Ana Carrasco

Espejito, espejito...

Es sábado. Sigo en casa. No hay otra opción. “Yo me quedo en casa” es nuestra salvación. Los algoritmos seleccionan la música que me gusta, Spotify me regala mi Top de canciones, pero se equivoca. No sabe quién vive conmigo, ni cuántas de esas personas utilizan mi cuenta, por eso me encuentro con alguna canción que no es de mi agrado. Cuántas cosas ignorará la inteligencia artificial. Por ahora me persigue, pero no sabe reconocerme.

Las calles de Arrecife están vacías, raro es el coche que pasa. Con este silencio se oye hasta el romper de las olas en la orilla, y el canto de los pájaros se impone a los algoritmos. Las otras vidas, más que nunca, se hacen notar porque, por primera vez,  somos nosotros los que estamos confinados en nuestras casas. La naturaleza nunca se impone en el sentido sancionador, solo se manifiesta ahora que no la molestamos. Ni siquiera el mar está herido, es una inmensa lámina azul que me dice: ¡Mira lo relajado que estoy!

Todo es quietud en las calles. La lucha por la vida se resuelve en los hospitales. También en la mente de cada una de las personas que ha perdido su empleo y que sufre con horror la incertidumbre. Pero esta vez, a diferencia del pasado, en la isla todo es peor, porque su lamentable situación socioeconómica supera en alcance y drama las viejas crisis sufridas: Somos muchas más almas en esta pequeña balsa de piedra perteneciente a un planeta que gira en crisis, alrededor del sol y de un micoorganismo que ni siquiera tiene orgánulos diferenciados. El Covid-19 (SARS-CoV-2) con su mínima complejidad biológica, ha hecho trizas el espejo en el que nos mirábamos como la especie más importante del planeta. Ha acabado con ese...  ¡Espejito, espejito! ¿quién es la especie más poderosa de la Creación?

Entre las trizas del espejo se encuentra nuestro modelo económico hiperconectado  que ha ignorado los límites biofísicos del planeta, las asimetrías entre recortes sanitarios y rescates a autopistas privadas, nuestra convicción en la inteligencia artificial, nuestro estilo de vida basado en deseos envueltos en plástico y no en las necesidades básicas. Y también es triza el concebirnos como entes aislados, ajenos a la naturaleza. 

Espejito, espejito, aunque estés roto, dime entonces qué nos ha pasado. 

Según los científicos, en el planeta se esconden en torno a 1,7 millones de variedades de virus potencialmente peligrosos. Son las deforestaciones, las macroindustrias ganaderas macro-consumidoras de antibióticos para macro-engordar al hacinado ganado, el comercio de especies salvajes, la ingestión de su carne, lo que está poniendo en contacto a las personas con esos desconocidos virus para los que estamos indefensas.

Y es que, como dijo Günther Anders, el hombre se ha hecho pequeño respecto a las consecuencias de su propia acción. Aunque Anders no hablara expresamente de la destrucción de naturaleza, apuntaba un aspecto muy revelador: la acción humana, tanto individual como colectiva, no está a la altura de la complejidad que ella misma genera y bajo la cual tiene que desarrollarse.

El espejo que se ha roto y en el que no hemos sabido reconocernos es el de la compleja trama de la VIDA. El espejo que muestra que `TODO está relacionado con TODO’. Quizás nuestra civilización gane en inteligencia y madurez cuando consiga reconocerse, comprender y respetar la complejidad de los sistemas enmarañados de la Biosfera. 

Mira por dónde, las grandes corporaciones agropecuarias sí que saben, y asumen que la producción intensiva de carne a base de antibióticos conlleva un riesgo de propagación de nuevas epidemias. Pero, mira por dónde, esconden en la complejidad sus estrategias económicas, 'externalizando sus costes epidemiológicos en nosotros, en los ecosistemas locales, en los gobiernos, y en el propio sistema económico mundial’ (Ángel Luis Lara).

La filósofa Ana Carrasco Conde, dice que la civilización comienza cuando vemos al otro y lo cuidamos. Cosa que hacen maravillosamente bien nuestros héroes sanitarios, y no tan bien la gran mayoría de las corporaciones. Quizás seamos verdaderamente civilizados cuando, además, nos veamos reconocidos en la complejidad de la biosfera y sepamos bailar con ella “La belleza” de Luis Eduardo Aute.

Lanzarote superó las crisis pasadas, reinventándose. Y superará ésta también. Hagámoslo desde el reconocimiento de nuestros límites y complejidades. Hagámoslo con belleza. 

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