¡Tocada!
De pequeños jugábamos a correr unos detrás de otros, nos perseguían y perseguíamos hasta decir ¡Tocado! Jugábamos al escondite, al gato y al ratón... juegos de acción que activaban el cuerpo, la mente, también la risa nerviosa y divertida. La adrenalina corría por nuestras venas.
Los niños y jóvenes de hoy no corren tanto como lo hacíamos nosotras. No juegan en las calles, ni en los callejones. No corren tras ellos hermanos, amigas o primos, sino algo tan incorpóreo como son los algoritmos. Hay una razón: en este mundo tan hiperdigitalizado, cada búsqueda, cada me gusta, cada clic, cada palabra tecleada, cada acción que realizamos cuando estamos conectados a internet se computa, se procesa matemáticamente, con la finalidad de vendernos cosas, emociones, ideologías, o simplemente capitalizar nuestros datos. Es el marketing digital, la publicidad personalizada, el microtargeting.
Sin darnos cuenta, nos hemos visto atrapados en un juego en el que no hay piernas, caras, ni manos, sino anuncios, recomendaciones, sugerencias e informaciones. Toda una insinuante oferta que los algoritmos disparan para alcanzar nuestra mente, ¡Tocada! Y suelen acertar, puesto que, las personas ni corremos, ni reímos, ni socializamos, sino que nos mantenemos quietas, sentadas, acomodadas ante una pantalla, que luminosa, nos incita a ver aquello que la inteligencia artificial cree o pretende que nos guste.
"Ya no vemos lo que queremos, sino lo que nos enseñan", es una frase extraída de un artículo de Karelia Vázquez. La periodista describe la ansiedad generada por la preocupación de que la tecnología controla lo que elegimos y no nosotros. Leyéndola, recordé al escritor y filósofo Santiago Beruete porque equipara el "neuromarketing" con la forma de proceder del hongo Ophiocordyceps unilateralis, una especie parásita capaz de alterar la conducta de la hormiga carpintera.
El proceso empleado por el hongo es tan peculiar que merece la pena contarlo. Las esporas del hongo infectan a la hormiga, entran y se expanden por su cuerpo, secuestrando su sistema nervioso y haciendo que el animal trepe una planta y se cuelgue del borde de una hoja. Los micelios del hongo invaden los tejidos blandos, la cabeza incluida y salen al exterior generando nuevas esporas. De esta forma, la hormiga "zombi" termina siendo el alimento para gran júbilo del hongo.
Esta historia de parásitos y zombis que Beruete cuenta a sus alumnos, me parece muy adecuada para metaforizar lo que los expertos creen que está pasando con el Big Data. Y es que los jóvenes empiezan a tener la percepción de que el algoritmo los conoce mejor que ellos mismos, generándoles sensaciones de no control y dudas sobre identidad: "¿me gusta lo que creo que me gusta o me estoy dejando llevar por un algoritmo?".
Estamos construyendo un mundo inquietante, extraño, hipercomplejo, en el que, para júbilo de los grandes "micelios" de las corporaciones del Big Data, de alguna manera, todos nos hemos convertido en sus zombis, rentables económicamente, colgados de internet. Quizás urja volver a jugar al escondite, escondernos de los algoritmos, despistarlos un poco, correr con nuestras piernas y mente y reírnos mucho, felices de saber que somos nosotros los que controlamos nuestras decisiones.
Foto: Internet. Imagen de un cadáver de una hormiga infectada, con cuerpos fructíferos de Ophiocodyceps unilateralis.
Comentarios
1 Avelino Mar, 16/05/2023 - 09:10
2 Ana Carrasco Mar, 16/05/2023 - 17:37
3 c Mié, 17/05/2023 - 09:13
4 Ana Carrasco Jue, 18/05/2023 - 07:04
5 Juan A. Jue, 18/05/2023 - 15:48
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