Alex Salebe

Morbo o curiosidad

Desde quien pretendía que le confirmara como responsable de prensa de una administración pública local si un atropello múltiple con vehículo era un desafortunado accidente o por el contrario una acción intencionada (atentado) cuando habían transcurrido apenas treinta minutos de los hechos, y con los efectivos de los servicios de seguridad y emergencias todavía atendiendo  al grupo de heridos a pie de calle, hasta quienes me pedían esa misma noche y días sucesivos información fabulosa de los implicados ajena al carácter noticioso del episodio. Un par de medios locales, nacionales y hasta británicos, al estar comprometidas víctimas del Reino Unido, quisieron pisar el terreno sensacionalista desde el minuto uno.

He estado, y por muchos años, trabajando desde la otra orilla de la información en redacciones de prensa de diarios de papel y digital y también en radios y televisiones de Lanzarote y Canarias, así que ni por casualidad se me ocurriría desatender el interés informativo de compañeros y compañeras periodistas ante un hecho trágico con un fallecido y seis heridos de consideración. A la gran mayoría, agradezco su respeto.

Antes de medianoche, los medios de comunicación tuvieron en sus correos electrónicos un amplio resumen informativo del atropello, sabiendo que hay límites en el traslado de la información por protección de datos, y en el caso de los sucesos además, para no entorpecer investigaciones en curso. Hay datos a los que ni siquiera tienen acceso los gabinetes de prensa de las instituciones.

Nadie discute que haya demanda informativa sobre un hecho para difundirlo a la ciudadanía cumpliendo la prensa su misión de servicio público. Hay distintas  formas de divulgarlo: con menos o más rigor, amparado en fuentes oficiales y/o extraoficiales,   o con o sin morbo, luego, ya el lector, escucha o telespectador, tiene la libertad de elegir el relato que más le convence o aquel que se adapte más a su expectativa e interés. 

También es natural que la sociedad pida información sobre acontecimientos de cualquier índole. El consumo de prensa, radio y tele, que puede cuantificarse a través de estudios de audiencia, venta de periódicos o números de visitas a páginas web, señalan la tendencia y preferencias de búsqueda de noticias. Sin duda, hay especial interés por los sucesos.

Está el deseo de la sociedad de conocer la realidad que nos rodea, nuestra curiosidad innata como seres humanos y, para que esconderlo, el morbo como atracción frente a la tragedia y el horror, la particular curiosidad hacia lo siniestro. “Tras emisiones especialmente fuertes o crudas no es infrecuente que se acuse a los medios de provocar el “morbo” para incrementar su audiencia”, apunta un ensayo de la Universidad Autónoma de Barcelona referido a discursos sobre contemplación y emisión de violencia en informativos de televisión.

Hay entonces un juego de equilibrio entre la información, contenidos y forma de divulgarlos y hasta dónde pueden llegar o son capaces de llegar los medios para la satisfacción del morbo o curiosidad. Desde los primeros estudios (Zuckerman y Litle, 1986), destaca el documento universitario de referencia, “se reveló que la morbid curiosity se extiende a un porcentaje muy amplio de espectadores y no se asocia necesariamente con enfermedad, sino con extraversión o búsqueda de sensaciones nuevas. La popularidad y el éxito del llamado morbid tourism nos invita a considerar “el lado normalizado” de la curiosidad morbosa, relativizar su carácter negativo y evitar su condena”. No obstante, por un minuto de gloria, hay cruce de fronteras que no tienen justificación alguna así haya “gusto” por la contemplación de la tragedia.

En 2011 me di el lujo de renunciar a mi trabajo de productor de televisión de un programa regional de Canarias porque en un directo desde la zona alta de la ciudad de Arrecife, informando sobre inundaciones por lluvias que causaron destrozos en infraestructuras públicas y viviendas de vecinos y vecinas, me negué a mostrar a cámara a gente llorando y gritando a pesar de la insistencia por el pinganillo en pleno directo.

Entendí que había sido suficiente con mostrar el interior de algunas viviendas con el agua hasta el cuello y a sus habitantes intentando salvar muebles, enseres y aparatos electrónicos y recoger el testimonio de perjudicados que podían articular palabras, así que al día siguiente me presenté a la sede del trabajo en Lanzarote para comunicar por teléfono mi renuncia a la cúpula del programa en Tenerife. Expliqué mis razones y fueron ellos los que me pidieron que me quedara, y así lo hice, solo hasta el final de esa temporada. Me llamaron para el inicio de la siguiente, y fue cuando dije definitivamente que ya esa vaina no iba conmigo.

 

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