Raíces: la danza es para todos los cuerpos
El estreno de este espectáculo de danza contemporánea emociona al público del teatro Víctor Fernández Gopar
Raíces es un espectáculo de danza que demuestra sobre el escenario su propósito inicial. “Hacemos visible una misma raíz con diferentes ramas, volviendo a enraizarnos y conectándonos con nuestra propia esencia, esa que nos une como seres humanos invitándonos a reflexionar sobre nuestra propia diversidad”. Un minuto antes de que empiece el espectáculo, un vídeo anuncia el comienzo con estas palabras. Es sábado por la tarde y el Teatro Víctor Fernández Gopar está lleno. Raíces nace de la propuesta de Celia Medina (Studio Danza Emocional), que produce y dirige el espectáculo en el que participa un grupo de más de treinta personas, entre el equipo técnico y el artístico.
Este verano comenzaron los ensayos. “Me pareció que se podía dar visibilidad a través de la danza a lo que estas personas pueden aportar con un proyecto artístico”, decía entonces Celia. El proyecto se llama Diversos in visibles y en esta actuación de danza contemporánea participan bailarines profesionales y usuarios de Adislan.
Sobre el escenario aparece primero la pianista y después van surgiendo nueve bailarines que deambulan. Dan vueltas sobre sí mismos. Parece que buscan algo. Todos están descalzos y sus rostros están ocultos bajo la capucha de un chándal gris en el que se hace visible un corazón rojo. Aparecen más bailarines, se van retirando las capuchas pero siguen los movimientos. Llega un bailarín con una red con tres farolillos, que posa sobre el escenario. La pianista, que ha abandonado su instrumento y ahora toca unas teclas en el aire, pasa a convertir el cuerpo de este bailarín en su piano. Los rostros concentrados, las manos se expresan, los cuerpos se abrazan. El público, en silencio.
“Se trata de normalizar, pero en realidad se hace lo mismo que con otros bailarines”
Y todo cambia. Salen tres bailarinas de cabaret con sus tres silla. Bailan al ritmo de ‘Uptown Funk’, de Mark Ronson. Después salen dos mafiosos que se mueven al ritmo de ‘I feel good’, de James Brown. A estas alturas, el silencio del público es una utopía. Risas de emoción y palmas generalizadas acompañan. Los aplausos ya se suceden hasta el final, pero las sonrisas no. El público rebusca el pañuelo después del dueto entre Elisa, en silla de ruedas, y otra bailarina. No es buen día para el rimmel. Pasa lo mismo con el número de María, primero en sombras detrás de una tela, hasta que aparece con un traje negro de noche y se acerca al patio de butacas intentando atrapar algo invisible.
La bailarina y coreógrafa Martha Graham decía que “la danza es el lenguaje oculto del alma”. Otra bailarina, Agnes de Mille, invitaba a bailar como lo hacen los bailarines de este espectáculo: “Danza en el cuerpo que tienes”. La danza es una expresión artística al alcance de todos. “La danza es accesible a todos los cuerpos”, dice en un vídeo promocional la bailarina Acerina H. Toledo, que participa en el espectáculo.
La perfección técnica, en el arte, es inútil si no sirve para alcanzar lo que se quiere trasmitir. Si la emoción es la antesala de la reflexión, Raíces cumple con creces esos dos pasos. El dramaturgo Juan Mayorga dice que “el teatro es una mentira que quiere revelar verdades”. Las verdades en Raíces, están a la vista. El proyecto quiere hacer visible la diversidad pero hace patente la igualdad.
El público rebusca el pañuelo después del dueto entre Elisa, en silla de ruedas, y otra bailarina
Los ensayos, las clases de danza, el trabajo de varios meses también sirve para dar seguridad a estos bailarines, poco habituados al escenario. Se está elaborando un documental que narra el transcurso del proyecto: “Me gusta mucho la danza -dice Lucía-, cuando bailo me siento yo”. “Soy Domingo, cuando bailo me siento feliz”. Son algunos de los testimonios. La directora advertía este verano: “El proyecto es para los participantes, pero también está dirigido a toda la sociedad para que vean los demás lo que son capaces de hacer”. “Trabajan su cuerpo, se expresan y afrontan un reto ellos solos. Se trata de normalizar, pero en realidad se hace lo mismo que con otros bailarines”.
Pocas veces se ha alzado el público de pie tan rápido en El Salinero. El espectáculo termina con todo el elenco bailando sobre las tablas y los saludos de rigor: alguno canónico, otros menos ortodoxos. Muchos ríen y otos se desahogan. Las ovaciones se repiten. Sobre el escenario ya vacío, alguien coloca un pequeño árbol. El libreto de la obra dice: “Si quieres cambiar los frutos, tendrás que modificar primero las raíces, si quieres cambiar lo visible, antes deberás transformar lo invisible”.
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