Elecciones, políticos y fantasmas
Interesante el estudio acerca de concepciones sobre la democracia realizado por Arantzazulab, laboratorio de innovación social, centro de referencia de innovación en gobernanza y punto de encuentro ciudadano, en colaboración con las tres universidades vascas, que aunque circunscrita la investigación a esa comunidad autónoma, es referencia importante por el prestigio y rigor de las entidades comprometidas en la iniciativa y por ser el País Vasco una de las comunidades autónomas de España a la cabeza en los indicadores de calidad educativa como consecuencia, claro, de las políticas allí aplicadas y el presupuesto destinado a educación y cultura, un hecho que no acaban de entender políticos y políticas de limitadísimo intelecto, “asegún” parece, como repite orgulloso un connotado dirigente del nacionalismo simplón lanzaroteño.
Llegan las elecciones autonómicas y municipales este 28 de mayo y, como en toda época electoral, salta la alerta constitucional: los ciudadanos tenemos el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes.
Remitiéndome a la investigación que cito en el primer párrafo, si bien casi el 89 por ciento de los ciudadanos prefiere la democracia, donde la soberanía reside en el pueblo, frente a otros sistemas políticos, resulta que más de un tercio expresa estar poco o nada satisfecho con su funcionamiento.
Sigue habiendo notable índice de abstención, desapego por la participación en las urnas, frustración y rechazo a implicarse en asuntos políticos, provocado por partidos clientelistas plagados de gente parlanchina, títere e incompetente, y con altas capacidades, eso sí, de cinismo, que han pasado por las instituciones dejando solo como huella desprestigio de la propia gestión pública y enormes agujeros económicos. Ojo al cristo, dice uno de mis tíos, Jorge, al que quiero mucho.
Volviendo a esta investigación vasca presentada el pasado mes de abril, me interesa porque más allá de la avanzadilla de sus resultados, es un proyecto dinámico que sigue en curso y que seguramente aportará nuevos elementos de juicio.
Tiene, entre otros, dos apartados significativos, uno sobre democracia y otro sobre políticos, evidentemente relacionados. El 64,1 por ciento de los encuestados opina que el sistema político permite en muy poco o nada a la ciudadanía tener influencia de manera individual en la política, mientras que el porcentaje se eleva cuando se pregunta en qué medida les importa a los políticos lo que piensan los ciudadanos, el 66,7 por ciento opina que muy poco o nada en absoluto.
Este hartazgo deriva en lo que los analistas llaman formas de ciudadanía de baja intensidad marcada por la desconfianza en gran parte de los representantes públicos a la que hay que sumarle una alta dosis de desinformación o información interesada o distorsionada, según, no “asegún”, qué intereses políticos o empresariales proteja el cuarto poder, los medios de comunicación.
Y ha llegado a tal punto el grado de desconfianza en la dirigencia que la ciudadanía prefiere políticos que tengan y demuestren valores y principios, incluso por encima de su eficacia gubernativa, así, el 75 por ciento de los entrevistados en la investigación de Arantzazulab, en relación a sus preferencias en las características para los gobiernos en el sistema democrático, prefiere que la eficacia de los gobiernos sea menor, pero que contengan valores y principios, escasos entre tanto fantasma disparatado y profano.
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