EL PERISCOPIO
Por Juan Manuel Bethencourt
Uno se queda con la conclusión de que Pedro Sánchez buscaba precisamente esto, un acto de homenaje de su partido
La última semana de abril dejó un saldo de estupefacción en la política española que no barrunta nada bueno para los tiempos que están por venir. Hay motivos para la inquietud tras la maniobra del presidente del Gobierno y líder del PSOE, que escenificó una pausa reflexiva sobre su continuidad con desenlace melodramático y artificioso. Peor aún que la comparecencia de Pedro Sánchez en la escalinata de La Moncloa fue la entrevista perpetrada horas más tarde en Televisión Española, en la que el líder socialista llevó aún más lejos su victimismo ya enfermizo, combinado con una concepción del liderazgo político en el que no hay sitio para nadie más. Uno se queda con la conclusión de que Sánchez buscaba precisamente esto, un acto de homenaje de su partido; de hecho, el secretario general del PSOE dejó claro que fue el mensaje coral de los suyos el que le animó a seguir en la brecha. Un mensaje escenificado en la calle, en las reuniones del partido y en las declaraciones de sus dirigentes, en un ejercicio muy cercano al culto a la personalidad. Los socialistas tienen desde este momento un problema muy serio, que además responde al nombre de su aclamado líder. Lo único bueno es que ya saben que lo tienen.
Todo va a ir peor en la política española tras el amago de renuncia de Sánchez. Él mismo será responsable máximo del enrarecimiento en expansión del diálogo cívico, un potaje tóxico en el que ya no se libra nadie y que anima e incluso obliga a elegir bando, ya sea en el plano político, mediático, económico o judicial. El PP, de hecho, se sentirá libre de acrecentar aún más la presión contra el Gobierno y su presidente, de modo que eso que Sánchez llama “la máquina del fango” no hará otra cosa que extenderse. La pregunta que podemos hacernos aquí es si Sánchez es promotor o no de este escenario polarizador, porque una cosa está clara: víctima precisamente no es.
Hay un cierto tono impúdico en las palabras de Pedro Sánchez. Vivimos tiempos mediocres en los que las personas con poder se reservan para sí mismas el papel de víctimas, ya sea de los ataques de los adversarios o de un escrutinio mediático indudablemente sectario y tramposo. Pero eso no convierte al dirigente en víctima, y menos aún en una sociedad que colecciona damnificados con cara y ojos contados por cientos de miles o incluso millones, aquellos a los que no alcanza el esfuerzo diario y se sienten excluidos por la acción depredadora del mercado y la ineficacia manifiesta de los poderes públicos. Victimizarse, en ese contexto, es tarea propia de cínicos, y lo que vale para Pedro Sánchez vale para Isabel Díaz Ayuso y su comportamiento durante la pandemia de Covid-19, cuando dio más importancia a los ataques que sufrió que a la muerte de miles de ancianos en centros de mayores carentes de recursos para atenderlos o concederles al menos la perspectiva de un final digno. Ahora es el presidente del Gobierno quien eleva la apuesta con mensajes inquietantes sobre reformas legislativas que deberían, según sus palabras, “defender a la democracia”, con una referencia obsesiva a medios de comunicación ciertamente muy poco escrupulosos, pero que en modo alguno ponen en riesgo las libertades en nuestro país. El líder del PSOE no aclara quién sería el encargado de discernir entre libertad de expresión y noticias falsas: ¿un órgano de nueva creación? ¿El Gobierno? ¿El Congreso? ¿Él mismo? Cuidado, señores del PSOE y el PP, con las consecuencias de manosear las palabras “democracia” y “libertad”. Porque cuando las palabras pueden significar cualquier cosa nos acercamos peligrosamente a un mundo orwelliano que igual no anda tan lejos como pensamos en nuestro mundo anestesiado.
Vivimos tiempos mediocres en los que las personas con poder se reservan el papel de víctimas
Los dirigentes socialistas que han dedicado cinco días al elogio incluso indecoroso a su líder saben que con esta jugada el otrora salvador Sánchez ha pasado a convertirse en parte del problema. El miedo al vacío producido por la hipótesis de su marcha activará las defensas en la cúpula del PSOE, esto es algo que podemos dar por seguro. Urge preparar, acaso con sigilo, un relevo ordenado a medio plazo. Los partidos políticos tienen un instinto de supervivencia formidable, tanto para repeler los ataques externos como para prevenir la aparición de enfermedades autoinmunes. Y la política española necesita releer a Max Weber y su visión del liderazgo. “El líder político ideal [de Weber] se siente atraído por el poder, pero no se deja embriagar por él. Se siente gratificado por su capacidad de influir en las personas y en la historia, pero supera las tentaciones de la vanidad o el narcisismo”. “Está implacablemente comprometido con la realización de una visión del mundo, pero no es egoísta ni obsesivo”, escribe la politóloga Wendy Brown en un libro, Tiempos nihilistas, que deberían repartir a modo de lección básica en el Congreso y el Senado. Y dejen una pila en La Moncloa, ya de paso. Y en las calles Ferraz y Génova. El PSOE tiene un problema y nuestra democracia también. Pero no es el que se afana en señalar Pedro Sánchez.
Comentarios
1 Anónimo Lun, 06/05/2024 - 13:01
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