Mariem Díaz Fadel

Cuidar (y acompañar)

Pienso en el texto recientemente publicado que, firmado por Ana Carrasco, lleva como título "Salirse por la tangente". Sus palabras me conducen a un lugar que no es la inmigración, ni es la apelación a la dignidad de quienes nos sirven, no porque me haya situado en los márgenes de la humanidad con los migrantes o los trabajadores,  sean de aquí o de allá. Utilizo el término servir sin las connotaciones habituales relacionadas con tareas domésticas, sino en su acepción de ser de utilidad a alguien. La autora habla del cuidado de enfermos, de ancianos desvalidos o de personas dependientes, como interpreto que fue su padre y ahora lo es su madre, para exponer la realidad de quienes cuidan.

Pienso en la vejez y en dos necesidades, la de atender y la de acompañar. Las personas que contratamos para atender la vejez de nuestros mayores lo son en esa doble vertiente. En el sueldo se acuerda la atención, pero queda implícito que también es el acompañamiento. Pagar bien, o mal pagar, nos libera de atender los cuidados esenciales  pero también es excusa para alejarnos de la persona que los necesita. Seguimos nuestra vida profesional y social, con la tranquilidad de saber que nuestro mayor está atendido y acompañado en su vejez, con los hijos liberados de la carga de atenderlos y de visitarlos; con los hijos descargados de la obligación de acompañarlos.

Pagamos por mantener nuestro confort porque un viejo al lado está lejos de nuestras rutinas,  de nuestras obligaciones y de nuestra comodidad. No quitamos un minuto a nuestra propia vida ni renunciamos para acompañar a quien ya hemos garantizado la atención y la compañía ajena. Brindamos -en este momento de la vida de nuestros padres ya ancianos- la compañía a nuestros amigos; no hurtamos tiempo a nuestras inquietudes ni a las actividades que deseamos mantener con tal de no acompañar.

Carrasco demanda el bienestar de quienes nos sirven y yo avanzo algo más para detenerme en aquellos a quienes se sirve. No debe quedar en la tranquilidad de pagar los honorarios de un cuidador el olvido de nuestros padres atendidos, servidos y acompañados y no decirles cada día, sentados junto a ellos,  la necesidad que tienes de que sean ellos quienes te acompañen a ti, de que lo sigan haciendo de mayores como fue siempre desde que eras un niño. Y que cojan tu mano, aunque no se comuniquen con la intensidad de antes.

Pagamos residencias para los mayores lejos de nuestras casas -porque no las hay cerca- lo que pone aún más distancia en  el ejercicio de acompañar. Esas residencias de las que apunto que más parecen lugares donde esperar la muerte porque en su lejanía no hay interacción social con terceros ni nos posibilita salir a recorrer las calles donde ha transcurrido nuestra vida.

Hay quienes echan de menos a quienes ya se fueron y que tanto acompañaron; quienes recordaron cada día, a quienes ya no están, lo importante de su compañía. Y dan gracias por ello. Podemos, pues, seguir nuestro camino con la sensación de seguir con aquellos  a nuestro lado. Antes, acompañándonos mutuamente, y acompañando ahora a los que quedamos aquí con ese grato recuerdo de los que ya son ausencia.

 

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