Todos, todas, todes, ¿y la literatura?
Casi que escribimos como hablamos así que la perorata del lenguaje inclusivo es respetable, claro que sí, pero creo que ni lo usamos en el vocabulario del día a día ni los escritores, y menos los poetas, dejan condicionar sus obras por su uso, ahora más sonado en discursos de políticos, de cara a la galería, en declaraciones a medios de comunicación o en debates en cortes generales donde apuntan los focos y las cámaras. El léxico puede llegar a distraer o desvanecer el fondo de la temática objeto de discusión.
Pongámonos la mano en el corazón. La igualdad real no es repetir como loros niños y niñas o todos y todas. No, no se trata de quedar guay, prefiero un debate de paridad de salarios entre hombres y mujeres con mismos cargos de responsabilidad o igualdad de oportunidades en cuerpos directivos de empresas sin que sea el género el que decante la decisión, por ejemplo.
García Márquez dijo hace 24 años: “simplifiquemos la gramática, antes de que la gramática nos termine de simplificar a nosotros”, lo soltó en la apertura del I Congreso Internacional de la Lengua Española del año 97.
Otro nobel de Literatura latinoamericano, Mario Vargas Llosa, con quien no comparto para nada su postura política derechista rayando el sectarismo, sin dejar de reconocer su grandeza como novelista, tildó de “aberración” el lenguaje inclusivo, mientras que la Real Academia Española (RAE) considera innecesarias todas las variables de inclusión del doble género como todos, todas o todes.
Así lo deja claro en manuales de estilo a pesar de las presiones para que incluya en sus documentos la paridad lingüística entre hombres y mujeres. “El problema es confundir la gramática con el machismo”, defendió uno de sus académicos.
No escatima la RAE en su rechazo al lenguaje inclusivo advirtiendo que desdoblamientos como ciudadanos y ciudadanas son artificios innecesarios que contravienen el principio de economía del lenguaje, precisando que su uso se fundamenta en razones extralingüísticas. También hay que decir que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) promovió hace más de dos décadas el uso de palabras como niños y niñas en contraposición al masculino genérico.
Abrí, una vez más, ese tesoro que es ‘Cien años de soledad’ y no imagino a Gabo apelando al niños y niñas o todos y todas en este apartado de su obra maestra: Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y consejos para la crianza de niños y animales, y colaboraba con todos, aun en el trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad.
Tampoco me atrevería tachar de machista a Mario Benedetti por sus versos de ‘Talantes’ ni cualquiera que sea su pulcra lírica: Un hombre alegre es uno más en el coro de hombres alegres; un hombre triste no se parece a ningún otro hombre triste”. Un genio generoso en honrar con sus poemas la figura de la mujer no es sospechoso de machismo.
El uso genérico del masculino, reafirman los académicos, se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Consideran por ello incorrecto emplear el femenino para referirse a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto o grupo. El debate lo he escuchado en la calle, pero mayoritariamente en medios de comunicación y en redes sociales, redes que sentencian a favor y en contra a través de vídeos y memes.
Podríamos hacer el ejercicio de grabar un día nuestras conversaciones a ver si es verdad que nosotros o nuestros interlocutores nos empleamos a fondo en el uso del lenguaje inclusivo. Cómo sonaría Maná con ños y ñas: ¿Dónde diablos jugarán; los pobres niños?; ¡Ay, ay, ay!; ¿En dónde jugarán? Tampoco me lo imagino, Ya no hay lugar...
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