Ahora sí que ya definitivamente ha llegado el progreso a La Graciosa. Ese progreso tan ansiado, por el que tanto han luchado muchos, no todos, los gracioseros y otros vecinos allegados. La discriminación ha terminado: ya estamos todos igual. Se han podido superar todas las barreras: la triple insularidad, la octava isla, el PRUG del Archipiélago Chinijo y hasta la Ley de Costas.

Todo llega si se persigue con ahínco. Lo importante es poder avanzar y la igualdad. No la igualdad de oportunidades, sino la uniformidad. Ese el culmen de la civilización. Es un camino que no ha sido fácil pero que ya ha tenido su coronación. Por fin ha habido un accidente de tráfico en Caleta del Sebo.

Primero fue el descontrol en la entrada de los coches y después la manga ancha (o ausencia) en las inspecciones. Después viene el resto de consecuencias lógicas: se colocaron señales de tráfico “respondiendo a la demanda de los vecinos de La Graciosa, dada la realidad del tráfico en la isla y la inseguridad de los viandantes ante la inexistencia de señales que pongan orden al mismo”.

Luego vino lo de ITV, que se trasladó hasta allí, porque el Gobierno consideraba que “obligar a desplazar los vehículos a Lanzarote para pasar la ITV supone una importante discriminación para los usuarios de La Graciosa con respecto a los usuarios de las restantes Islas”. La discriminación, siempre presente. Y por supuesto, la solución, “a largo plazo”, decía el Gobierno “consistiría en la construcción de una rampa en el puerto de Órzola, lo que reduciría notablemente el coste del desplazamiento para los titulares de los vehículos”. Se está tardando ya en aplicar esto.

Pero el acto principal vino con la manifestación para paralizar el cierre de la carretera en Playa del Ámbar. La convocatoria decía que se hacía para que la sociedad “tome conciencia del atropello que muchas veces supone la aplicación de figuras de protección sin un proceso de participación ciudadana real en una población consolidada”. El “atropello”: próxima estación.

Antes de querer parecerse a los demás, quizá sería deseable pensar si no sería mejor que los demás se parecieran a uno mismo. E incluso, por simplificar, sería deseable pensar. Sin más. Porque el progreso, la igualdad, la discriminación... sin una reflexión que marque las instrucciones de uso, tan solo sirve para que ahora, después del accidente, se llegue a la conclusión de que lo que hace falta es un semáforo.