De los Errejones y la utopía del hombre feminista
A finales de los 70 y bien entrado los 80, los jóvenes militantes de izquierdas que apoyábamos al movimiento feminista, no éramos feministas. Y no éramos feministas, no porque estuviéramos en contra, sino porque no deberíamos interferir en un movimiento de liberación genuino de las mujeres y propio de las mujeres, al igual que el sindicalismo, que es un movimiento de trabajadores e impropio de los empresarios. Algún empresario, más bien pocos, que tenga a su cargo trabajadores y trabajadoras podrán simpatizar con el sindicalismo, pero no me los imagino participando en los sindicatos y montando una huelga contra sí mismo. Otras razones que se esgrimían por aquellos tiempos es que los hombres de izquierda teníamos que asimilar las justas reivindicaciones del movimiento feminista y desprendernos, paso a paso, de nuestro comportamiento innato de machistas marcado a fuego en nuestro ADN masculino, ejerciendo nuestro apoyo entre bastidores y asimilando sus postulados desde una posición crítica y potencialmente autocrítica en relación con nuestra a identidad de machos, producto de una “cultura” patriarcal inculcada siglos tras siglos en la población masculina como un elemento de dominación, y en la femenina como un elemento de sumisión.
En la actualidad todo esto ha cambiado. A raíz del 15 M el feminismo se vuelve más transversal y determinadas organizaciones políticas incipientes empiezan a incluir el feminismo de forma orgánica en su seno creando espacios políticos e incorporando hombres con capacidad de decisión. Tanto fue así que se empezó a acuñar el concepto de “los hombres feministas”. Esta sensible incorporación activa de los hombres a determinadas corrientes del movimiento feminista que -por medio de estas organizaciones políticas empieza a institucionalizarse o a canalizar sus demandas a través de determinados Ministerios -conlleva en sí una palpable contradicción: Por un lado puede parecer positivo esta incorporación de los hombres a los círculos políticos feministas, mejorando esa imagen de colectivo cerrado impenetrable para el género masculino, por un nuevo aspecto de transversalidad moderna. El lado negativo es evidente. La reincorporación de los hombres a la lucha activa feministas se hace sin antes curarnos del machismo patológico que padecemos, caracterizado por un comportamiento muy común fruto de nuestra educación patriarcal: a los tíos nos encanta el poder y dominar determinadas situaciones, y si se presenta la ocasión decir la última palabra sentando cátedra. Esta forma de comportarse es más común de lo que nos podemos imaginar, sobre todo en la política y en las organizaciones sindicales, Pues bien, dicho esto, podemos afirmar que de la mencionada institucionalización de las reclamaciones del movimiento feminista nos crecieron los Errejones. Estos políticos progresistas de nuevo cuño tienden, en cuanto tienen la ocasión, a hablar más de los derechos de las mujeres que las propias mujeres. Si las feministas dicen A, ellos tienen que decir A y B. Favorecidos por su condición de líderes políticos tienen más visibilidad mediática que el propio movimiento feminista que es potencialmente horizontal sin lideresas destacadas. La contradicción no está, como dice Errejón, “entre la persona y el personaje”, sino en reconocer que somos machistas por naturaleza porque el machismo no es una ideología es un comportamiento de poder y dominación patriarcal y que tanto nos gusta a los mamíferos. En el caso de Errejón, lo que llama la atención es que haya sido capaz de sobrepasar la franja imaginaria del reproche social al delictivo que, por gracia de la Ley de si es sí se ha conseguido desnormalizar que le cojan el culo a una chica en una fiesta.
Dejemos al movimiento feminista que fluya sin tutelas y que marque su camino en su lucha por la liberación y emancipación de las mujeres. Observemos y apoyemos con humildad, aprendamos y corrijamos en la medida de lo posible nuestro detestable comportamiento machista sin autoflagelarnos. No nos olvidemos de los millones de mujeres abusadas y violadas bajo el amparo de la institución familiar, de nuestras madres sin derechos, y sin futuro, las que fueron sometidas durante décadas, relegándolas a amas de casa, productoras y cuidadoras de hijos. De nuestra hermana la solterona sin el amparo de un marido y condenada a cuidar padres ancianos hasta que estos dejen de existir. De todas las mujeres asesinadas y las que el machismo seguirá asesinando. Si no sentimos el dolor, difícilmente podremos sentir empatía.
*Secretario Insular en Lanzarote del Frente Sindical Obrero de Canarias/Secretario de acción sindical de la Federación Sindical Canaria.
Comentarios
1 Anónimo Lun, 28/10/2024 - 10:45
2 JLG Mar, 29/10/2024 - 11:33
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