vivir, en su versión extrema, también en la pandemia y pospandemia. En estos meses convivimos con dos realidades paralelas: nuestra locomotora económica, la que genera buena parte de los empleos y sobre todo un porcentaje muy relevante de los ingresos fiscales que a su vez financian las políticas públicas de nuestro Gobierno, cabildos y ayuntamientos, también nos molesta cuando se da la coincidencia de residentes y foráneos en espacios naturales, establecimientos de ocio y zonas residenciales colonizadas por el auge del alquiler vacacional (el mismo al que recurrimos, por cierto, cuando salimos de las Islas y optamos por el turismo urbano).

Hacerlo depende de nosotros, de lo que somos capaces de emprender como sociedad

La reacción a este hecho es la insatisfacción, la sensación de agravio (esto es muy peligroso siempre, con argumentos o sin ellos) y, en el caso más extremo, el rechazo al turismo como fenómeno económico, social e incluso cultural. La respuesta a esta espiral tiene mucho menos glamur y se llama gestión, es compleja en su diseño y muy laboriosa en su ejecución, pero es el único camino por el que, bajo un liderazgo necesario de las administraciones públicas, podremos encontrar respuestas útiles. La que está planteada ahora mismo, que el turismo es una lacra, es simplemente suicida a corto, medio y también largo plazo. De hecho, es peor que suicida: es un error. La Canarias fortaleza carece de futuro y curiosamente nos aboca a la emigración. Debemos encontrar otra clase de respuestas, lo que supone intervenir en una realidad que, por exitosa, es también una fuente de problemas. Pero no se trata tampoco de respuestas imposibles ni aplicadas en otras latitudes. En el fondo, aunque consideramos que el debate sobre los límites del turismo es un endemismo canario, no es así, es un debate que afecta a todos los destinos vacacionales exitosos del planeta, que cada año son más porque, oh paradoja, no hay un solo territorio entre ambos polos que no aspire a convertirse en un destino turístico con gancho. Así que ni mucho menos estamos solos en la gestión de este complejo dilema.

Hay algunas cosas que podemos hacer para, de la mano del turismo, abrir nuestra economía a otros caladeros de progreso colectivo. La actividad vacacional, derivada de un clima benigno que igual en un futuro cercano no lo es tanto, nos ha puesto en el mapa. Somos conocidos y tenemos una excelente reputación como territorio seguro física y jurídicamente, amable y con servicios públicos y privados de alto nivel. Nuestra condición cosmopolita nació de la mano de las libertades comerciales y ha sido afianzada también por la convivencia con otras culturas resultante de la actividad turística. Los canarios somos mezcla y asumir este hecho es un refuerzo, no un menoscabo, para nuestra identidad. Creo que hacemos poco para aprovechar esa plataforma de imagen global que supone ser un destino de éxito. Y hacerlo depende de nosotros, de lo que somos capaces de emprender como sociedad, no de las decisiones tomadas lejos de las Islas. Los lamentos y la parálisis son el preludio del rencor, una respuesta que nos conduce a un callejón sin salida y justo en el peor momento, en los tiempos más inciertos que hemos vivido como sociedad.

Comentarios

No sé de qué "decisiones lejos de las islas" habla. Hace mucho que somos mayores de edad y que lo que somos y tenemos es fruto de nuestras decisiones.
Al 1 Es el victimismo de siempre.

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